Jajajajajamaica!

No, no me he vuelto loba. Losa. ¡Loca! Es este maldito corrector que me tiene trufa, fruta, ¡frita! Yo no sé el tuyo pero el diccionario de mi móvil tiene vida propia. Tan propia que asume palabras que nunca he enviado y las cuela en los momentos más inoportunos. Ya sabes, reuniones de trabajo, funerales, broncas matrimoniales, ¡monumentales! Y tú dirás «pues desconecta», y yo te diré «¿acaso tú lo haces?»

Porque no, no lo hacemos. Whatsapp inunda nuestro día a día por la calle, en el gimnasio, en el restaurante, en el baño… Hay gente que realmente debería ir a terapia para desengancharse. Pero que no sea de grupo, por favor. ¡No más grupos! Esa sensación de angustia cuando te llega una notificación de alguien que te ha añadido a un grupo con otras 25 personas que ni conoces simplemente para mandar una foto de familia feliz, ¡eso debería ser delito! ¿Y quién es el valiente que sale de ahí? ¿Quién abandona los grupos sin temor? Prefiero salir de las drogas…

Es cierto que hay grupos productivos. Sí, dicen por ahí que existen. Grupos serios para tratar asuntos concretos, con respuestas concisas a preguntas directas. Sin fotos picantes ni chistes verdes. Te lo juro, ¡parece ser que existen! Yo nunca he visto ninguno pero será cuestión de fe.

Luego están las madres. Las madres y el whatsapp es un género a parte que seguro se merece otro post mucho más completo, pero es que ellas se creen las pioneras de la mensajería. Ellas que hasta hace dos años no sabían absolutamente nada de nuevas tecnologías de repente son las maestras reenviando vídeos eternos de niños chinos haciendo piruetas, de mensajes de amor y paz, de parodias políticas. Ellas que escriben y escriben palabras que se deben de perder en el ciberespacio porque a ti solo te llega un «ok». Ellas que se aficionan a los emoticonos y te mandan corazones con lazo, ranas y trenes al mismo tiempo. Esas madres que te recriminan que estás todo el día en el whatsapp, como si fuera un bar o algo así, y se quejan porque no contestaste el mensaje que ella te mandó con aquella carita feliz. Las mismas madres que siempre tienen el móvil cerca excepto cuando es realmente importante que lo tengan cerca. Madres que nunca recuerdan lo sensible que es un teclado táctil, revolucionan las pantallas, acceden a lugares inéditos y te dicen inocentemente «pero si casi no lo he tocado». Sí señor, esas madres son las meigas del whatsapp. ¡¡Reinas!!

Y volviendo al asunto del corrector, ¿qué decir de los diferentes tipos que existen? No es broma no. El corrector geográfico es aquel que saluda desde Holanda, se resigna En Finlandia y para reírse viaja hasta Jamaica. Ese mismo es el que en vez de pasear a los perros por un pipican los pasea por el Popocatepetl, un volcán mexicano. También es muy frecuente el corrector desubicado, aquel que añade palabras que nada tienen que ver con la conversación y suelen ser además palabras muy inapropiadas. Tengo una amiga que cada vez que me dice que se descojona de algo (hablando en plata), su corrector le añade un perturbada al final, no sabemos por qué. Quizá trata de persuadirla para que modere su vocabulario porque otras veces, viendo que ella no se modera, el corrector se vuelve tierno y pasa a ignorar los «ostia» que lanza para en su lugar mandar ositos… Creo que sí, es probable que su corrector esté tratando de decirle algo.

Lo que sí es cierto es que whatsapp ha revolucionado las relaciones sociales dejando a un lado las llamadas e instalando la palabra escrita como primera opción comunicativa. Para bien o para mal, lo que sí es seguro es que el corrector seguirá haciendo de las suyas en cualquier convento, monumento, ¡¡Momento!!

Autor: Cristina CG

(De)formación periodista, me cubro y descubro según las circunstancias. Acumulo vivencias y archivo recuerdos. Tropiezo, caigo, escribo y me levanto. CRISTINA CG.

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