Noche de insomnio y cigarrillo, aunque yo nunca fumo. No puedo conciliar el sueño y pasan los minutos, las horas, y mi mente sigue aquí, quieta, vacía, pensando en nada o en todo, qué sé yo. Pierdo la noción del tiempo, de las cosas, de las ideas. No me quedan más palabras y el humo atraviesa mi garganta. Escuece, como una herida. Y sigue bajando más, hasta perderse. Y pido otra calada. Otra bocanada de aire contaminado que alivia este insomnio, o lo mantiene. No puedo dormir, pero no es el frío del ambiente lo que me lo impide, sino el calor de mi alma que sigue gritando algo que nadie oye.
Pienso y recuerdo noches como ésta, pero sin cigarrillos. ¡Ha habido tantas! Insomnio sin pastillas, o con ellas, qué más da. Insomnio mientras ideamos historias que no se cumplen. Insomnio cuando la realidad nos golpea y caemos de bruces. Pero luego nos levantamos. Siempre. Una y otra vez. Por eso seguimos aquí, con insomnio, sí. Y cigarrillo.
Insomnio y surrealismo que se mezcla con palabras absurdas e ideas descabelladas de amores fugaces. Tan fugaces que solo duran una noche con copas de más. Y nos revelamos durmiendo bajo unas sábanas que guardan aromas diferentes, casi de forma mística. Pero cuando llega la mañana, el hechizo se rompe y el embrujo nos atormenta.
Aún y así creemos que lo podemos dominar, que los sentimientos se compran, o se pagan, pero no hay tal precio. Y es bueno saberlo, dentro de todo es puro optimismo: no le pongas jamás precio a lo que sientes y podrás seguir ilusionándote. Podrás seguir esperando esa mañana soleada, y la siguiente, y la otra. Y podrás esperanzarte con nuevas noches de insomnio y delirio, pero de las que merecen la pena. Sin copas de más, ni cigarrillos de consuelo.