Pepito Grillo

PgrilloO la voz de la conciencia. Pero la conciencia, ¿de quién?

Desde pequeños nos enseñan a discernir entre el bien y el mal. Esto no se hace, no saltes en el sofá, no pelees con tu hermano. Da la gracias, pide por favor, dale un beso al abuelo. Nos guían conforme a unas reglas morales y sociales preestablecidas y necesarias para que al llegar a la edad adulta no seamos un desecho de mala educación andante. Está claro que no todo el mundo aprendió bien la lección o no tuvo la suerte de ser bien instruido, pero eso es tema aparte.

En líneas generales todos sabemos comportarnos y caminamos por la vida con más o menos complicación. Todos. Nos guiamos por esa especie de Pepito Grillo que anida dentro de nosotros y que es absolutamente nuestro. Nadie más puede interferir en la voz de la conciencia individual, por eso somos el resultado de nuestros actos y así debemos entender las consecuencias.

Pero, ¿y los daños colaterales? ¿Qué pasa cuando nuestro Pepito Grillo se está tomando unas vacaciones y los pepitos de los demás quieren agenciarse el derecho de ser nuestra voz? Ahí es cuando el bucle de lo bueno, lo malo, lo responsable, lo correcto y lo necesario se torna confuso, y explota.

Cuando te ponen la soga invisible al cuello para que decidas qué hacer, cuando otros pepitos se aprovechan de tus dudas poniéndote contra las cuerdas y te comen la cabeza para que actúes según sus reglas, cuando estás tan acostumbrada a ser buena, educada y responsable que el día que te rebelas pareces peor que Maléfica. Pero no es tu conciencia la que te hace sentir así, es la voz de la costumbre que el otro te generó y que parece tan tuya que se convierte en testigo, juez y fiscal de tus propias decisiones.

Y eso no me gusta. No me gusta el paternalismo ni los consejos que no pedí. No me gusta que se dé por hecho qué hago y qué no, qué debo hacer, cómo y cuándo. No me gusta tener que estar siempre disponible y no saber gestionar mis «no» sin excusas. No me gusta preocuparme de lo que no me incumbe ni cargar con una mochila de miedos ajenos que tratan de paralizarnos nada más. No me gusta que respondan a mi futuro por mí, ni que tomen decisiones en mi nombre. No me gusta que esas otras conciencias que no son mías establezcan lo que me conviene y lo que no, hasta aquí tu aventura, se terminó el capricho.

Porque tú lo digas.

Desde pequeños nos enseñan a discernir entre el bien y el mal, sí. Pero es la vida la que nos tiene que enseñar a ganar y a perder. Porque en cada batalla que le ganamos a la libertad personal aprendemos a decir sí y a decir no. A escoger a nuestros amigos, a renunciar a la gente tóxica que se cruza en nuestro camino y a avanzar según nuestras propias reglas que no son más que un manojo de sentimientos, emociones, vivencias, miedos y dudas absolutamente nuestras. Es muy difícil no dejarse arrastrar cuando ni tú misma sabes a dónde vas, si es el camino, si te estás equivocando o debes arriesgar una jugada más. A veces es más fácil poner en manos de conciencias más experimentadas las decisiones que tú tienes que tomar. Sin embargo, lo más fácil no es lo mejor. Porque puede que otros acierten por ti y todo vaya bien, pero cuando no es así el arrepentimiento te agarra y es mucho más doloroso. Porque ¿a quién le pides cuentas? Al fin y al cabo tu maldito Pepito Grillo estaba durmiendo y fue otro el que te ganó la partida.

Y a mí no me gusta perder.

Autor: Cristina CG

(De)formación periodista, me cubro y descubro según las circunstancias. Acumulo vivencias y archivo recuerdos. Tropiezo, caigo, escribo y me levanto. CRISTINA CG.

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