Travesuras de la niña… buena.

tumblr_mwdvmz6DBH1r5phe1o1_500Los libros, como las personas, nos influyen de una u otra manera en la medida en que estamos predispuestos a que lo hagan. Bien por las circunstancias personales, bien por el afán de entretenimiento, o bien por el deseo de revivir las aventuras del héroe que jamás llegaremos a ser.

Todos tenemos nuestros libros preferidos, las temáticas predilectas, los propios intereses. Y yo, que me declaro lectora empedernida desde que aprendí a juntar palabras, he aprendido a lo largo de la vida a leer también entre líneas, a buscar más allá de lo escrito, a agenciarme los sentidos y sinsentidos que aquel escritor quiso o pudo plasmar. Y me he dado cuenta tras tantas lecturas que los libros cobran más o menos relevancia dependiendo de la edad, o la madurez, con la que los leemos. Porque hay libros que en un momento concreto no tienen el significado que tiempo después pueden llegar a adquirir.

Hace años leí Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa, y aunque el libro me gustó mucho entonces no pasó a formar parte de mi cuidado top 5. Sin embargo hoy, por azares del destino y reordenando mis cosas, me volví a topar con él. Tras hojearlo largo rato sentí que ahora, casi 10 años después de su publicación, lo leo con otros ojos.

Para quienes no lo conozcan se trata de la primera novela puramente de amor del escritor peruano. Pero no de un amor convencional y romántico, sino de ese amor que desgarra, enriquece y trastorna. «El amor moderno y real», en palabras del autor. La trama transcurre en distintas ciudades a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y aunque el fondo histórico nos ayuda a completar el panorama general de las vivencias de los protagonistas, son ellos los que llevan el peso de la narración a través de su relación de amor y tormento que se prolonga durante décadas.

En la novela la protagonista es una de esas «niñas malas» que juega con los sentimientos a su antojo y provecho en detrimento de su eterno enamorado, siendo él el «niño bueno», víctima de la seducción y del erotismo que emana la mujer de la que se prendió en su juventud y que lo perseguirá durante toda su existencia, yendo y viniendo como un fuego fatuo “que aparecía y desaparecía de mi vida […], incendiándola de felicidad por cortos períodos, y, después, dejándola seca, estéril, vacunada contra cualquier otro entusiasmo de amor”.

Generalmente asociamos esa actitud del «bueno» como algo estúpido y bobo. Los tontos que están ahí pase lo que pase, los sufridores, los que lo dan todo hasta cegarse por esos «malos» que los atrapan, los cautivan, los embaucan sin consideración.

Y al contrario, los «malos» son los listos, los que no padecen porque no se involucran. Los que no pierden porque ni tienen ni quieren tener. Esos que nada más viven para disfrutar, que no piensan en las consecuencias del deseo, que vienen y se van. Los que se acuestan y se levantan sin amarres ni recuerdos, y que convierten sus días en un paseo liviano por la vida. Esos que no sufren los silencios del amante que un día ya no está, la desesperación de la distancia física y emocional, el miedo a la pérdida y al no encontrarlo nunca más.

Me puse a pensar en las personas que se cruzan en nuestro camino y en los papeles que representamos a lo largo de la vida, en las veces en que somos los buenos y los malos. En las travesuras que cometemos, en los deseos que prolongamos. Y pensé en los momentos en que quise ser esa «niña mala» capaz de dar un portazo dejándolo todo atrás para poder luego regresar como si nada sabiendo que me esperarían. Tan mala como para abandonar sin explicaciones y buscar luego con excusas, llevándolos a mi antojo haciéndoles añicos. Mala para adelantarme al dolor causándolo yo, vaciándoles por dentro poco a poco. Quise ser la «niña mala» por puro egoísmo, pero me di cuenta de que no se puede ser lo que no se es.

Porque todas mis travesuras y berrinches no son más que el resultado de la ingenuidad torpe de una niña buena. Esa niña que está, estuvo y siempre estará. La que padece porque se involucra más allá de los límites establecidos y olvida hasta lo propio por querer dar siempre un poco más. La que se acuesta entre lágrimas y amanece entre risas, y viceversa. La que acumula recuerdos y nostalgias con la emoción de sentirse viva. Esa niña buena que resiste los silencios, las ausencias, las distancias. Que a veces quiere arrojarlo todo por la borda pero su propio miedo a no sentir así nunca más hace que tire de la cuerda inconscientemente hasta llegarse a asfixiar.

La niña buena que, como el protagonista masculino de la novela de Vargas Llosa, perdona, se enfada, grita de dolor y de rabia. Ríe a carcajadas, llora a escondidas, promete poner fin, da mil vueltas en la cama. La niña buena que disimula sentimientos en público pero se transforma en puro volcán en privado. Siempre fiel a ese «niño malo» que la convierte en adicta tanto a su piel como a su mente. Esa misma niña buena que se odia a sí misma en cada caída y que tras cada una de ellas ansía con más fervor ser de nuevo tan mala como la «chilenita» del Premio Nobel. Mala como para no tener conciencia ni sentir cariño, ternura o amor. Fría para jugar y alcanzar sus metas a cualquier precio, deliberadamente calculadora. Una niña mala que utiliza a su antojo a esos otros «Ricarditos» que se cruzan en su camino creando un círculo vicioso de buenos y malos, víctimas y verdugos.

Pero ante semejante cóctel de emociones de nuevo me doy cuenta de que prefiero ser esa tonta niña buena que extraña de noche y se pregunta de día, antes que convertirme en la persona que por no sentir ni padecer se olvida también de vivir. Prefiero ser la niña buena que naufraga porque lo da todo cuando así lo dicta su alma, que no la niña mala que terminará «muriendo de celos a poquitos» cuando se dé cuenta de que no hay peor pérdida que el abandono final de quien no supimos valorar ni peor vacío que el que se siente cuando ya no se siente más.

 

 

Autor: Cristina CG

(De)formación periodista, me cubro y descubro según las circunstancias. Acumulo vivencias y archivo recuerdos. Tropiezo, caigo, escribo y me levanto. CRISTINA CG.

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