Brindo por los tontos que sueñan, por locos que puedan parecer; brindo por los corazones que se rompen, por los desastres que provocamos…
Brindo. Brindo como brindan en la película por el entusiasmo y la vida, con su realidad y su fantasía. Brindo por los que nos animan a conseguir el sueño imposible, a no decaer en el intento, o a caer con nosotros para después ayudarnos a levantar. ¡Brindo!
Quien a estas alturas no haya oído hablar de La La Land no vive en este planeta, porque otra cosa no pero promocionar un producto made in Hollywood a pocos días de los Oscar es tan predecible como que La ciudad de las estrellas le gusta a (casi) todo el mundo.
Pero, ¿qué tiene que no tengan otras historias de amor? ¿Otros musicales románticos? ¿Tan especial es éste como para estar nominado a 14 estatuillas y haber ganado todos los premios posibles en cada festival?
Dejando a un lado las cuestiones puramente cinematográficas, creo que la clave de que La La Land arrase de esta forma radica en su aparente inocencia. No es sólo la historia de chico conoce chica, que también, sino la historia de los sueños que muchas veces dejamos morir por considerarlos locos o irrealizables, y de cómo la vida te va poniendo en el camino a los que tienen que estar, por algún motivo, aunque sea de manera temporal.
Es en realidad un mensaje tan ingenuo y con el que todos nos podemos sentir identificados que en el fondo funciona. ¿Por qué? Porque nos hace falta creer. Vivimos en una sociedad en la que gana el trepa y triunfa el estratega, en la que la pasión se cuenta en beneficios y no en satisfacción, y los sueños se convierten en el refugio de los tontos que viven en las nubes, en su propio La La Land. Por desgracia hoy en día la realización personal va de la mano del rendimiento monetario y de la estabilidad financiera aunque eso nos produzca disgusto y sopor. No nos atrevemos a dar un salto al vacío sin el paracaídas de lo seguro, porque el amor no paga las facturas, y por eso los sueños de la adolescencia se quedan guardados irremediablemente en un cajón.
Pero en realidad nuestro yo romántico y pueril no siempre se conforma: a todos nos apasiona algo, todos anhelamos algo y todos lo soñamos. Luchar por ello o sentir que puede ser real aunque no dure más que un segundo es lo que la película nos transmite aunque a veces se nos haga algo ñoña porque no estamos acostumbrados a que las cosas salgan bien: el sueño de ser quienes soñamos ser compartido con el sueño de quien amamos tanto como para hacernos sentir volar bajo las estrellas de un observatorio… La La Land nos vende esperanza en un mundo donde los jóvenes nos sentimos totalmente desesperanzados, alejados de esa emoción que nos hace vibrar, y queremos comprarla.
Nos tropezamos con un paisaje hecho a medida para dos, qué pena que esos dos seamos tú y yo; a otra chica y a otro chico les encantaría este cielo revuelto pero sólo estamos tú y yo y no tenemos posibilidades, no eres el tipo para mí.
Igual que ese amor inocente, impulsivo y fascinante, casi infantil. Ese amor que nace de la nada y del imprevisto, a veces de lo improbable, pero que logra sentar sus bases en la admiración hacia el otro y no en el propio ego. El amor que busca engrandecer a quien amamos a través de sus logros y de su ‘yo’, y no a través de nuestra necesidad, convirtiéndonos en una persona mejor. Porque como cantan en el tema principal «todo lo que buscamos es el amor de alguien más, un ímpetu, una mirada, una caricia, un baile…» Todos queremos un amor de película pero no siempre estamos dispuestos a ceder ni un ápice en nuestra comodidad, y en algún momento surgen las dificultades. El egoísmo, lidiar con el sueño del otro, anteponerse, dejar de hacerlo…
Los corazones se rompen y a veces lo que damos por hecho un día sin más se tuerce. La vida que imaginamos no es siempre la que nos toca vivir; las personas que hoy están a nuestro lado puede que mañana no lo estén; los caminos que forjamos, los sueños, la realidad… Todo eso que conforma nuestro día a día y que nos permite planear el futuro deseado no siempre sale como esperamos. Pero a veces lo que no esperamos es incluso mejor. O no. Puede que la melancolía de lo que pudo ser y no fue nos asalte por momentos, porque somos humanos. Puede que aquel a quien tanto amamos sea simplemente el resorte para ayudarnos a ser quienes siempre quisimos ser, y nada más. O puede que aquel amor ingenuo y puro siga estando en nosotros para brotar de repente en una lágrima, o brillar de nuevo en una sonrisa.
Y eso también es aprender a vivir en nuestro La La Land. La vida no es el cuento de hadas que esperamos pero eso es precisamente lo que la hace profundamente interesante y valiosa. Y es por eso que merece la pena vivir.
Y ahora, ¡brindemos de nuevo!
EXCELENTE!!!! Podrias escribirlo en una columna del periódico. Bonita reflexión!!! Felicidades una vez más!!!
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Algún día, algo, en alguna columna… Jejeje! Gracias Eva!!! Muuuua!
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