La mujer adúltera (3)

7c8ff743780ba9ded956844deeaffb9fAl día siguiente Tina se levanta antes de que suene el despertador, a eso de las 6.30 a.m. Su marido duerme tranquilo de espaldas a ella, roncando acompasado. Sin encender luces, tan sólo con la tenue claridad que empieza a asomar por la ventana, Tina rebusca en la bolsa de deporte que anoche escondió al fondo del armario las bragas y el sujetador de encaje usados y los lleva sigilosa a la lavadora. Por suerte su marido no se encarga de estos menesteres ni se fijará siquiera en el tendedero. O al menos eso cree ella. Puesta en marcha la maquinaria, aprovechando la colada que tenía acumulada de días, el conjuntito se enredará entre la demás ropa borrando cualquier olor a traición.

Tina se dirige a la cocina para prepararse un café que la consiga mantener activa al menos durante buena parte de la mañana hasta que se tome el segundo con sus compañeras, pues le espera una jornada más en el hospital. Mientras picotea un par de galletas con más costumbre que apetito enciende el móvil para ponerse al día de las reuniones de planta que tiene programadas para hoy. Pero el pitido de un nuevo mensaje entrante la sobresalta y la distrae de su cometido. «Quiero darte más». Tres simples palabras que son toda una declaración de intenciones. Sonrojada y culpable a la vez suelta el móvil con un respingo cuando escucha a su marido acercarse por el pasillo arrastrando los pies cansado y somnoliento. Cuando llega a la cocina se dirigen una medio sonrisa y un medio gruñido a forma de saludo: no son de hablar por la mañana. Aunque cada vez hablan menos también durante el día…

Tras beber un vaso de agua rápidamente él se mete en la ducha mientras ella empieza a espabilar a los niños, remolones como de costumbre. Los acompaña a hacer pipí, les lava la cara y los ayuda a vestirse aunque más bien los viste ella para acabar antes. Cuando más o menos los tiene encauzados les prepara un tazón de leche con cereales de esos de granitos de chocolate, como dicen ellos. Su marido ya está a medio vestir cuando ella ocupa el baño y por enésima vez en las últimas horas se deja acompasar por el agua que moja su piel desnuda. Pero sin demasiada dilación, que los horarios apremian y las rutinas empujan. Se viste con rapidez, se arregla el cabello revuelto y se maquilla lo justo para tapar esas ojeras y darse un poco de color en el rostro. Recoge los tazones de la cocina y guarda el móvil en la bolsa de deporte como quien guarda un tesoro. Papá dice que vamos a llegar tarde, le recrimina el mayor desde la puerta mientras su hermano batalla con la mochila que le viene un poco grande, es lo que tiene heredar. Los viernes tienen por costumbre ir los cuatro en un mismo coche, algo que todavía la rutina no ha conseguido alterar. O quizá es por eso, por pura rutina de aparente familia feliz.

Cuando dejan a los niños en el colegio conducen un rato más escuchando las noticias y organizando la comida del domingo: cuántos serán, qué comprar, qué regalar. Una calle antes de llegar al hospital Tina le indica a su marido que se estacione en cualquier lugar para bajarse, puede ir andando el tramo que falta y así él se evita el embotellamiento habitual de esa zona de entrada. Así lo hacen, despidiéndose con un beso rápido y un educado que tengas buen día. Es entonces cuando Tina saca de nuevo su teléfono y teclea con rapidez «hoy a las cinco». Mensaje enviado.

Entra en el hospital con la seguridad de quien conoce todos sus rincones sin estar aquejado de nada y se dirige a su vestuario de la sexta planta para cambiarse. Deja el teléfono apagado en su taquilla y se pone en marcha junto con su equipo de enfermeras. Lo bueno de esta profesión es que te reubica constantemente los valores vitales y te evade de tus propios problemas, piensa Tina. La mañana pasa como es habitual: con prisa y sin pausa, con alguna urgencia, con algún sobresalto, con emociones y con mucho trabajo. Así llega la hora de comer y Tina enciende de nuevo su teléfono. «Marta me ha pedido que la acompañe esta tarde, recoges tú a los niños? Llegaré para cenar. Bss.» Dos minutos después su marido le contesta «Ok, luego nos vemos. Pediré pizzas. Bss.» Vía libre.

Es la primera vez que Tina queda con su amante un viernes por la tarde. Es la primera vez que involucra a una amiga en sus excusas para llegar tarde a casa. Es la primera vez que deja que él venga a buscarla, con las precauciones oportunas, a las cercanías del hospital. Es la primera vez que permite que se aproxime tanto a su mundo real. Es la primera vez en meses de mentiras que baja la guardia y que le puede más el instinto animal que la cordura de madre y esposa.

Antes de las cinco ya está bajando hasta la primera planta para esconderse en uno de los lavabos destinados a los familiares de los pacientes para poder cambiarse y maquillarse sin miradas preguntonas ni compañeras entrometidas. Mismo ritual, misma femme fatale que nada tiene que ver con la mujer que salió de casa a primera hora de la mañana.

Huye escopeteada por una puerta trasera y recorre el par de calles que ha establecido como perímetro de seguridad para no ser vista. Unos metros más allá la espera un coche color azul eléctrico mal estacionado. El corazón se le acelera, la boca se le seca, se le ruborizan las mejillas… Le arde el cuerpo cuando entra en el coche y huele su fragancia. Los ojos de él brillan con la lujuria de quien se sabe tan seguro como deseado, mientras que los de ella destellan por primera vez candente inocencia. Ni cuando tenía veinte años…

Se besan apasionadamente, se buscan la piel por debajo de la ropa, las manos de él buscan sus pechos que tanto adora mientras las de ella se deslizan hasta la entrepierna y ahí está, como tanto le gusta: prendido. Se muerde las ganas de bajar por su cuerpo hasta desbocarse en él porque cuando lo siente así la tentación no tiene espera. Pero el sonido de un claxon los separa bruscamente y ambos ríen sabiéndose descubiertos por el descontrol y las ganas que se generan.

Él, sonrisa burlona, pone rumbo a su apartamento por una de las callejuelas que dan a parar a la autopista mientras ella trata de sosegar su mente y su alma. Una vez más, ahogándose en la tormenta que le inunda las bragas y consumiéndose en el fuego del engaño que le quema las entrañas.

 

 

 

Autor: Cristina CG

(De)formación periodista, me cubro y descubro según las circunstancias. Acumulo vivencias y archivo recuerdos. Tropiezo, caigo, escribo y me levanto. CRISTINA CG.

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