La crítica es unánime: Coco, la última de Pixar, es «una carta de amor a México» tal y como la describió su director Lee Unkrich. Desde que supe que la factoría de animación tenía entre manos una historia ambientada en el Día de Muertos estaba deseando ir a verla aunque no sin cierto miedo a que me pudiera decepcionar después de tanta espera por si no se reflejaba realmente lo que representa esta festividad (no puedo olvidar la quema de fallas valencianas en la Semana Santa de Sevilla que vimos en Misión Imposible 2, por citar sólo alguna cagada en lo que a ambientar tradiciones en el cine se refiere). Pero para mi grata sorpresa, Coco no puede ser más mexicana, y a mí no puede haberme gustado más.
Sí, es cierto, tengo debilidad por México y el primer fotograma ya me provoca una sonrisa: lista para disfrutar de un rato agradable, divertido, emotivo, tierno, curioso, festivo. Seguramente para mí es complicado despojarme de la dosis extra de sentimiento que me provoca el sonido de un mariachi o ver el papel picado ondear, pero creo que todos pueden encontrar en Coco la singularidad de México y confío en que despierte la curiosidad de aquellos que sólo conocen el país azteca por las malas noticias que nos da la prensa. Sí, claro que existe ese México negro y vergonzoso, pero quién no tiene trapos sucios por lavar. México también desprende, como Coco, esa luz, ese color, ese folclore, esa vida.
Y es curioso que hablemos de vida en una cinta que gira en torno a la muerte. Y sin embargo, no hay dolor en ella porque precisamente los mexicanos no sienten la muerte como un sinónimo de tristeza sino como una consecuencia vital, incluso los más pequeños. El mundo de los muertos le enseña a Miguel, el niño protagonista que persigue su sueño de ser músico aun teniendo a su familia en contra, su lugar en el mundo de los vivos. Los valores, la tradición, el vínculo con nuestros antepasados, el poder conocer nuestra historia y la importancia de las raíces que nos hacen ser quienes somos y aprender a determinar hacia dónde vamos. El Día de Muertos es la tradición más representativa de México y como para muchos mexicanos también es mi preferida. Me parece absolutamente humano el duelo y perfectamente inteligente su aceptación a través de la celebración. Porque tal y como queda fielmente reflejado en la película morimos cuando ya nadie nos recuerda, no cuando dejamos de latir. Por eso es tan importante toda la simbología que rodea a la muerte en México, desde las dulces calaveritas de azúcar hasta los altares de ofrendas para evocar el recuerdo.
México es un país de peculiaridades, mucho más atractivo en ellas que en sus generalidades. A México lo hace único sus creencias, su música a veces alegre y otras desgarrada, llorona. Su mestizaje cultural, la perduración de lo prehispánico en armonía con lo actual, la supervivencia de los oficios de tradición y la tradición en sí misma como pilar fundamental del arraigo familiar. Coco está llena de todo eso, es un claro reflejo de México para el mundo, pero la película también nos regala muchísima simbología local (y muy acertada por parte de Pixar) que sólo los mexicanos o los que hemos tenido la oportunidad de vivir México podemos reconocer, desde el simpático perro xoloitzcuintle que acompaña a Miguel allá a donde vaya, símbolo del dios mexica Xolotl como guardián del inframundo que ayuda a las almas a cruzar al Mictlán, el «lugar de los muertos», hasta la aparición de los alebrijes, esas figuras de colorida fantasía que nacieron durante el delirio febril de un artesano del papel maché allá por 1936.
Las referencias a la lucha libre, los elotes callejeros, la chancla de la abuela, los diminutivos cariñosos al hablar y la fortaleza al actuar, el chico con la camiseta de la selección mexicana, las animadas fiestas de los pueblos, las piñatas colgadas, el camino de flores de cempasúchil en el puente que une los dos mundos y un pétalo de esa flor como llave para conseguir una bendición, eso que aún otorgan las mamás y las abuelas mexicanas, son pequeños grandes detalles de la cotidianidad en México. Además, la aparición de personajes como Frida Kahlo o el Santo y todo un elenco de celebridades como Cantinflas, María Félix, Jorge Negrete, Pedro Infante… Hacen de Coco, en definitiva, un bello y colorido homenaje a México. A ese México surrealista, lindo y querido por tantos, pintoresco. Al México que tuve la oportunidad de descubrir en primera persona, de respirar, de saborear. El México que cautiva con su luz, sus colores, su calidez. Ese gran desconocido que te atrapa el alma mientras lo descifras. Enhorabuena Pixar por conseguir emocionarme con diversión y alguna que otra lágrima llevándome de nuevo al México del que un día me enamoré y al que nunca podré dejar de querer.
Me ha gustado mucho, lo bien que has descrito México, sin yo conocerlo , es como si lo hubiese visitado porque a través de tus palabras tan bien escritas se percibe.La peli también la quiero ver con mis nietos, pero de lo que se trata ahora es de lo magníficamente escrito que está
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Ayer la vimos y fue todo un descubrimiento¡¡¡¡
Hacia tiempo que no me emcionaba con una película, escuchar a la abuela cantando….
Si, un aplauso para Pixar¡¡¡
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Lo es!! Pura emoción 🙂
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