Podríamos decir que la noche, por lo poco que hemos dormido, ha sido excesivamente corta, aunque de la misma manera se podría decir también que ha sido tremendamente larga. Eterna incluso en esos momentos en los que no puedes responder como es debido, cuando quieres coger el sueño y se te escurre, cuando la oscuridad te destella dibujando formas etéreas en tu cabeza, desembocando en pensamientos no del todo sanos ni realistas. La noche, como digo, ha sido cuanto menos convulsa y extraña.
Antes de las cinco ya estábamos despiertos valorando la urgencia de los acontecimientos, la gravedad de los mismos, el qué hacer. ¿Esperar? Sí, un poco más. Relájate, todo va a ir bien, esto no es nada, se te pasará. Y vuelta a dormir. A intentarlo por lo menos, pero sin éxito. Ni cuarenta minutos de tregua, otra vez el desasosiego y ahora sí, un poco más de miedo. Lo mejor será marcar el 112 y mantener la calma, alguien tiene que hacerlo. La voz al otro lado de la línea se escucha amable y comprensiva, como si no fueran las tantas de la madrugada o primerísima hora de la mañana. Nunca he sabido cómo encuadrar ese momento incierto entre el ayer y el hoy, el punto más oscuro digno antecesor de un nuevo amanecer. Tras varias explicaciones por teléfono, relatando sin prisa pero sin pausa la situación que nos acontece, nos comunican que en breve llegará una ambulancia y eso es casi como si te anunciaran la llegada del Redentor, que se materializa finalmente cuando suena el timbre poco después.
Buenos días, o buenas noches, no sé qué decir. Pasen, sí, por ahí, es al fondo a la izquierda, está la luz encendida. Sí, adelante, gracias.
Y con una energía digna de admirar a estas horas tan intempestivas la pareja de sanitarios pone en marcha el protocolo de actuación, que en este caso no se antoja demasiado complicado. Unas preguntas rutinarias, una ojeada al último informe médico, una valoración de la medicación actual, un par de métodos que no funcionan… Y con todo ello y tras demostrar grandes dosis de empatía, paciencia y cariño, deciden que lo más prudente y tranquilizador será continuar la exploración en un hospital.
No son todavía las 7 cuando ya estamos recorriendo una ciudad que lentamente se despereza de su letargo mientras algunos, madrugadores o noctámbulos, nos acompañan y se nos cruzan por el camino. Un camino silencioso y lleno de pensamientos que revolotean sin control nuestra mente, mientras respiramos hondo y bostezamos para mantenernos alerta. No somos la única ambulancia que surca las calles medio desiertas y eso, desde mi asiento de copiloto, me llama mucho la atención. En condiciones normales yo todavía estaría durmiendo sin saber todo lo que ocurre ahí afuera y sin embargo hoy me toca verlo, tocarlo, palparlo. Cuántas vidas peligran a diario…
Al llegar una bocanada de aire frío choca de pronto con ese olor característico que rezuma cualquier hospital y que siempre me ha producido cierto rechazo. Pero ya estamos aquí, esto es real. Nos toman declaración médica elevando el tono de voz por si alguno de los presentes está sordo o desorientado o no se entera de nada. La verdad es que no sé el porqué de esa forma de hablar, no somos tontos, oiga. Pues bien, pulserita en la muñeca, el todo incluido de la sanidad, y espere su turno señora, que ya la llamarán.
Cuando estás en Urgencias durante horas viendo pasar a médicos y enfermeras sin que nadie repare en tu presencia porque bueno, tampoco te estás muriendo (¿o sí?) te da mucho tiempo para observar lo que ocurre a tu alrededor: aquel anciano en la silla de ruedas que rabia de dolor y que nadie parece escuchar; aquella mujer de mediana edad que ronca dormida en la camilla, como si nada de todo esto fuera con ella; aquel chico extranjero que ha pedido ya varias bolsas porque no puede dejar de vomitar; aquella señora que se limpia la sangre de su ceja esperando que alguien venga a coserle semejante brecha… Ellos, los enfermos, en su mundo, sumidos en sus reflexiones, en sus dolores. Y nosotros, los acompañantes, mirándonos unos a otros, descargando comprensión con las miradas, optimismo o resignación con las sonrisas. Buscamos cierta complicidad entre la confusión, los nervios y el temor. Necesitamos esa compañía callada, ese sabernos cerca de otros que están en nuestra misma situación apelando al mal de muchos consuelo de tontos, o quizá simplemente a la propia humanidad.
Los más afortunados saldrán hoy mismo, como nosotros. Otros, por el contrario, subirán a planta por unos días, o bajarán a quirófano por unas horas. Cada uno tiene aquí su destino, no sé si marcado previamente o fruto de las circunstancias. Para algunos el paso por este hospital no será más que una muesca en sus constantes vitales, un aviso quizá. Pero para otros este será tristemente su último lugar.
Sumida como estoy en mis pensamientos, esperando diagnóstico como quien espera sentencia, me sobresalta el roce gélido de una ráfaga de aire acariciando mis piernas como si alguien hubiera pasado a gran velocidad a mi lado o se hubiera quedado alguna puerta del exterior abierta. Pero no hay nada de eso por aquí y parece que ninguno de los presentes lo ha sentido como yo, pues soy la única que mira alrededor buscando una explicación que en realidad no existe. Puede que sea simplemente eso: una inesperada corriente de aire llegada de quién sabe dónde… Aunque algo en mi interior me susurra con un escalofrío que así es como se siente el suspiro de la vida cuando se va.
Leerte es como vivirlo. Siempre lo haces super bien
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias!!
Me gustaMe gusta