¿Te acuerdas del último día que saliste sin temor a la calle? ¿De la última mañana que corriste por los pasillos del Metro para no llegar tarde? ¿Del último café que tomaste rozando tímidamente tus manos con otras? ¿De las últimas cervezas que fueron testigo de tus chismes y de tus risas? ¿Te acuerdas del último partido de fútbol que peleaste? ¿Te acuerdas de cómo la rutina era sólida y la vida fluía sin pensar? Parece que fue hace tanto que ya no sabemos si lo de antes era el sueño y esto la realidad, o viceversa. Lo único que ahora alcanzamos a procesar es que eso fue, en cualquier caso, antes de todo. De todo este caos, de todo este drama, de toda esta desolación, de todo este miedo, de toda esta impotencia, de toda esta rabia. Antes de todo, sí, antes, cuando la salud apenas nos importaba.
Y ahora estamos aquí, confinados, viviendo tras los balcones y las ventanas, como si no fuera real este vacío, este silencio, esta maldita calma. Y, como si de una pesadilla se tratara, cada mañana al abrir los ojos aguantamos por unos segundos una larga bocanada de aire para aceptar que estamos completamente despiertos y que todo esto es verdad. Pero que por lo menos seguimos respirando bien. Le pedimos al universo, al destino, a los dioses, a una fuerza sobrehumana, a la fe o la propia vida que nos proteja, que nos ayude, que nos siga manteniendo sanos un día más. Que esto acabe cuanto antes, que nadie más se contagie. Pero sabemos que nuestras plegarias son solo un acto de defensa ante nuestros propios pensamientos, y sabemos también que nadie escapa al infortunio. He ahí nuestro miedo. Contamos los días que llevamos sin contacto con el exterior, calculando las probabilidades de estar o no contagiados, de habernos librado ya, de salvar a los nuestros. Hacemos un recuento para sobrevivir. Quién nos lo iba a decir.
Hace apenas unas semanas nuestras preocupaciones iban por otros caminos. Vivíamos sumergidos en pequeñeces que nos robaban la energía, la alegría. Le dábamos importancia a asuntos que ahora ya ni siquiera recordamos. Batallábamos por cuestiones que ahora sentimos tan nimias que las hemos dejado de lado. Nos escudábamos en excusas para hacer y deshacer, y le echábamos la culpa al tiempo que nos faltaba para muchas tantas cosas. Pues ahora lo tenemos. Ahora que la vida nos ha enfrentado a nosotros mismos tenemos la oportunidad de salir de ésta siendo mejores, o por lo menos, siendo más sabios. Que este tiempo no sea en vano.
Pronto todo regresará a la normalidad, una normalidad muy diferente pero positiva. 🙂
Me gustaMe gusta