Había envejecido, las tapas estaban algo arrugadas y las hojas se veían amarillentas por el paso del tiempo, pero encontrarlo de repente, entre un montón de cajas amontonadas y llenas de polvo, me alegró el corazón.
Lo cierto es que, sin saber muy bien cómo, lo había ido dando por perdido poco a poco, hasta que dejé de buscarlo. Comprendí que aquella historia ya no daba para más por mucho que la leyera de mil formas distintas buscando retenerla, tratando de hacerme feliz. A veces todo el empeño no es suficiente porque hay historias que sencillamente no tienen que ser. Cerré el libro con la delicadeza que el amor que le tuve me permitió, y lo resguardé en un rincón de mi memoria al que ya no regresé.
Hasta ayer. Allí estaba, resuelto e inesperado, como cuando llegó a mi vida sin pretensión de ser lo que más tarde sería. Conservaba el mismo espíritu, ese tan único y socarrón que hace ya tantos años me atrapó entre sus palabras, ese del que me enamoré. Sonreí al verlo, claro, sonreí sin parar. Quise acariciarle la piel, palparlo con suavidad primero, estrecharlo entre mis brazos después. Me puse nerviosa al recordar su tacto y cerré los ojos liberándome en un largo suspiro. Me dejé llevar por su olor, envuelta en un aroma que me era demasiado familiar. Hay cosas que no se olvidan.
Tenía muchas preguntas… Lo abrí con sumo cuidado, no quería estropearlo ahora, no quería volver a perderlo. Lo hojeé buscando respuestas y me las concedió todas. Algunas ya las sabía, es verdad, pude intuirlas en su momento; otras fueron nuevas, como si la lectura hubiera cambiado con el tiempo. Aunque no son las letras las que cambian, sino nuestra manera de entenderlas. Me embargó una emoción desconocida, tranquila, sincera. Ya no me temblaban las manos al sostenerlo, ni se me quebraba la voz recitando sus pasajes. Pude volver a las páginas más doloras desde la paz del aprendizaje y me sentí profundamente orgullosa de cada renglón que escribimos juntos, incluidos los más torcidos.
Durante años me hizo descubrir todas las emociones posibles, todas. La intensidad que emanaba me arrastró hacia los abismos más excitantes. Cada capítulo era una aventura impredecible, una montaña rusa de sensaciones que no siempre tenía un final feliz. Pero fueron aquellos finales justamente los que me permitieron avanzar y llegar hasta este reencuentro con la seguridad de poder releer con tierna nostalgia e inmenso cariño aquello que un día dejé anestesiado en mi alma.
Él fue mi libro favorito, aunque a veces me guste titularlo como mi viejo gran amor.
Precioso, Cristina!!!!
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Leerte me ha dejado una sensación tan bonita que siempre se me hace corta.Escribes que engancha y siempre a mejor.Mama
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