El invierno más frío

Nunca había sentido tanto silencio en la casa. Un silencio denso, pesado, como si el vacío de tu ausencia se pudiera palpar con las manos. Como si la tristeza se hubiera adueñado de cada rincón, de cada cuadro, de cada mueble. Como si nuestro hogar lo fuera menos desde que no estás.

Y es que lo es.

Jamás hubiera podido imaginar lo que se siente ante la pérdida. A decir verdad, no me planteé antes tal posibilidad. Ni siquiera la noche en que pareció que iba a ser el día. Ese que el azar o la vida nos reserva a cada uno de nosotros. Sin embargo, no, no lo fue, aunque el susto nos durara algunas semanas en el cuerpo y yo me atreviera a escribir más tarde, con el corazón sosegado, al abismo de un latido. Quién me lo diría…

Quizá fue justo ese episodio, en el que casi sí pero no, lo que me condicionó para afrontar lo que vino detrás. Si habías podido con aquello, con tanto a lo largo de los años, por qué tenías que verte de nuevo contra las cuerdas de esa manera. Por qué una vuelta a empezar, sin tregua. Me pareció tan injusto que el destino no cejara en su lucha contigo… Que creí fervientemente que lo lograrías. Sin embargo, una serie de circunstancias malditas te jugaron en contra. Como si le hubieras ganado la partida al tiempo la vez anterior, desafiándolo. Y ahora él, molesto por haberte atrevido a arrebatarle parte de sí, quisiera derrotarte sin piedad. Hasta para eso fuiste un campeón, aunque en esta ocasión la prórroga fue demasiado corta.

Tanto como para no darme margen a procesar que podía pasar lo que pasó. Tan rápida como para no entender que la vida te sacude de la peor forma cuando menos lo esperas. Un instante que te cambia el curso de los acontecimientos, y lo que ayer era seguro hoy se derrumba bajo tus pies. Y no queda otra que seguir. Aunque sea un seguir hueco de sentido, de ganas, de ilusión. Un pasar de los días, por pasar. Un vivir por vivir. Sin ti.

Dicen que el tiempo, ese tic tac caprichoso que nos arrebató la oportunidad de seguir caminando juntos hace hoy un mes, ese mismo, será el que me ayude a sanar esta herida que me parte en dos. Aunque falta mucho para eso todavía… El desierto que siento en mi alma duele ahora más que nunca. Más incluso que los primeros días, cuando una extraña sensación de irrealidad se instaló en mi mente para poder soportar lo que pasaba. Me fui dejando llevar, casi flotando de una cosa a otra, inconsciente de lo definitivo que es que ya no estés. Pero esa neblina que me aturde y me sostiene a partes iguales, poco a poco se va diluyendo a mi alrededor. Asoman feroces las garras de los porqués, tras el velo de la amargura y el deseo de darle la vuelta a las manecillas del reloj. Me derrumbo ante la incertidumbre de los momentos nuevos que ya no viviremos y me envuelvo desesperada entre las sombras de todos los recuerdos que me hablan de ti en pasado. Una forma verbal en la que no te reconozco.

Hoy, entre suspiro y quejido, supuro desamparo, aflicción, orfandad y lágrimas. Qué invierno más frío me has dejado, papa.

Autor: Cristina CG

(De)formación periodista, me cubro y descubro según las circunstancias. Acumulo vivencias y archivo recuerdos. Tropiezo, caigo, escribo y me levanto. CRISTINA CG.

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