Carta al despreciable Paco Sanz

Te escribo estas líneas aun sabiendo que no las vas a leer, pero es que no tengo otra forma de vomitar todo el asco que siento hacia ti y hacia las personas que te han seguido, incitado o aplaudido en tu maquiavélica mentira. Si te soy sincera hasta hace algún tiempo nunca había escuchado nada acerca de tu existencia, ni de tu enfermedad ni de tu campaña para recaudar fondos que te salvaran la vida, supongo que la juventud me mantiene todavía algo ajena a los trances de la salud. Sin embargo, hace 4 años mi mejor amiga inició un proyecto solidario contra el cáncer. ¿Por qué? Porque su padre falleció en 2011 después de luchar contra la enfermedad, como desgraciadamente ocurre con miles de personas año tras año. Ella decidió que, aprovechando sus conocimientos tanto en el campo de la moda como empresarial, podía ser buena idea diseñar unas pulseras solidarias cuya recaudación sirviera como donación en la lucha contra el cáncer. Se puso manos a la obra con toda la ilusión que este tipo de proyectos genera: por el lado personal como un reto y un gesto altruista, y por el lado social con el aporte de un granito de arena que nunca viene mal.

Sus pulseras se hicieron realidad y comenzó una campaña de promoción visitando los hospitales de Barcelona (que es donde residimos) hasta las redes sociales. Debo decir que en algunas ocasiones su proyecto se vio rechazado simplemente por no llevar un sello famoso detrás, supongo que rinde más una campaña liderada por personalidades que por ciudadanos de a pie, pero ese tema no nos incumbe ahora. En otras ocasiones, sin embargo, consiguió que la escucharan y que su proyecto fuera valorado: SUPPORT Bracelets by Samburu* está presente, por ejemplo, en las actividades que el Hospital Vall d’Hebron organiza contra el cáncer cada año, entre otros eventos.

crimebanqueirosPero qué tiene que ver todo esto contigo, te preguntarás. Pues bien, fue precisamente en su campaña de promoción online cuando a través de Twitter os pusisteis en contacto. Llegasteis incluso a hablar por teléfono, le contaste la rara enfermedad que padecías y que te estaba provocando 2.000 tumores que ponían en serio riesgo tu vida. Le pediste ayuda, colaboración. Ella te dijo que de momento su proyecto estaba empezando y se centraba en la recaudación para asociaciones, puesto que los casos personales iban a ser difíciles de coordinar, pero que haría todo lo que estuviera en su mano por ayudarte. Seguiste en contacto con ella durante bastante tiempo, esperando que dirigiera sus donaciones a tu causa. Recuerdo cuando una tarde me preguntó afectada si conocía a un tal Paco Sanz y le dije que no. Entonces me explicó tu historia y lo conmovida que estaba, definitivamente ella te creía. Y como ella, muchas otras personas que ahora se sienten completamente estafadas y profundamente dolidas, y cabreadas.

Eres un cretino y un sinvergüenza. Cada vez que salen a la luz nuevos datos sobre tu caso me da más coraje pensar en la maldad que tienes y en la frialdad de tu familia que te ha permitido y ayudado a crear este asqueroso entramado de engaños a costa de la enfermedad. Donaciones a través de tu web, galas benéficas en tu honor, un libro publicado, personas anónimas aportando dinero, personalidades públicas dándote difusión y visibilidad. Y tú, riéndote de todos nosotros sin ningún tipo de complejo. Haciendo cortes de mangas ante la cámara antes de grabar los vídeos lacrimógenos; ensayando a las órdenes de tu novia el discurso de la tragedia; jugando con una sonda insertada en la nariz simulando estar encamado y moribundo. Llorando de dolor y suplicando por una esperanza que te aferrara a la vida.

Me repugnas. Me subleva ver cómo se puede llegar a ser tan cínico como para organizar semejante farsa. De momento has sido arrestado por delitos de estafa, blanqueo de capitales y apropiación indebida, pero es que el daño moral que gente como tú provoca en la sociedad es muy difícil de subsanar. Cuántas asociaciones pequeñas necesitan fondos que nos les llegan; cuántas familias con niños padeciendo carecen de recursos y se las ven y se las desean para salir adelante; cuántos se pierden por el camino y cuánto nos queda por investigar.

El dinero nunca sobra, Paco Sanz. Y cuando se trata de la salud, siempre falta más: por parte de los gobiernos, por parte de todos. Pero indeseables como tú empañan todo el trabajo de personas que, como mi amiga, inician un proyecto de ayuda por pura solidaridad. Por empatía, y porque a todos, por desgracia, los problemas de salud en algún momento nos alcanzan. El cáncer se llevó a su padre, y a mi tío aún no hace un año. Hay niños luchando por superar sus batallas con las mejores sonrisas; hay padres derrumbados, familias a las que la enfermedad, la que sea, les hace mucho daño. Y mientras tanto, tú estás pidiendo billetes «de los moraditos» mientras tu madre te palmea la espalda. Claro que sí, con dos cojones.

Pero qué vamos a esperar de alguien como tú, que ni sientes ni padeces. Ojalá la justicia te ponga en tu sitio y pagues lo que tengas que pagar con aquellos a quienes engañaste. De cobrarte lo miserable que eres la vida ya se encargará. De verdad, qué asco me das, Paco Sanz.

 

 

*Adjunto el link de SUPPORT Bracelets by Samburu para que podáis echarle un ojo al proyecto y colaborar con la compra de una pulsera cuya recaudación se destina a la investigación para la lucha contra el cáncer. ¡Entre todos podemos ganarle la batalla!

(Ya no) Se querían

Se querían con los labios desangrados, la piel tibia y las manos frías.

Se querían con la locura de los principios y el temor de tanta algarabía.

Se querían en las incipientes desdichas, en las improvisadas alegrías.

Se querían arañándose las vanidades con sonora egolatría.

Se querían con mentiras y silencios, con mochilas llenas y palabras vacías.

Se querían a trompicones, sin valor y con argumentos que nadie más defendía.

Se querían como tontos, como siempre prometían que se amarían.

Se querían como ingenuos, confundiendo pasión y compañía.

Se querían en la oscuridad de cualquier camastro, al amanecer en aquella playa, por los rincones al mediodía.

Se querían con astucia, algún desprecio y demasiada cobardía.

Se querían en la furia, derribando sus muros sin paz ni armonía.

Se querían húmedos y calientes, y de igual forma también se prendían.

Se querían en el odio y el rencor, en el destierro y en la melancolía.

Se querían sin tan siquiemargaritara saber quererse, pero lo hacían con el alma y a sangre fría.

Se querían tanto que batallaron todas las guerras de lo imposible y de la apatía.

Pero en aquel camino de infortunio perdieron poco a poco el sentido de sus días…

Y queriéndose de tal forma supieron que llegado el momento con un quedo «hasta aquí» les bastaría.

Se habían querido tanto, tanto, tanto… Que una mañana, sin más, ya no se querían.

Me duele

Me duelen los ojos de llorarte a escondidas consumiendo tristeza mientras destilo fingida alegría.

Me duelen las manos vacías de tu tacto, despojadas de sentido ahora tan inertes y frías.

Me duelen los labios resecos sin tu aliento murmurando palabras calladas en agonía.

Me duele el pecho al inhalar tu ausencia que me quiebra sin tregua las noches y me araña los días.

Me duele la piel áspera y hecha jirones, huérfana hoy de tus serenas caricias.

Me duele el hueco que dejas entre mis dedos faltos de garra para avanzar con valentía.

Me duelen las piernas4205b00057d4516374c679d983459905 caminando temblorosas por estas calles que se niegan a ser mías.

Me duelen los pies quietos cuando les prohíbo sin convicción girar sobre sus pasos, condenándome a esta lejanía.

Me duele sin clemencia esta tortura que me aprieta el alma alternando sinrazón y apatía.

Sin poderte respirar, besar y tocar… Me duele la vida que pasa sin ti, qué maldita ironía.

¿Las amantes también lloran?

Si entre todos los roles que puede desempeñar una mujer destaca uno por mal considerado y tratado es el de su papel como amante. Esa mujer que se mete en medio de dos para destrozar la vida bucólica de una pareja perfecta sin reparos ni remordimientos. Esa mujer fría que calza tacones de aguja y vestidos de cuero, que usa lencería a prueba de bombas y que no tiene pudor ni vergüenza. Esa es la amante, reencarnación de Satanás. Y sin embargo no hace mucho escuché el testimonio de una de ellas y hoy me pregunto si todas esas mujeres que se enredan de esa manera tienen realmente genes luciferinos. Porque sí, haberlas haylas, como las meigas, pero supongo que no todas responden al mito del látigo y el desaire sino más bien al de unas pobres infelices que creen que todo lo que ese hombre les dice y les da es único y exclusivo por y para ellas.

Pero eso no es así, y aunque suene políticamente incorrecto en una sociedad machista donde la mujer es siempre la culpable, ellas también suelen formar parte del engaño.

No es fácil entender qué lleva a un hombre a buscar algo que en teoría ya tiene. Puede que la rutina en pareja lo consuma y necesite un revulsivo; puede que con su mujer no experimente por pudor o respeto más de lo establecido; puede que le urja un aumento de autoestima o reconducir su ego masculino mediante las atenciones de una fémina… Lo de sentirse más «machito», que diríamos en mi pueblo. Quizá después de tantos años ya no está enamorado pero le atan demasiados vínculos de otra índole mucho más inquebrantable y en vez de romperlos se lanza a la infidelidad. O puede simplemente que sea un cabrón aprovechado.

¿Y ella? ¿Por qué se mete una mujer en semejante terreno pantanoso? ¿Será por curarse el despecho hacia otros? Puede que sea por diversión y sed de tentaciones. Igual es por la adrenalina de lo prohibido, el morbo o la comodidad de unos ratos de pasión sin compromiso. Quizá es necesidad de atenciones, aburrimiento o incapacidad para evitar un nefasto enamoramiento. O simplemente puede que igual que él, ella sea también una cabrona.

PIERNAS BAJO LA MESA

La cuestión es que sean quienes sean esos dos que se juntan, en realidad la sombra de ser tres nunca se extingue a pesar de los juegos, los silencios y las mentiras. Se arriesgan creyendo tenerlo todo bajo control hasta que en un descuido inoportuno la aventura se les va de las manos. Ya dicen por ahí que estas cosas siempre terminan como el rosario de la aurora y que uno, dos y tres terminarán en su soledad llorando. Cruz de navajas por una mujer, que diría Mecano.

Lo más empático en estos casos es ponerse en el lugar de la engañada, la que quién sabe durante cuánto tiempo lleva luciendo invisible su triste cornamenta. Qué terrible situación ser la última en enterarse de los escarceos sexuales de tu compañero de vida. Luego lo tenemos a él, responsable número uno de la tragedia, como perro abatido pidiendo perdón por esos estúpidos ratos de sexo sin más. Qué manera de destrozar su maravillosa y segura vida conyugal… ¿Porque sólo fue sexo, verdad?  Y luego está ella, la hija de Satanás que se metió en una cama ajena sin calibrar daños ni perjuicios, sin ni siquiera pensar. Ah, pero con alguna licencia supongo, porque nadie entra donde no le dejan entrar.

Y tras escuchar ese testimonio de tres, como tantos otros que hay, pienso en la amante, tan altiva ella y tan segura de dominar hasta el más mínimo sentimiento, si es que lo tiene. ¿Lo tiene? He ahí su problema: sentir. Sentir que duele la despedida y los días condenados al silencio; sentir que nunca llegará a formar parte de su bonita vida en familia; sentir que no es ella la que está en los amaneceres; sentir que por la calle se miran como extraños; sentir que nunca tendrá una escapada, un regalo con remite ni una simple película en el cine; sentir que es la mujer oculta, el plan B, la segunda opción. Sentir que ella no se merece los calificativos cariñosos, los «amores», «cielos», «cariños» y «vidas», sino los sexuales y provocativos. Sentir, en definitiva, que ella no es nada en ese triángulo desastroso.

Y sin embargo, es mucho. Es el resorte para hacerlo estallar todo en pedazos. Es la culpable de las noches en vela y la intrusa que todo lo sabe, consciente de la situación o de buena parte de ella. Porque a veces, lo que ella tampoco sabe es que igual que él le regala los oídos y la complace con fervor haciéndola sentir especial, cuando regresa a casa también lo hace así con su mujer. Como Dios manda, como así está establecido, como tiene que ser.

Y mientras siga girando esa ruleta rusa de encuentros furtivos, amores en tercia y despecho mal gestionado, en silencio como siempre, sin derecho a la réplica y con toda la culpa apretada en su regazo, esas amantes que sienten de más seguirán llorando.

 

Llueve, amor, duele

lluvia2Llueve. Las gotas resbalan por su cara y se funden en su boca, tan saladas ellas. Un relámpago la deslumbra y sus ojos se ciegan durante una décima de segundo. Un trueno estremece su cuerpo, la asusta, la impresiona. Llueve aún más, con furia, con ganas. El viento sopla contra su ventana queriendo traspasarla hasta alcanzarla. Su reflejo demacrado ante el cristal la hace llorar. ¿Ésa es ella? No se reconoce entre tanta tristeza. ¿Dónde quedaron sus eternas ganas de reír? ¿Dónde se escondió su alegría, su fuerza? Ya no tiene nada, parece que ni tan siquiera lágrimas por derramar. Pero miente, todavía moran lágrimas rebeldes en esos cansados ojos negros, aún queda agua dentro por derramar. Agua estancada tiempo atrás, agua contenida en su cuerpo como una presa a punto de reventar.

Hoy que las nubes descargan la lluvia aliviadas, ella necesita también soltar su agua para liberarse de ese estigma que no la deja avanzar, pero un nudo en la garganta la sujeta con firmeza conteniéndole las penas hasta ahogarse en ellas. Confundida ve pasar a la gente por su calle, tan transitada siempre, tan llena de vida. Unos corren, otros hablan, otros ríen y probablemente alguno llora. Cada quien portando una mochila cargada de buenas y malas experiencias, pesada o liviana pero siguiendo adelante. Y ella, en cambio, se mantiene encerrada en el baúl del recuerdo en el que alguien un día la metió arrojando la llave de su libertad al fondo del mar. Tan prisionera como resignada, la comodidad de sentirse retenida la exprime hasta dejarla seca y débil. Ausente de todo, viendo avanzar los días en un abismo de locura gris, inmersa en esta lluvia que la moja pero que ya ni siente. No hay más que mirarla a los ojos para descubrir un océano turbio y revuelto tras ellos, un océano que intenta disimular pintando sonrisas fugaces con carmín. Ella no puede permitirse estar mal, no puede flaquear ante nadie porque nunca lo hizo y ya ni siquiera sabría cómo hacerlo… Siempre fuerte, segura y poderosa ante los demás. Pero frágil su alma se rompe silenciosamente como aquella pequeña taza de porcelana tan inalcanzable como quebradiza que todos odiábamos.

Un trueno, otro más. Un grito contenido y un respingo, aunque no lo suficientemente fuerte como para abrir sus ojos increíblemente apretados. Silencio. No quiere nada, no es nada, no siente nada. Tan vacía de emoción y tan llena de agua. Otra gota contra su ventana mientras ruedan sobre su rostro muchas más, buscando las cicatrices invisibles que aquellos labios en otros tiempos dejaron en su cuello. Pero las lágrimas caen en precipicio mojando el suelo de su habitación tal como se forman los charcos al otro lado de su dorada jaula. Las compuertas de su alma se resquebrajan al compás de este goteo lento pero incesante que saborea su piel queriendo alargar y embellecer la condena de su pesadumbre. Suavemente, sin torrentes ni sollozos. Una pausa y poco a poco otra lágrima construye de nuevo ese camino de sal por su mejilla izquierda. Siempre es primero el lado izquierdo, el del corazón, el del dolor. A ella le sigue otra, por el mismo sendero que la anterior. Parpadea intentado salvar la inundación de sus ojos mientras se muestra tan tranquila… Mucho más que el viento que azota los árboles del jardín, porque no hay huracán que pueda hacerla mover esta noche. Anclada, atada, aprisionada. Tan fría, conteniendo la respiración y tan quieta que parece a punto de morir. El aire intenta volver a ella a través de su ventana como un soplo de vida o de esperanza. Pero de nuevo frente a su reflejo borroso, distorsionado, roto de dolor, intenta una sonrisa y sólo consigue trazar muecas desfiguradas que no dicen nada. Busca despertar un destello en su mirada al recordar quién fue en otra vida, cuando el sol brillaba cada mañana, cuando se bañaba de luz, cuando lloraba de alegría y no de miedo. Aquella vida lejana en la que las ilusiones eran más fuertes que los temores, y los nervios eran de emoción y no de angustia. Cuando se mecía suavemente con la brisa marina y miraba al cielo siempre sonriente y esperanzada. Cuando su realidad era tan distinta que hoy en el desconcierto se pierde y se marea. No sabe quién es en realidad ni tampoco cuándo y cómo acabará esta eterna noche de lluvia y helor, no tanto allá afuera como en su alma.

Suena una melodía antigua de fondo, tremendamente romántica… Se deja envolver por su sonido, que confundido con el murmullo de la lluvia la empuja hasta él. Enredada entre tantas dudas se pregunta si fue real o nada más se enamoró de una maravillosa mentira. Lejos quedan ya aquellas noches de miradas, caricias y pasión… Y aunque sabe que es insano intentar reproducirlas en la soledad de su cama, con palabras que prenden y sin aquel cuerpo que la alivie, no puede dejar de desearlo. Pero ¿qué le queda? Seguir amándolo a oscuras, en secreto y en silencio. Guardando ese amor en su alma, protegido hasta de ella misma, porque a veces confesarlo duele más que callarlo.

A nadie le importan sus lágrimas porque nadie sabe de ellas. Ella es su dueña, ella las sufre, ella las posee y ella las retiene. Son suyas igual que sus penas, sus desdichas, sus vacíos y sus miserias. Esta noche se consume entre susurros y sollozos esperando tras su ventana sabiendo que ni un milagro se lo traerá. Es por eso que llueven sus ojos, y es por él que llora su alma.

Vuelve.

Carta a mi ‘Titi’

Tenemos la fea costumbre de llegar tarde a los momentos: nunca decimos lo que queremos cuando queremos, no sabemos gestionar los tiempos, nos arrepentimos demasiado tarde, no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos ni le damos confesión al alma cuando aún podemos. Por miedo, vergüenza, desgana o quizá por demasiada seguridad. Creemos que todo va a ir siempre bien, que habrá tiempo para hablar y para amar, otro día más, mañana mejor, ahora no puedo, después nos tomamos ese café. Pero la vida no tiene condescendencia y lo que no haces, dices o sientes en su momento te pasa factura más adelante, quizá cuando ya no hay vuelta atrás. ¿Y entonces? Entonces, el arrepentimiento.

No sé si esto que hoy escribo es una forma de alivio personal o de conformismo con la situación pero espero no llegar demasiado tarde para que escuches todo aquello que nunca dije. Para que escuches, por ejemplo, que el primer recuerdo que tengo de ti se corresponde con la imagen vaga y difusa de un hombre que vino de lejos, al que en mi casa llamábamos «titi»en vez del tradicional «tío» y que siendo yo la pequeña de la familia me vi obsequiada con el juguete de moda por aquellos inicios de los 90: un muñeco llamado Penique, vestido de marinero, flexible y casi de mi tamaño. Supongo que a esa edad lo que cuenta son los regalos y poco más puedo recordar de aquella primera vez.

IMG_20150825_131501Por la distancia geográfica y otros azares durante años sólo fuiste aquel tío casi intangible para mí que vivía lejos en el exotismo de una pequeña ciudad al norte de África, porque durante mi infancia yo no tuve la fortuna, como sí mis hermanos, de acumular vivencias reales junto a ti y los tuyos. A mí me tocó otra época, otras circunstancias, mi niñez sin Melilla, mis raíces cortadas. Hasta que de nuevo por otros azares ese lazo se fortaleció y las visitas se hicieron más seguidas, la sangre más auténtica y mi sentimiento de pertenencia a esa tierra tuya y también mía mucho más profundo.

Veranos, bodas, viajes de la nada y porque sí… Compartiendo momentos de risas, de alegría y sobre todo de optimismo y vitalidad, porque ese eres tú. Ese eres y siempre serás aunque el cáncer te mine hasta el tuétano y ya ni aliento de fuerzas puedas espirar.

No me imagino qué pasa por la mente de alguien que sabe lo que viene, que tiene tiempo para ver el final y que lo sufre como lo estás sufriendo tú, pero supongo que uno echa la vista atrás para enorgullecerse de cosas, arrepentirse de otras, y preguntarse alguna más. Y entre esas cuestiones yo sé que te preguntas qué pensamos de ti. Pues bien, lo primero que pienso de ti es que eres un superviviente nato. Un hombre luchador y optimista hasta el extremo, seguro de su valía y de que todo va a ir bien. Buscador de soluciones, más o menos acertadas imagino que como todos, pero siempre hacia adelante. Incluso cuando la enfermedad llamó a tu puerta no fue más que «un bicho» que ibas a matar. Pero a veces la vida, por más ganas que le eches, termina siendo muy puta.

Recuerdo anécdotas que me ha contado mi madre de vuestra infancia: tu forma tan especial de nombrarla, tus palabrejas cuando empezabas a hablar y lo difícil que era entenderte, tus travesuras épicas, siempre en movimiento, siempre inventando qué hacer. Imagino que lo que uno es de niño lo lleva siempre dentro, pulido por los años y la experiencia quizá, pero no deja de ser la esencia de todos nosotros. Por eso de adulto, que es lo que los demás conocemos de ti, has seguido siendo ese hombre impetuoso, de genio y figura, de chistes, de voz fuerte y de mirada socarrona.

Y con ese tú me quedo yo.

Ahora que todavía tengo tiempo quiero que sepas que eres realmente importante para mí y para quienes han tenido el placer de conocerte. A lo largo de la vida no faltan los acompañantes, sobre todo en los tiempos de dicha, pero son aquellos que quedan al final los que revelan quién fuiste. Y tú has tenido que hacer las cosas muy bien para que tu mujer, tus hijos, tus nietos, tu hermana, cuñados y sobrinos, y tus amigos de cuna, juventud y vida sigan estando contigo en tu lucha y en tu paz.

Sólo las buenas personas consiguen tener eso y tú, Titi, nos tienes a todos.

Siempre nos vas a tener.

A %d blogueros les gusta esto: