Llegas con ese aire pillo que me desbarata,
y pienso en todos aquellos que hablaron de catástrofes,
tsunamis, finales de un mundo errante,
y no, no era todo eso lo que venía,
eras tú.
Me besas rápido primero,
para que te ruegue más,
y me torturas con un juego de guiños y esperas,
de dulces palabras.
Y te veo ante mí,
y ya no hay nadie alrededor,
solos tú y yo,
el amor y nuestras ganas.
Un beso, y otro, tan lento como suave,
se desliza por mi cuello,
recorriéndome la espalda,
en busca de ese abismo trémulo
que habita al final de mis nalgas.
El escalofrío responde que sí
y la respiración entrecortada
se acelera con los latidos
que provocas bajo mi falda.
Sientes el hormigueo que me eleva
y te busco la boca desesperada,
mientras bailamos juntos nuestra mejor canción,
haciendo cómplice a la madrugada.
Contamos lunares a la par que minutos,
temiendo el final de la noche,
ese intruso en forma de adiós
que no da treguas sino reproches.
Me gusta tanto este día…
Pero me aterra también el mañana,
si la ausencia, el vacío, el silencio,
se adueñaran de nuestra calma.
La cordura me pide prudencia,
calla, no digas nada,
pero la mentira no encuentra refugio
en el ámbar de tu mirada.
Por ti daría otra vuelta al mundo,
al fin lo digo como lo siento,
llévame a donde vayas.
Y tú sonríes nervioso,
y yo me muerdo el labio,
disimulada,
qué loca ¿verdad?
Siempre tan impulsiva, tan arriesgada…
Pero lo cierto es que la piel se te eriza al rozarme
y suspiran alerta tus pensamientos,
y ya no sé si es porque no me crees
o porque te asusta estar tan de acuerdo.
Entonces llega el momento
y comienza la cruda batalla
en tu mente misteriosa,
tremenda encrucijada
entre la inercia ya hueca del deber
y la felicidad que de nosotros emana.
Porque es inútil que niegues
lo que tus ojos delatan
cuando a solas, sin miedo,
sin nada,
sigo siendo yo quien habita tu alma.