Positivo

Primero lo sintió su cuerpo, luego lo supo su alma. O quizá fuera al revés, qué importa. Días después la inevitable doble rayita del test lo confirmó: positivo.

La incertidumbre se diluía al son de su propio goteo, mojando el lápiz mágico, mientras se coloreaba irremediablemente. Pero ese miedo que aguantó y calló durante tantos días de cambios, extrañas sensaciones, altibajos y contradicciones, pasó a ser mera confusión cuando el resultado se tambaleó entre sus dedos como un débil papel. Y a la par, ese mismo miedo, ese nuevo desconcierto, esa esperada certeza de lo que estaba ocurriendo en su interior, dio paso a una lágrima que lenta y suavemente rodó por su mejilla izquierda. No era tristeza, ni dolor, ya ni siquiera era alarma. Pero tampoco era arrebato. Sólo lágrimas tranquilas, consecuentes, espontáneas y puede que hasta algo vacías de sentimiento, brotando precisamente de un cuerpo lleno.

Positivo.

Se miró en el espejo, desnuda, enfrentada a su propia imagen. Sus pechos se mostraban algo más hinchados y turgentes, su sensibilidad marcada a flor de piel. La tensión en el bajo vientre cubría el sobresalto que sentía con cada extraño pinchazo, como si algo quisiera rasgarle, estirarle las entrañas para ampliar un espacio hasta entonces virgen y hueco. Síntomas similares a otros ya conocidos pero a la vez tan nuevos que la llevaban a pensar que todo eso era irreal, que no estaba pasando, que en cualquier momento iba a despertar de ese letargo mezcolanza de éxtasis y pesadilla. Pero no, su instinto lo sabía y esa vocecilla que le retumbaba la mente y el corazón no le dejaba lugar a dudas: ella ya no era ella y nunca más volvería a serlo. Porque ahora eran ella y su precipitado futuro apremiante e incierto…

Positivo.

Se tumbó en la cama en silencio con la intención de percibir algo, simplemente algo. Cerró los ojos y posó sus manos sobre su vientre con la absurda esperanza de notar la realidad. Pero las patadas que anticipadamente quiso sentir no eran más que los golpes emocionales que se daba tratando de poner en orden su mente porque una nueva vida tan inesperada como repentina así se lo exigía.

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¿Por qué ahora? ¿Por qué así? Se murió de risa y de nervios, pero también tuvo miedo. A verbalizarlo, a escucharse anunciarlo en voz alta, a compartirlo con el mundo y a confirmárselo a él. Pero sobre todo a sí misma. Esa extraña alegría que racionalmente no debía sentir, ¿o sí? Esa maldita pena bochornosa de las explicaciones calladas y las llamadas al viento, de los porqués. Ese temor sonoro, esa imaginación ingenua, esa revolución perfecta. Esa increíble sensación de paz y sosiego en medio de un auténtico caos. Ese imprevisto tan deseable como condenable le llegó una noche tan única y especial como otra cualquiera. La noche que una pasión desmedida le viró su camino sin saber que a partir de entonces iba a ser tan duro como reconfortante.

Tan positivo.

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