Generación 3.0

Miro a mi alrededor y tengo la sensación de que cada vez somos más cómodos. Queremos tenerlo todo y sin embargo no concedemos nada ni le ponemos un poco de esfuerzo a los asuntos del corazón. Nos retraemos, nos protegemos. Somos unos malditos estrategas y las nuevas tecnologías nos están haciendo demasiado daño.

Queremos llenar Instagram con «¡buenos días, princesa!» y cafés para dos, pero por lo general nos vamos antes del desayuno, no sea demasiado comprometido eso de compartir también las mañanas. Nos gusta generar likes perfectos y airear a los cuatro vientos nuestra felicidad de dedos entrelazados y abrazos ensayados pero en realidad es nuestro propio ego lo que alimentamos. Porque detrás de los filtros no pretendemos darnos la mano más de la cuenta, que ya se sabe que luego te agarran todo el brazo y no hay quien se suelte.

Rastreamos Facebook y Pinterest buscando pistas que nos ayuden a acercarnos al otro de forma estúpidamente ‘casual’ en vez de preguntarle directamente por sus aficiones, su día a día o sus frikadas. Eso sería mostrarle demasiado interés así que hacemos como si nada nos importara, que no se nos note, que yo paso de todo y de ti, y soy inmune al amor. Y en el fondo como idiota te mueres por dentro, pero la apatía emocional es lo que se lleva ahora. Y cuanto más frío te muestres, mejor.

Queremos tener a alguien con quien ir al cine cualquier noche y a tomar una cervecita en el bar de abajo los domingos, pero no a alguien que tenga mal despertar los lunes y dolor de cabeza tras una larga jornada los jueves. Queremos un acompañante para bodas, bautizos y demás eventos sociales pero sin planes de futuro, que no estorbe cuando necesitamos nuestro espacio íntimo o incluso salir de fiesta solos, porque seguimos siendo almas libres y alardeamos de soltería mientras en nuestro interior algo llamado corazoncito nos hace reproducir frases de Benedetti escritas en murales callejeros.

Lanzamos ironías y entre risas nos burlamos de las parejas que ya han pasado por el altar sin entender muy bien en qué momento decidieron tirar su loca juventud a la basura, cuando lo que nos gustaría es ser esas raras excepciones que comparten precisamente esa juventud de a dos en vez de ocultarnos tras esta fachada de adolescentes de treintena.

Tratamos de moldear a las personas como si de configuraciones de software se tratara para que encajen en nuestro aquí y ahora impaciente, olvidando que la magia de las relaciones reside precisamente en irse descubriendo poco a poco, adaptando caracteres con humildad y no porsexo_con-robots-relaxiones-sexuales-forex-dinero-pareja-artificial intereses. Y luchando, claro que sí, por sostenernos cuando las cosas se ponen difíciles en vez de borrarnos del mapa con un simple click.

Almacenamos conquistas sin valor y chats subidos de tono. Mandamos fotografías que se autodestruyen a los 10 segundos porque eso es lo que nos dura la emoción. Quedamos en los bares para hablar de nada sin mirarnos a los ojos y después esperamos que suene el pitido de whatsapp por distracción. Nos pasamos horas tecleando pero cuando ya no nos interesa, cuando nos aterra, cuando nos aburre… ¡Pum! Tan sencillo y tan mezquino como dejar en visto la conversación.

Vivimos deprisa con amores de usar y tirar porque no queremos estar ni solos ni acompañados, pero a todos nos gusta gustar. Jugamos con los sentimientos como al Candy Crush y buscamos defectos en el prójimo por pura autodefensa. Confiamos en que a todos nos va a llegar eso que merecemos pero nunca estamos satisfechos con lo que encontramos y nos limitamos a curarnos la soledad de cama en cama llenando ese vacío con una falsa sensación de intimidad. Que no es lo mismo desvestirnos que desnudarnos.

Dejamos pasar los trenes por miedo a arriesgar, aunque sepamos que en ese tren viaja quien más lucha por quedarse en nuestra estación para siempre, sin tácticas oscuras ni dobles sentidos, simplemente por puro amor. Pero estúpidamente le negamos constantemente esa oportunidad, no es momento para la intensidad.

En este mundo tan increíblemente interconectado lo que nos da miedo es precisamente llegar a conectar con alguien tanto como para sentir que empezamos a perder el control de nuestra cómoda y frugal existencia. Queremos vivir enamorados de la vida, de la risa, de los viajes y de los conciertos pero se nos olvida que en el pack de la dicha también se incluye el amor en las lágrimas, las discusiones, las malas caras, los problemas personales, el drama y los bajones.

Qué fácil tenemos ahora las comunicaciones, las relaciones, el conocer gente, el estar en contacto… Hay mil aplicaciones que nos ayudan, bendita tecnología. Pero qué difícil nos lo ponemos cuando se trata de dar el salto al mundo real para ofrecer nuestro tiempo por el simple gusto de disfrutar con alguien, de hablar de lo que nos importa y de emocionarnos de verdad.

 

 

Visto y no visto.

Tienes dos palomas azules esperando alzar el vuelo pero mucho te temes que ya están más que estrelladas. No son las primeras ni serán las últimas, lo sabes, simplemente son tus dos palomas del momento, con más o menos importancia, elegidas hoy para rendirle homenaje a todas aquellas que antes y después también fueron y serán sacrificadas en silencio.

Primero partió una paloma en solitario buscando el camino. Al rato se le unió su compañera gris portando el mensaje que les encomendaste. A veces tus palomas grises se mantienen en la espera durante horas, retenidas nunca sabes si por las circunstancias o por estrategia, o por un poco de todo. Pero normalmente a tus palomas se les permite liberar su carga y se tornan azules. Un azul limpio que invita al alivio: ya lo leyó.

doblecheckPero ese azul empieza a verse negro conforme pasan las horas y a tus palomas nadie les dice ni pío. Se te cuelan en la mente con un aleteo constante y temido, y por mucho que te distraigan otros pájaros no dejas de pensar qué habrán hecho tus pobres palomitas para merecer tanto desprecio.

Así que revisas la conversación buscando el fallo, TU fallo, que desencadenó este huracán de silencio tan de repente. Pero no lo encuentras, todo parecía en calma, era divertido, ameno, distraído, a ratos la risa, a ratos lo serio… Bien, normal, casual. «Bueno no pasa nada, la gente está ocupada…» Esos argumentos que te repites cual dogma para mantener la esperanza y matar el miedo por haberla cagado sin saber muy bien cuándo, cómo o por qué.

Aquí cada cual con su paciencia aguanta más o menos, pero a todos nos llega un punto en el que decidimos que ya es suficiente, no se puede estar tan ocupado como para no poder contestar, ¿no? Maldito whatsapp. Cuando pasan horas, muchas horas, y controlas (porque lo haces aunque lo niegues) esas últimas conexiones que encima son constantes pero tus palomas siguen quietas en la jaula se te activan dos resortes: o te hundes más en la miseria o lo mandas a tomar viento con sus dichosas aves.

Si escoges la primera opción volverás a revisar letra por letra todo lo que dijiste comprobando las mil entonaciones posibles, tratando de encontrar el puñetero error, siempre TU error, que ha provocado esta situación tan incómoda como triste. Tendrás la tentación de mandar nuevas palomas en son de paz disculpándote por una guerra que ni siquiera sabes si existe, o pidiendo explicaciones para tanto mutismo. Puede que al hacerlo consigas un bonito baile de alas despreocupado, como si tal cosa, y la comunicación retomará de nuevo su cauce riéndote de lo tonta que eres imaginando lo que no es. Hasta nuevo aviso…

O puede que, cuando te arriesgues pidiendo una mísera explicación para intentar salir de ese ostracismo al que sin sentencia te han condenado, a aquellas primeras palomas tan desdichadas se les unan otras nuevas abocadas al mismo final. Más azules si cabe, ignorada con más éxito. ¡Bravo!

Entonces lo que sigue, después de abrir y cerrar whatsapp casi poseída por el nervio y quedarte mirando ese nombre como si por mucho verlo telepáticamente algo se fuera a reactivar, es pasar el duelo. Llora por ellas, entra en cólera si es necesario, expulsa tu rabia, vuelve a llorar. Tus palomas están vistas y muertas, sí, pero sacúdete el sentimiento de culpa y cédele el turno a la segunda opción. Porque seguramente tú no dijiste nada tan inadecuado como para merecer esto y si así fue, que te lo digan claro. No hay peor sensación que darle vueltas a algo con la rabia y la pena del desconocimiento, esperando ese pitido que de repente ha dejado de sonar sin que nadie te explique por qué, ¿verdad?

Definitivamente en esta era de las comunicaciones de lo que más carecemos es, curiosamente, de comunicación. Nos refugiamos tras unas palomas que van y vienen, tecleamos para no hablar, gestionamos las conversaciones a nuestro antojo sin pensar en la preocupación del otro, dejándolo con la palabra en los dedos sin piedad. Cierto, estamos ocupados y somos despistados. Pero tampoco nos pasemos con los desaires al prójimo, porque a veces ese visto y no visto duele mucho más.

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