Encanto traicionero

«Me encantas» le susurraba él al oído mientras le acariciaba la espalda desnuda. Ella sonreía y se mordía el labio inferior antes de confesar «y tú a mí».

Aquella declaración de intenciones les hizo olvidar durante horas su otra realidad. Jugaron a quererse esos ratos sabiendo que tras ellos volverían a ser como dos extraños que se miran sin más. Siguiendo sus vidas sin ton ni son esperando volverse a ver en algún momento, rompiendo la rutina en cualquier lugar.

No era la primera vez que se veían como fugitivos. Llevaban tiempo buscándose como el perro y el gato aquí y allá, él sin valor para romper y ella con miedo de estallar. Ni contigo ni sin ti, se habían acostumbrado a esa maldita brevedad que a su vez aumentaba el deseo en cada nuevo encuentro, donde él la consentía y ella se dejaba llevar. Donde él controlaba por completo y ella en su desnudez se empezaba a desordenar. Luchando constantemente por mantenerse alejados de esa línea roja que mata sin darse cuenta de que aquella línea hace muchos encuentros que quedó atrás.

Ninguno confiesa anhelos ni pecados y sólo se hablan a los ojos al hacer el amor. Eso les bastó siempre, aunque quizá ya no… Evitan las palabras que duelen por temor a estropear esos efímeros momentos entre mentiras y recuerdos. Ríen, es cierto. Ríen en la cama y en el café de después. Y sin embargo están tan tristes… El mismo fuego que les arde es el que termina consumiéndoles.

«¿Hasta cuándo?»- se pregunta ella en soledad viéndolo alejarse de nuevo entre las cortinas de un silencio incómodo al que ni siquiera puede hacerle reclamos. ¿Derechos? ¿Amor? Qué impotencia no saber decirse qué (se) quieren y tener que conformarse con pasajes secretos y relojes contando siempre hacia atrás.

Cuando las horas se agotan algo imperceptible se quiebra en el lugar pero luciendo su mejor sonrisa ella pide con inocencia un poco más. Más tiempo compartido, más cafés juntos, algún paseo a la orilla del mar… Sin embargo, sabiendo bien que no es posible, creyéndolo a pies juntillas y guardando la vulnerabilidad para otro momento no insiste y se conforma dignamente con la cruda realidad. Sin lágrimas en los ojos, él dice que tiene que irse y ella vuelve a ocupar su sitio en la parte de atrás.

Lo que no sabe es que el mismo que la prende con palabras y caricias, el mismo que siempre la ansía, ése que se queja porque quiere pero no puede, esta vez IMG_20150214_161941le miente con descaro y la cambia a ella por un deseo súbito de soledad que no pregunta ni reclama, que no hace berrinches ni molesta demasiado en su vida cotidiana. ¿Será?

Ella, conformista con esta ruleta de tiempos, silencios oportunos y excusas malbaratadas sigue adelante como siempre. Hasta que descubra la tremenda jugada y en el próximo «me encantas» que él le susurre al oído mientras le acaricie la espalda, ella sonreirá de nuevo mordiéndose el labio inferior… Pero ya no podrá contestarle nada.

 

 

 

 

Llueve, amor, duele

lluvia2Llueve. Las gotas resbalan por su cara y se funden en su boca, tan saladas ellas. Un relámpago la deslumbra y sus ojos se ciegan durante una décima de segundo. Un trueno estremece su cuerpo, la asusta, la impresiona. Llueve aún más, con furia, con ganas. El viento sopla contra su ventana queriendo traspasarla hasta alcanzarla. Su reflejo demacrado ante el cristal la hace llorar. ¿Ésa es ella? No se reconoce entre tanta tristeza. ¿Dónde quedaron sus eternas ganas de reír? ¿Dónde se escondió su alegría, su fuerza? Ya no tiene nada, parece que ni tan siquiera lágrimas por derramar. Pero miente, todavía moran lágrimas rebeldes en esos cansados ojos negros, aún queda agua dentro por derramar. Agua estancada tiempo atrás, agua contenida en su cuerpo como una presa a punto de reventar.

Hoy que las nubes descargan la lluvia aliviadas, ella necesita también soltar su agua para liberarse de ese estigma que no la deja avanzar, pero un nudo en la garganta la sujeta con firmeza conteniéndole las penas hasta ahogarse en ellas. Confundida ve pasar a la gente por su calle, tan transitada siempre, tan llena de vida. Unos corren, otros hablan, otros ríen y probablemente alguno llora. Cada quien portando una mochila cargada de buenas y malas experiencias, pesada o liviana pero siguiendo adelante. Y ella, en cambio, se mantiene encerrada en el baúl del recuerdo en el que alguien un día la metió arrojando la llave de su libertad al fondo del mar. Tan prisionera como resignada, la comodidad de sentirse retenida la exprime hasta dejarla seca y débil. Ausente de todo, viendo avanzar los días en un abismo de locura gris, inmersa en esta lluvia que la moja pero que ya ni siente. No hay más que mirarla a los ojos para descubrir un océano turbio y revuelto tras ellos, un océano que intenta disimular pintando sonrisas fugaces con carmín. Ella no puede permitirse estar mal, no puede flaquear ante nadie porque nunca lo hizo y ya ni siquiera sabría cómo hacerlo… Siempre fuerte, segura y poderosa ante los demás. Pero frágil su alma se rompe silenciosamente como aquella pequeña taza de porcelana tan inalcanzable como quebradiza que todos odiábamos.

Un trueno, otro más. Un grito contenido y un respingo, aunque no lo suficientemente fuerte como para abrir sus ojos increíblemente apretados. Silencio. No quiere nada, no es nada, no siente nada. Tan vacía de emoción y tan llena de agua. Otra gota contra su ventana mientras ruedan sobre su rostro muchas más, buscando las cicatrices invisibles que aquellos labios en otros tiempos dejaron en su cuello. Pero las lágrimas caen en precipicio mojando el suelo de su habitación tal como se forman los charcos al otro lado de su dorada jaula. Las compuertas de su alma se resquebrajan al compás de este goteo lento pero incesante que saborea su piel queriendo alargar y embellecer la condena de su pesadumbre. Suavemente, sin torrentes ni sollozos. Una pausa y poco a poco otra lágrima construye de nuevo ese camino de sal por su mejilla izquierda. Siempre es primero el lado izquierdo, el del corazón, el del dolor. A ella le sigue otra, por el mismo sendero que la anterior. Parpadea intentado salvar la inundación de sus ojos mientras se muestra tan tranquila… Mucho más que el viento que azota los árboles del jardín, porque no hay huracán que pueda hacerla mover esta noche. Anclada, atada, aprisionada. Tan fría, conteniendo la respiración y tan quieta que parece a punto de morir. El aire intenta volver a ella a través de su ventana como un soplo de vida o de esperanza. Pero de nuevo frente a su reflejo borroso, distorsionado, roto de dolor, intenta una sonrisa y sólo consigue trazar muecas desfiguradas que no dicen nada. Busca despertar un destello en su mirada al recordar quién fue en otra vida, cuando el sol brillaba cada mañana, cuando se bañaba de luz, cuando lloraba de alegría y no de miedo. Aquella vida lejana en la que las ilusiones eran más fuertes que los temores, y los nervios eran de emoción y no de angustia. Cuando se mecía suavemente con la brisa marina y miraba al cielo siempre sonriente y esperanzada. Cuando su realidad era tan distinta que hoy en el desconcierto se pierde y se marea. No sabe quién es en realidad ni tampoco cuándo y cómo acabará esta eterna noche de lluvia y helor, no tanto allá afuera como en su alma.

Suena una melodía antigua de fondo, tremendamente romántica… Se deja envolver por su sonido, que confundido con el murmullo de la lluvia la empuja hasta él. Enredada entre tantas dudas se pregunta si fue real o nada más se enamoró de una maravillosa mentira. Lejos quedan ya aquellas noches de miradas, caricias y pasión… Y aunque sabe que es insano intentar reproducirlas en la soledad de su cama, con palabras que prenden y sin aquel cuerpo que la alivie, no puede dejar de desearlo. Pero ¿qué le queda? Seguir amándolo a oscuras, en secreto y en silencio. Guardando ese amor en su alma, protegido hasta de ella misma, porque a veces confesarlo duele más que callarlo.

A nadie le importan sus lágrimas porque nadie sabe de ellas. Ella es su dueña, ella las sufre, ella las posee y ella las retiene. Son suyas igual que sus penas, sus desdichas, sus vacíos y sus miserias. Esta noche se consume entre susurros y sollozos esperando tras su ventana sabiendo que ni un milagro se lo traerá. Es por eso que llueven sus ojos, y es por él que llora su alma.

Vuelve.

El último vuelo

La sensación de desamparo que te sacude cuando conoces la noticia de una tragedia aérea es inevitable. Podría pasarte a ti. Tú podrías estar en ese avión, o en cualquier otro. Tú que viajas con más o menos frecuencia, tú que compras vuelos con tanta antelación, tú que buscas las mejores ofertas, tú que abres negocios aquí y allá, tú que estudias tan lejos, tú que tuviste que dejar tu hogar, tú que…

Tú que vuelas y te gusta volar. O no. Hay gente que le tiene miedo al avión, otros simplemente le tenemos respeto. Los nervios del despegue y la ilusión del aterrizaje, nada más. En fase crucero te relajas (o lo intentas) escuchando música, leyendo, viendo películas o con suerte, durmiendo. Piensas en lo que dejas y en lo que te vas a encontrar a tu llegada. Organizas rutas turísticas, escribes o planeas esa reunión tan esperada. Cada cual con sus razones, sus vivencias, sus anhelos. Todos pasajeros de vuelos que van y vienen acercando y alejando personas, vidas y momentos. Todos seguros de despertar mañana.

Pero a veces el mañana se interrumpe y salta la tragedia: los accidentes sobrevienen.

Y los accidentes se pueden asumir, con más o menos capacidad, tiempo y determinación.

Sin embargo, la sensación que te sacude cuando se confirma que ese accidente pudo no serlo es absolutamente devastadora. ¿Cómo superas eso? ¿Cómo digieres que ese vuelo que reunía todas las condiciones de seguridad que debía reunir, con un clima agradable y sin ningún fallo técnico, se truncó? ¿Cómo asumes que un viaje, como tantos otros que tú has hecho, no ha llegado a término porque una persona así lo ha querido? ¿Con qué derecho alguien de forma deliberada te arranca la vida?

Cuando otro decide llevarte por delante en su aberrante decisión de estrellar un avión no te está llevando solo a ti. Se está llevando a todos aquellos que forman parte de ti. Se está llevando tus sueños, deseos e ilusiones. Te está despojando de tu futuro y del de los tuyos junto a ti. Y está creándole un dolor imperdonable a todas esas personas que una mañana abrazaron a sus seres queridos sin saber que ésa sería la última vez, solo porque alguien en su delirio así lo había decidido.

Los accidentes sobrevienen.

Pero esto no se supera, ni se digiere, ni se asume.

crespon-de-luto2

*Mi más sentido pésame a los familiares y amigos de las víctimas del Airbus A320 Bcn-Düsseldorf

A %d blogueros les gusta esto: