Mi manera de vivir

—Y tú de mayor, ¿qué quieres ser?

—¿Yo? Mmm, escritora… —contesté tímidamente.

Se produjo un silencio. Vi su cara de asombro, incrédula, incluso puede que vislumbrara cierta mueca de rechazo, aunque a los ocho años no supe definirlo con certeza.

—Ya, pero… ¿y de verdad? —insistió la niña.

Entonces supe que mi decisión era demasiado rara, o aburrida, como para sorprender a aquellos ojos inquietos que esperaban una respuesta acorde con su carácter.

—Ah, pues no sé, peluquera, o maestra, o actriz…

Cualquier cosa más llamativa, pensé, o más normal. Y me guardé para mí aquellos tesoros en forma de letras que garabateaba en un diario rosa de candado. En la adolescencia los relatos de fantasía infantil dejaron paso a otros más crudos, más reales, más íntimos. Cambié los diarios por libretas corrientes donde garabateé confusiones y deseos, incertidumbres, esperanzas, ilusiones. Emborroné folios por doquier, archivé memorias y daños, me rebelé y me revelé. Y conforme fui creciendo hice de esa necesidad de expresión una costumbre, o quizá fuera al revés. Busqué en el periodismo la oportunidad de hacer de mi pasión oficio, aunque alguien me dijo que era demasiado literaria para lo que requerían las noticias. Después, la vida me llevó por otros caminos donde los números se impusieron. Sin embargo, esto no melló en mi afán por escribir, al contrario, lo potenció. Sentí cómo aquella niña de ocho años me gritaba cada vez con más fuerza quién era, qué quería, y lo que un día, por vergüenza, se calló. Y empecé a darme cuenta de que mi amor por las letras siempre estuvo ahí, inherente, casi inconsciente en mi manera de ser y sobre todo de pensar. Comprendí entonces que podría no hacer muchas cosas en esta vida, pero nunca podría dejar de escribir.

Porque escribo para poder entender. Para amar y que me amen. Para saber, para conocer. Por miedo. Para sobrevivir. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir la propia. Escribo para acallar mis demonios y para darle alas a mi imaginación, para no perder la cabeza, y para permitirme perderla.

Escribo para asimilar mis emociones, para no sentirme sola, para no dejar escapar un solo instante. Escribo desde las entrañas lo que no puedo hablar, para ponerme orden, para dejarme llevar. Escribo para creer, para luchar, por inconformismo, como un modo de reivindicar, por justicia quizá. Escribo para soñar, para huir de la realidad, para salvaguardarme del qué dirán. Y, sin embargo, escribo desnudándome el alma, a veces atrincherada, otras demasiado expuesta y liberada.

Escribo para calmar el desasosiego, aliviar el dolor y sumirme en el placer. Por temor a muchas cosas, incluidos los afectos, el olvido, la pérdida, el fracaso. También escribo para explorar mi delirio, la lujuria que vive en mí. Para colarme por los laberintos de la mente e intentar entrar en los de quienes me leen. Escribo para que no se me olviden las cosas, para homenajear el pasado y la memoria, para aprender de los errores, para ponerlos sobre papel alejándolos así un poco más de mí.

Escribo por vicio, por afición y por aflicción. Escribo por cabezonería y para empoderarme. Por egoísmo y egocentrismo, puede que incluso por cierta vanidad. Escribo para ver hasta dónde puedo llegar, por exigencia, por perfección, por reconocimiento, por prestigio, por valor. Escribo para estrangular las palabras y los sentimientos, para dejarlos cantar, bailar, posarse sobre mi piel, morar en mi persona. Escribo porque a veces prefiero la coraza del papel con sus infinitas rectificaciones que el suicidio irreverente de unos labios inoportunos. Lo hago en mí y contra mí, como una guerra interna entre intelecto y corazón donde quien manda es puramente el momento y la intuición.

Escribo para indignarme, para llorar, patalear y luego curarme. Puede que lo haga por timidez y para salvarme. Escribo por impulso, por entretenimiento, porque lo disfruto. Lo hago para seducir y para maldecir, para crear y recrear, para no dejarnos morir.

Escribo para ponerle nombre a lo que me rehúye, para tomar conciencia de mi realidad y la de otros, para encontrar respuestas a veces a ninguna pregunta. Escribo para encontrarme. Lo hago también para doparme de sensaciones y lo utilizo como antídoto de demasiadas cosas. Escribo para equilibrarme, para estar en paz. Quizá lo hago también por cierta insatisfacción, para llenar vacíos o porque, simplemente, no tengo alternativa.

Sé que no escribo por elección, sino que lo hago por pura necesidad, porque a veces es demasiado potente el estallido de imaginación que corretea por mi conciencia y de alguna forma me tengo que desahogar. Escribo para ser un poco más feliz y porque creo que al final, cuando solo existe el silencio, el sabor de aquellas palabras que fueron dichas, rasgadas, escritas y amadas, siempre permanecerá. Escribo, en definitiva, porque es la forma más cercana a la libertad que conozco. O quizá simplemente lo hago porque, si no es así, no sé ser de otra manera.

¿De qué escribo cuando escribo?

Desde que empecé a escribir, o más bien a publicar en este blog permitiendo así que extraños y no tan extraños accedieran a mis letras, me he enfrentado a mí misma, al qué dirán, y a la sombra de la duda que se cierne sobre todo aquello que aquí relato. No pocas veces me han preguntado si es autobiográfico, si lo he vivido, amado, padecido. Si todas mis palabras responden a algo, si lanzo mensajes subliminales, si juego con la indirecta, si digo aquí lo que no puedo decir fuera de este espacio. Aún hay gente que piensa que me dirijo por y para alguien en concreto, como si de misivas con destinatario se tratara; gente que se da por aludida para bien y para mal; algunos que incluso ven todavía en mis sentimientos la marca de amores ya caducos, o de otros que se piensan incipientes. Y luego está la gente que no solo especula con el grado de ficción y realidad de lo que escribo, sino que además me critica por ello. Sí, hay gente que me convierte en la protagonista absoluta, sobre todo de las historias «moralmente cuestionables» (y lo entrecomillo porque quisiera yo conocer la vara de medir de la moralidad de ciertas personas), para dejarme a la altura del betún. Pero olvidan que yo no soy personaje sino escritora, y que cuestionarme así más que una crítica es para mí un verdadero halago. Que tú, como lector, sientas que lo que yo transmito bailando con las palabras puede ser real, me puede haber pasado, o que incluso te identifiques con ello, me llena de orgullo y me anima a continuar escribiendo. Si consigo provocarte sensaciones y no te dejo indiferente, ya me doy por satisfecha.

Los mejores crímenes para mis novelas se me han ocurrido fregando platos. Fregar platos convierte a cualquiera en un maníaco homicida de categoría. Agatha Christie.

A nadie se le ocurre pensar que la escritora británica, autora de sesenta y seis novelas policíacas, fue en realidad una asesina encubierta o que en cualquier caso le hubiera gustado serlo, a pesar de la excelente capacidad que tenía para narrar tramas homicidas tan detalladas como creíbles. Pues claro que no, quizá tuviera cierta afición por el mundillo de las intrigas y las investigaciones y de ahí naciera el pintoresco Hércules Poirot, pero todo lo demás fue fruto de su imaginación. Como lo son la mayoría de las historias que residen en la ficción, con sus destellos indispensables de realidad. Sin embargo, que existan esos destellos, que son al fin y al cabo de los que se nutre una narración para conferirle verosimilitud otorgándole viveza, no significa que sean fieles, ciertos ni nuestros.

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Pero entonces, ¿de qué escribo cuando escribo? ¿De dónde surgen las ideas? ¿Cómo puedo manejar temáticas que desconozco? ¿Hasta qué punto las emociones que plasmo en papel no son las mías? Está claro que la materia prima para todo escritor es la vida, aunque dicho así llega a confundir: ¿la propia vida? No. No tiene porqué. O sí, con matices. La vida como tal ya está lo suficientemente llena de elementos inspiradores, solo hay que saber observarlos. Un trayecto en autobús, una conversación en la mesa de al lado, ese sueño que te sacudió mientras dormías, aquello que nunca te atreviste a hacer, una decisión acertada o no,  lo que fue y lo que pudo haber sido, un destino equivocado, un paisaje de la naturaleza, los viajes que emprendemos, los deseos más ocultos, el terreno inexplorado de la fantasía, lo que decimos y lo que callamos, el recuerdo de la infancia, la gente y sus problemáticas, el contexto que nos rodea, las ficciones que vemos, escuchamos o leemos, el minuto siete del capítulo veintitrés de tu serie preferida, el vacío de la memoria… Y por supuesto, también aquello que todos sin excepción en algún momento sentimos: el amor, la tristeza, los celos, la pasión, la envidia, la locura, la gratitud, la esperanza, la rabia, el temor, la ilusión, la pérdida, el poder, un reencuentro, la lealtad y la traición, la impotencia, el valor de la amistad, la complicidad. Todo eso que está ahí, en la propia condición humana, en la existencia en sí misma, es susceptible de ser contado. Basta con dejarse llevar sin miedo por los recovecos más profundos y extraños, con cierto grado de intuición, curiosidad y delirio. Creo que, en definitiva, escribir es el resultado personal de una confluencia de elementos que nacen de muchas cosas pero sobre todo de una imperante necesidad. Cada uno sabrá cuál es la suya.

Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias. Cuando la realidad se vuelve irresistible, la ficción es un refugio. Refugio de tristes, nostálgicos y soñadores. Mario Vargas Llosa.

 

 

 

Vámonos

Vamos a escondernos tras la ladera

de aquella montaña de hielo

donde tu calor y mi fe ciega

son de este querer escuderos.

Vámonos a robarle caricias al viento

que las voces del eco nos quiebran

intentando con furia condenarnos

por esta locura de mieles y hiedra.

Vámonos al refugio de nuestras pasiones,

a la oscuridad de aquella noche eterna

cuando pudimos amarnos por horas,

mientras la lluvia ahogaba las penas.

Vamos de nuevo a ese jardín prohibido

donde tú eres solo mío, nunca más de ella,

y donde yo soy para siempre tuya,

envuelta en rosas, perfumes y sedas.

Vámonos a donde no puedan seguirnos los miedos,

las injurias, las mentiras, los celos,

que la culpa siempre se viste de gala

y se adueña de los amores más necios.

Vámonos a la orilla del mar

para que la brisa despeine tu pelo

mientras mis labios buscan tu sal

y las olas nos mecen bajo su seno.

Vámonos a cabalgar de luna en luna

que quiero morir cada noche a tu lado

consumiéndome las ganas y la ternura

en el húmedo placer que sabe a pecado.

Vámonos lejos de aquí, de todo,

que ya no puedo soportar más la carga

de sentirte a escondidas del mundo,

de ocultarte incluso de mi alma.

Vámonos, ¿a qué le temes?

¿No es acaso esta forma de vida,

una triste condena de muerte?

Vámonos, no me atormentes…

Que los años no regalan clemencia

y nuestra juventud de alas doradas

pronto será un recuerdo maltrecho

tejido entre las sienes de plata.

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¿Por qué escribo?

No recuerdo cuándo ni cómo tomé conciencia de lo que significaba para mí escribir. Quizá porque es algo que siempre estuvo ahí, inherente, casi inconsciente en mi manera de ser y sobre todo de pensar. De pequeña no me daba cuenta, supongo que como todos los niños veía normal eso de hacer dictados y redacciones en el colegio porque era lo que tocaba. Sin embargo, entre las quejas de mis compañeras más reacias a ese tipo de tareas yo sentía que aquello de juntar letras me gustaba. No, qué digo, me encantaba. Además, podía pasarme horas y horas leyendo y confabulando en mi imaginación cuentos por aquel entonces de héroes infantiles y alguna princesa no demasiado rosa. Llegando a la adolescencia me di cuenta de que esos relatos de fantasía dejaban paso a otros más crudos, más reales, más íntimos. Garabateé confusiones y deseos, miedos, esperanzas, ilusiones. Emborroné folios por doquier, archivé memorias y daños, me rebelé y me revelé. Y conforme fui creciendo hice de esa necesidad una costumbre, o quizá fuera al revés. Lo que es cierto es que el paso de los años no melló en mi afán, al contrario, lo potenció. Entendí entonces que podré no hacer muchas cosas en esta vida, pero nunca podré dejar de escribir.

¿Por qué? ¿Para qué? Para entender. Para amar y que me amen. Para saber, para conocer. Por miedo. Para sobrevivir. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir la propia. Escribo para acallar mis demonios y para darle alas a mi imaginación, para no perder la cabeza, para perderme en otros mundos, para ser libre. Escribo para entender mis emociones, para no sentirme sola, para no dejar escapar un solo instante. Escribo desde las entrañas lo que no puedo hablar, para ponerme orden, para dejarme llevar. Escribo para creer, para luchar, por inconformismo, como una manera de reivindicar, por justicia quizá. Escribo para soñar, para huir de la realidad, para salvaguardarme del qué dirán. Y, sin embargo, escribo desnudándome el alma, a veces atrincherada, otras demasiado expuesta y liberada.

Escribo para calmar el desasosiego, el dolor, el placer. Por temor a muchas cosas, incluidas el amor, el olvido, la pérdida, el fracaso. También escribo para explorar mi delirio, la pasión que vive en mí. Para perderme por los laberintos de la mente e intentar entrar en los de quienes me leen. Escribo para que no se me olviden las cosas, para homenajear el pasado y la memoria, para aprender de los errores, para ponerlos fríamente sobre papel alejándolos así un poco más de mí.

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Escribo por vicio, por afición y por aflicción. Escribo por cabezonería y para empoderarme. Por egoísmo y egocentrismo, puede que incluso por cierta vanidad. Escribo para saber hasta dónde puedo llegar, por exigencia, por perfección, por reconocimiento, por prestigio, por valor. Escribo para estrangular las palabras y los sentimientos, para dejarlos cantar, bailar, posarse sobre mi piel, morar en mi persona. Escribo porque a veces prefiero la coraza del papel con sus infinitas rectificaciones que el suicidio irreverente de unos labios inoportunos. Lo hago en mí y contra mí, como una guerra interna entre intelecto y corazón donde quien manda es puramente la intuición. Escribo para indignarme, para llorar, patalear y luego curarme. Puede que lo haga por timidez y para salvarme. Escribo por impulso, por entretenimiento, porque lo disfruto. Lo hago para seducir y para maldecir, para crear y recrear, para no dejarnos morir.

Escribo porque me encanta viajar a nuevos lugares y descubrir a otras personas que viven situaciones dispares enredados en mis palabras mientras con todo ello me busco a mí misma. Escribo para ponerle nombre a lo que me rehúye, para tomar conciencia de mi realidad y la de otros, para encontrar respuestas a veces a ninguna pregunta. Lo hago para doparme de sensaciones y lo utilizo como antídoto de demasiadas cosas. Escribo para equilibrarme, para estar en paz. Quizá lo hago también por cierta insatisfacción, para llenar vacíos o simplemente porque no tengo alternativa. Sé que no escribo por elección sino que lo hago por pura necesidad, porque no sé vivir de otra manera. Porque fluyen en mí historias, relatos, personajes que me piden escapar y me permiten a su vez vagar por senderos desconocidos. Escribo porque a veces es demasiado potente el estallido de imaginación que corretea por mi mente y de alguna manera me tengo que liberar. Escribo para ser un poco más feliz y porque creo que al final, cuando sólo existe el silencio, el sabor de aquellas palabras que fueron dichas, rasgadas, escritas y amadas, siempre permanecerá.

 

 

Llegan los Premios 20Blogs, ¿me votas?

647152-600-338Hace tres años decidí hacer pública una aventura que formaba parte de mi vida desde que aprendí a juntar letras: la aventura de escribir. Hasta ese momento no me había planteado publicar nada pero la insistencia de quienes conocen mi entusiasmo junto con la facilidad que ofrecen hoy las redes sociales me animó a abrir este Cafetera y Manta que se ha convertido en refugio, desahogo, crítica y emoción a partes iguales. Y ahora ha llegado el momento de intentar darle ese empujón de visibilidad que todos buscamos en este mundo tan difícil como apasionante. Es por ello que, por segundo año consecutivo, me presento a los Premios 20Blogs en su XII Edición. Debo agradecer a todos aquellos que me votaron el año pasado así como al jurado su valoración tan positiva permitiéndome alcanzar, entre miles de bitácoras presentadas, el sexto puesto en mi categoría: blogosfera. Este año vuelvo a participar en la misma categoría con infinitas ganas e ilusión y desde aquí aprovecho para solicitarte de nuevo tu voto.

No te robará demasiado tiempo hacerlo y con ello me puedes ayudar muchísimo así que si te animas y te gusta lo que lees en mi blog clica aquí Premios 20Blogs 2018 para poder votarme hasta el próximo día 10 de abril. 

También te explico detalladamente los pasos que tendrás que seguir por si tienes alguna duda durante el proceso de votación:

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Cuando accedas al enlace Premios 20Blogs 2018 te pedirá que te identifiques como usuario para poder participar en la votación. Para ello, dirígete a la parte superior derecha de la página y verás el icono de un monigote.

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Clica en él y podrás identificarte o recordar tu contraseña en caso de que ya estés dado de alta (por ejemplo, si me votaste el año pasado) o bien podrás registrarte como nuevo usuario introduciendo tus datos. 

Cuando te hayas registrado o identificado como usuario podrás emitir tu voto así: 

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Una vez hayas clicado en «vota a este blog» te confirmará tu voto con un mensaje de «voto recibido» en color verde ¡y ya estará hecho! 🙂

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Por otro lado, también puedes valorar mi blog marcando las estrellitas que consideres oportunas en el apartado «valora el blog» aunque esta acción no computa para la XII Edición de los Premios 20Blogs.

Y finalizada mi particular campaña electoral sólo me queda agradecerte enormemente tu tiempo y espero que sigas disfrutando leyendo mi Cafetera y Manta tanto como yo disfruto escribiéndolo. ¡¡MUCHAS GRACIAS!!

 

Resultados Premios 20Blogs… ¡GRACIAS!

9f10208c24f8b6fb40cef5f6c48f9001_400x400Acaban de publicarse los resultados de la XI Edición de los Premios 20Blogs y no puedo estar más que agradecida y satisfecha. El total de blogs participantes ha sido de 8.305 (¡wow!) divididos en 20 categorías según la temática. Mi categoría, como ya sabéis, es un poco indefinida por aquello de no tener una temática concreta, sino de escribir de todo lo que se me pasa por la cabeza, por el alma y por la vida. Así que incluyeron este Cafetera y Manta en la categoría ‘Blogosfera‘ junto con otros 726 blogs más. ¡Todo un reto!

Es la primera vez que inscribo mi blog en un concurso, y aunque no he ganado el soñado primer premio, ése al Mejor Blog 2016, estoy súper feliz con haber conseguido el sexto puesto en mi categoría. ¡SEXTO DE 727 BLOGS!

RESULTADOS CATEGORÍA BLOGOSFERA DE LA XI EDICIÓN PREMIOS 20BLOGSCaptura_2017-04-07_10_44_30

Así que muchísimas gracias al jurado de La Blogoteca y de esta XI Edición de Premios por haber considerado que debo de estar en la parte alta de la tabla, porque eso me sigue motivando para continuar en esta aventura de las letras, tan difícil como apasionante. De verdad, ¡GRACIAS! No podía esperar quedar en un puesto tan bueno dado el elevadísimo número de participantes y de bitácoras tan geniales.

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Y mil gracias de corazón a todos los que dedicasteis cinco minutos de vuestro tiempo a registraros en la web (con lo complicado que a veces parecía) para ayudarme también con las votaciones para poder posicionarme en buen lugar. Gracias por leerme en vuestros ratos libres, o por buscar un rato libre precisamente para leerme. Gracias por alentarme, por inspirarme. Gracias por todo el apoyo, por estar pendientes de los resultados, por confiar en mi potencial y por hacerme sentir que los días en los que ni me salen las palabras, en los que ni siquera puedo teclear una sola letra, también merecen la pena. Gracias a las libretas en blanco y a esos «nunca dejes de escribir…» que me dan toda la fuerza para seguir.

GRACIAS, ¡INFINITAS GRACIAS!

 

 

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