Palabras, vocación o devoción.

Teclado de ordenador, bloc de notas, idea

No hace mucho alguien me preguntó si mi vocación desde pequeña siempre fue ser periodista y no supe qué decir. ¿Vocación? ¿Periodista? No lo sé.

Días después, dejándome maquillar y peinar por mis dos sobrinas de siete años, entre juegos, sombras y labiales me preguntaron qué quería ser yo de mayor, como si todavía fuera como ellas. Las miré unos segundos en silencio y les dije que de mayor quería ser feliz. No entendieron la respuesta, imagino que esperaban que les dijera médico o bailarina o quién sabe qué. Tampoco les dije que ya era mayor y que era periodista porque me cuesta creer que soy realmente eso que el Rey emérito rubricó en un título universitario hace ya algún tiempo, si de todas formas no me pagan por ello… Entonces, ¿qué soy?

Durante años esa pregunta profesional me tuvo en vilo, sintiéndome en esa especie de limbo por haber estudiado algo a lo que después no me he dedicado más que a trompicones, por azares del destino o caprichos de la vida. Hasta que entendí que ese calificativo que pesaba sobre mí no era más que una etiqueta del currículum vitae que en lo personal no suele definirte. Supongo que por eso les contesté a mis niñas que yo de mayor quería ser feliz, porque al fin y al cabo es la tarea más dura y a la vez satisfactoria por la que debemos trabajar.

Pero ellas siguieron debatiendo sus sueños sobre qué ser en su futuro ignorando lo intangible de mi respuesta. Hablaban de profesoras o peluqueras y sonreí al recordar que yo también quería ser esas cosas, o por lo menos eso decía. Porque en el fondo yo sentía que quería ser escritora pero declarar a los 7 años que me gustaba leer y escribir cuando apenas comenzaba a juntar letras era algo cuanto menos raro y aburrido, ¿no? Entonces yo también quise ser peluquera.

A quien me preguntó por mi vocación le dije que de pequeña no jugaba a inventar radios o a ponerme delante de la cámara como sí decían que hacían algunos compañeros de universidad, quizá más vocacionales del medio que yo. A mí me gustaba más imaginar que era la protagonista de esas aventuras de los cómics y libros que devoraba, y descubrí que ahí, en ese rinconcito de mi mente, era completamente libre para ser y no ser a mi antojo. Porque yo no jugaba a ser periodista de micrófono y TV pero quizá ya apuntaba maneras con lápiz y papel.

Conforme pasaron los años me fui refugiando más en las letras hasta que a los 16 decidí que de entre todas las carreras posibles el periodismo era lo que más encajaba con mis inquietudes, tanto sociales como personales. Y así, con el viento en contra por no haber elegido Económicas o Derecho pensando mejor en mi futuro laboral, me fui románticamente a la universidad.

Salí con un título, nuevas filias y gratas experiencias. También algunas dudas pero ¿quién no las tiene cuando se trata de avanzar? Lo que nunca flaqueó fueron mis ganas de escribir. Porque en realidad no son ganas, sino necesidad. O como diría Paul Auster, «un acto de supervivencia». Porque no puedo vivir sin escribir, lo cual a veces es un problema ya que como una droga necesito el desahogo que me dan las letras cuando salen con rabia, miedo o pasión. Cuando se me atragantan las palabras en un nudo y no me dejan respirar hasta que las vomito buscando un consuelo en papel. Así es cuando me siento más libre y seguramente también más feliz.

Durante mucho tiempo nunca publiqué nada y guardo hojas y hojas de garabatos y tachones de momentos pasados, de amores perdidos o de sueños robados. Inocentes, ingenuos, huidizos. Aquellos tiempos de dudas y confusión, de primeras veces de todo, de refugio literario, de introspección. A quién le iba a interesar todo eso si era lo más íntimo que poseía entre mis manos… Mi búnker de letras secreto. Todavía hoy, a pesar de llevar un año jugando al desnudo con este Cafetera y Manta público, guardo algunas letras sólo para mí, o como mucho para dos. Permítanme que aún custodie los vicios y las vísceras en un cajón.

No sé cuál es mi vocación ni si la tengo. Y no sé qué voy a ser de mayor, parafraseando a mis sobrinas. La vida me demuestra cada día lo cambiante y sorprendente que puede llegar a ser, aunque a veces nos sintamos tan desesperadamente inmóviles. Lo único que tengo claro es que escribir forma parte de mí desde que tengo uso de razón, igual que mi risa, mis lunares o mi mal despertar.

De pequeña me pasaba los días leyendo e imaginando… Hoy plasmo mis miedos, sueños y anhelos en papel. Puede que siga siendo esa niña, puede que no haya cambiado tanto.

 

Papel en blanco.

 

Miedo-a-escribir

Días y días enfrentándome a una página en blanco sin saber ni cómo empezar, temerosa de escribir, vaga hasta para inspirar. Preguntándome por qué ahora no me salen las palabras si tengo tantas emociones golpeándome la vida. Por qué, si necesito una confesión escrita, se me agarrotan los dedos y me da pánico ver que no puedo hilvanar ni dos frases seguidas.

¿Por qué?

Hablan por ahí de varios tipos de síndromes relacionados con esta patología que parece que de un tiempo a esta parte sufro. Que si el miedo a quedarse en blanco, que si el bloqueo del escritor, que si la pérdida de creatividad… Pero nadie explica por qué de repente ¡pum! El vacío.

Me atrevo a pensar que tiene algo que ver con la manera en cómo nos afectan las vivencias, las emociones y las experiencias a cada uno. A veces tenemos tanto que decir que al final no decimos nada. A veces los miedos taponan las palabras o quizá somos nosotros los que inconscientemente no queremos darles alas. Puede que todo ello acumulado termine por dejarnos secos y en silencio, aunque sintamos que vamos a estallar en cualquier momento porque hemos perdido la capacidad de canalizar.

O puede que ni siquiera exista un porqué.

Como sea, hoy me siento aquí con mucho esfuerzo para obligarme a continuar con esto, y con todo, como siempre hago, como siempre hice. Aunque me fluyan las ideas a trompicones y se me desgasten las ganas con cada borrón y cuenta nueva. Aunque me sienta torpe al hablar, aunque no me sepa últimamente explicar, aunque provoque malentendidos de la nada porque no acierto con las palabras, aunque necesite más espacio pero pida que me invadas, aunque necesite ordenar tantas batallas.

Desconcentrada como nunca me encomiendo al sinsentido para plantarle cara a este estúpido bloqueo mental, emocional y vital que me atosiga a diario. Porque como decía el gran Hemingway «no hay cosa más espantosa que una hoja de papel en blanco».

 

 

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