Carta a la niña que fui a los 17 años

Hace días que estoy pensando en ti con cierto anhelo, con cierta envidia, con algo de nostalgia también. Te recuerdo a tus 17 años, una niña, y ¿sabes qué pienso? Que me hubiera gustado recibir entonces la carta que ahora te escribo, aunque probablemente la hubiera roto, o me hubiera reído, o hubiera pensado anda ya, déjame tranquila. Así eran entonces las cosas, y en cierta manera así siguen siendo aunque ahora tenga treinta. Sin embargo, con treinta, pienso en aquellos diecisiete y me brotan las palabras de lo que te diría si se pudiera dar marcha atrás, si una pudiera volver a hablarle a la niña que fue.

Pero vamos a intentarlo, que en el terreno de las letras nada es imposible. Así que ahí te va mi primer y mejor consejo: vive. Vive la vida y aprovecha las oportunidades que se te presenten aunque te den miedo, pánico incluso. Hazte el piercing, tírate en paracaídas, tatúate si es tu gusto. Cómete ese pedazo de tarta doble y ese último chocolate sin remordimientos, pásate de copas de vez en cuando, prueba los límites pero regresa de ellos también. No vayas de puntillas, no te sientas tan responsable de los actos de los demás, no te dejes vencer ni convencer. No digo que te rebeles sin causa, pero los portazos de vez en cuando son justos y necesarios. Que no te atropellen, que no te ensucien, que no te intoxiquen. Aléjate de lo que te duela, aunque sientas que a veces es demasiado difícil cerrar círculos y finiquitar etapas, inténtalo con todas tus fuerzas y sigue adelante, tienes todo un mundo por recorrer.

Viaja. Ése es mi segundo mejor consejo. Conoce otras culturas, otros lugares, otras personas, otras maneras de ser y de estar. Empápate de lluvia aunque te constipes después pero sobre todo empápate de valores. Abre tu mente a nuevas ideas, a otras formas de pensar, a puntos de vista dispares. Y muévete. No mires siempre adónde, no planifiques demasiado, ¡improvisa! Que lo mejor de la vida está donde menos te lo esperas y generalmente lejos de tu zona de confort, aunque te suene a tópico manido made in Mr. Wonderful. No, éste no lo es, créeme. Ponte el mundo por montera si es tu gusto y disfruta las experiencias que se te vayan brindando.

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Fórjate tu camino aunque ni siquiera sepas por dónde empezar, qué sentido tiene, de qué condenado camino te hablo si ni sabes qué hacer mañana. Pues no, no te agobies por eso, yo a estas alturas todavía no adivino mi futuro. Lo que sí sé es que el camino que te digo se va construyendo con azares y decisiones y que con el tiempo entenderás que hay cosas que tienen que suceder, y otras que, aunque te empeñes, nunca se te harán realidad. Pero eso sí, no tires la toalla por tus sueños y nunca dejes de luchar.

Escúchame bien: que no te suponga un problema no tener tu vida encarrilada o sentirte absolutamente perdida, que eso no te quite demasiada energía. Asúmelo, entiéndelo y ponle remedio en la medida de tus circunstancias. Pasarás unos años de idas y venidas, de altibajos, de querer estudiar más o de echarlo todo por la borda, de querer quedarte, de querer fugarte, y es completamente normal. Déjate llevar pero también reflexiona y párate a pensar si lo que estás haciendo es por ti o por agradar a alguien más, por ser lo que quieren que seas, lo que siempre esperaron de ti, lo que creen que tienes que ser. No, nunca trates de cumplir otras expectativas que no sean las tuyas propias. No te pierdas agradando a otros, de verdad, eso ni funciona ni te lo apreciarán.

Piensa en ti aunque te parezca egoísta, sé que no lo eres, al contrario, demasiado generosa con, por y para todo y eso a veces deja de ser virtud. Así que aprende a velar por ti aunque tendrás que pasar malos ratos y enfrentarte a muchos reproches hasta conseguir esa libertad mental. Te dolerá ser independiente pero al final eres tú la que que se tendrá que soportar a sí misma, porque por muchas manos amigas que encuentres ninguna te sacará realmente de los hoyos más que las tuyas propias. Así que valórate y usa tu fuerza, que la tienes y en cantidad. Sabrás hacerlo.

Lárgate. Ése es mi tercer mejor consejo. Haz tus maletas y vive fuera, lejos de tu círculo vital, lejos de todo. Enfréntate a tus propios abismos, mastica soledad y descubrirás quién es la mujer debajo de los tapujos, de las etiquetas, de las apariencias y de los miedos: te darás cuenta de la persona que eres, del valor que tienes y de todo lo que puedes soportar. Eso te ayudará a reordenar tus prioridades y a darle la importancia justa a las cosas, las que la tienen y las que ya no más. Sin duda si lo haces será la mejor experiencia de tus veintes, y seguramente de las mejores de tu vida, estoy convencida de que no te arrepentirás.

Toma decisiones y si aciertas, adelante. Si te equivocas, aprende. Los errores te ayudarán a distinguir lo que quieres de lo que no, así que no los temas tanto. Fracasar forma parte del crecimiento y es fundamental para el aprendizaje. Los malos ratos y los bofetones de realidad son los que te harán madurar, no los evites ni los ocultes. No quieras ser siempre tan perfecta, no te castigues con tanta exigencia personal.

Camina con la cabeza alta pero cuidado con mirar por encima del hombro, de vez en cuando va bien hacer alguna cura de humildad. Ofrece siempre lo mejor de ti y no hagas daño deliberadamente, una conciencia tranquila no tiene precio. Da las gracias ante cualquier atención, discúlpate cuando hieras, reconoce tus equivocaciones y olvídate de esa leyenda del «yo no me arrepiento de nada», no es más que un pensamiento soberbio para con la vida. Seguramente ahora digas que actúas así porque es como lo sientes, pero con el tiempo pensarás que esto o lo otro lo podrías haber hecho diferente, incluso mejor.

Cuando cumplas treinta tu lista de invitados a los eventos realmente importantes de tu historia habrá empezado a menguar, pero ¿sabes? Los que quedan están ahí porque son los mejores. Conocerás a mucha gente a lo largo de los años, y de todos podrás llevarte algún tipo de enseñanza, buena o quizá no tanto. Habrá personas que te parecerán imprescindibles y un día se irán, y otros que sin alardes emotivos siempre estarán. Pero no olvides que los que sigan sumando años contigo, incondicionales a tu lado, esos más que amigos son como hermanos. A los 17 es fácil estar en lo bueno, ¿eh? Pero después también hay que estar en lo malo: en los llantos, en las muertes, en la pena, en la responsabilidad, en los ya no puedo más, en los reveses y en las putadas. Así que por favor aléjate de las sonrisas falsas y de las palabras de cortesía en cuanto las detectes, que ésas nunca estarán cuando las necesites de verdad. Eres una gran amiga para tus amigos, quédate con esos que lo sepan valorar.

¡Ah! Y que no se me olvide una última advertencia: te romperán el corazón, vaya que sí. Te enamorarás hasta las trancas y funcionará o no. Puede que tú también se lo rompas a alguien, entonces trata de hacerlo siempre sin excusas y con la verdad por delante, no vayas a ser tan cobarde. Pero a pesar de lo incierto que sea todo… ¡ama! Ama intensamente como tú sabes, sin miedo, como loca, de la forma más irracional. Te dolerá una vez, y dos, y tres. Te va a doler tanto que creerás que no es posible, se te va a quebrar la voz, llorarás de madrugada y sentirás punzadas físicas en el alma. Pero también se te acelerará el pulso con la emoción, te creerás invencible, disfrutarás hasta lo más nimio, le pondrás nombre a la risa y acariciarás literalmente eso que llaman felicidad. Así que quema puentes, corre calle abajo por una reconciliación o un minuto más a su lado, cruza los mares por un abrazo, pierde el rumbo en su mirada y el norte en sus manos. Pocas sensaciones tan mágicas hay en la vida como estar enamorado, por muy alto que sea el precio a pagar, por mucho que luego curar un corazón herido salga tan caro. Porque a veces, y ahí está la esperanza, ese amor que sientes ya no queda relegado, nunca más duele ni se marchita olvidado.

Y llegados a este punto me despido de ti con la sensación de haberte adelantado demasiados acontecimientos pero con la esperanza de que estas letras te ayuden en la inseguridad que la propia vida genera, en la incerteza y en el desamparo. Ahora ya no sé si le escribo a la niña que fui a los 17 o le escribo a la mujer en la que me he convertido a lo largo de todos estos años.

 

 

Hay que matar más vacas

Cuenta una leyenda que en una lejana aldea vivía una familia muy humilde. Tan humilde que su posesión de más valor era una vaca que les proporcionaba algo de leche para sobrevivir. Su casa era apenas de unos metros cuadrados destartalados donde se apilaban como podían siete personas, pero a pesar de todo su existencia parecía ser estable.

Un día pasaron por allí un joven y su maestro y pidieron alojamiento en aquel lugar. La familia los acogió con gran afecto ofreciéndoles lo poco que tenían para poder estar cómodos. Al amanecer los dos huéspedes se disponían a continuar su camino y en silencio salieron de la casa. Pero de repente el maestro se acercó a la vaca, la desató y alejándola del lugar, la degolló. El joven, horrorizado, increpó a su maestro: «¿cómo haces eso? ¿No te das cuenta de que esta vaca era lo único que tenían?» El maestro lo miró y le instó a seguirlo en su camino, sin decirle nada. El joven aprendiz no comprendía qué había pasado para que aquel hombre al que respetaba desde lo más profundo de su alma hubiera cometido un acto tan brutal. Ante la insistencia del chico, lo único que su maestro le dijo fue: «algún día lo entenderás».

Un año después volvieron a pasar por aquella aldea y con gran asombro el joven descubrió que en el lugar de aquella casucha en la que se hospedaron había ahora una edificación sólida y un amplio terreno lleno de huertos y cosechas. Pensó con tristeza que aquella familia se habría ido después del incidente con la vaca, que habría llegado su ruina total. Sin embargo, la sorpresa fue descubrir que la familia seguía allí y que todo aquello que ahora poseían lo habían conseguido con su esfuerzo. El maestro se dirigió al padre y le preguntó qué había pasado para que tal cambio se produjera de un año para otro. El hombre le explicó que aquella mañana en la que ellos partieron encontraron a su vaca muerta y no supieron qué hacer. Durante muchos días estuvieron sumidos en la desesperación, aterrados, sintiendo que su único valor ya no existía. Pero ellos sí, y de alguna manera tenían que seguir adelante. Así que arreglaron el terreno y plantaron unos pocos vegetales para subsistir. Poco a poco la cosecha se hizo más grande y empezaron a vender el excedente. Con ese dinero invirtieron en más semillas y en algunos animales, y así, al cabo de un año, habían logrado prosperar.

El maestro sonrió al ver que el joven empezó a entender lo ocurrido un año atrás: aferrarse a aquella vaca era lo que siempre habían hecho y la comodidad de verse protegidos por la rutina no les hizo ver más allá. Pero cuando la vaca murió y su mundo se vino abajo, no les quedó más remedio que salir ahí afuera a luchar. Y el cambio les trajo prosperidad.

Este cuento popular no es más que una metáfora para entender que muchas veces la comodidad nos ciega de tal manera que sin darnos cuenta estamos dejando escapar todo un mundo de posibilidades. Que sí, lo desconocido implica miedo y el riesgo vulnerabilidad, pero también la oportunidad de que todo salga bien ¿te imaginas? Salir de la zona de confort no es nada fácil porque para empezar muchas veces no sabemos ni cómo hacerlo. Pero cuando empiezas a caminar en esa dirección y vas alcanzando tus pequeños objetivos la fortaleza crece y las ganas se multiplican.

Todos tenemos ataduras que nos impiden movernos en ocasiones como quisiéramos: una familia poco asertiva, una pareja a la que ya no amamos, un trabajo que no nos motiva… Mil cosas. Incluso obstáculos mentales que inconscientemente nos ponemos para justificar que estamos bien aunque no nos guste como estamos. Excusas personales para paliar los miedos tan humanos que nos aferran a lo «más vale malo conocido que bueno por conocer». ¿En serio? ¿Vale más ver pasar tus días sin ton ni son sólo por costumbre? Yo creo que no. Los cambios no llegan de hoy para mañana y la vida es una carrera de fondo en la que desfallecer también esta permitido, pero siempre retomando la marcha. Y si hay que salirse del camino, adelante. A veces las mejores cosas suceden fuera de lo establecido, doy fe.

Puede que quien me lezona-de-magiaa piense que lo digo con mucha ligereza y que dar consejos es lo más sencillo del mundo, pero no es así. Porque quien me conoce sabe que para mí no es tan fácil aplicarme en mis propias palabras, que le doy muchas vueltas a lo que está bien y lo que está mal aunque a veces ni siquiera sepa por qué lo hago, si los juicios vienen siempre solos y lo que debería importar de verdad es nuestro bienestar interior. Padezco de exceso de responsabilidad y me cuesta mucho decir que no a cosas que por costumbre los demás ya dan por hecho de mí. Pero también he matado alguna vaca y sé que romper con el propio statu quo es de lo más valiente y a la vez gratificante que podemos hacer cuando realmente sentimos que es necesario para poder pasar página, alejarnos de lo que nos impide desarrollarnos y ser, y seguir adelante por nadie más que por nosotros mismos.

¡Tenemos que matar más vacas!

 

 

 

 

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