No es sólo fútbol

«El Mundial es una especie de estado de gracia universal, o eso creemos, sublimado por la ilusión de cada nuevo partido que ya va a empezar». Juan Esteban Constaín, escritor colombiano.

Y sí, para qué vamos a engañarnos, todos los que somos aficionados al fútbol esperamos cada cuatro años impacientes e ilusionados el inicio del Mundial. Días antes comenzamos a memorizar el calendario de partidos, calculamos la diferencia horaria entre nuestro país y el anfitrión, hacemos cábalas y apuestas, y nos interesamos por equipos que antes apenas hemos visto jugar. Pero ahora esas Selecciones más o menos conocidas se convierten en rivales y queremos saberlo todo de ellas. Cómo son en el tú a tú, cuál es su mejor baza y qué credenciales históricas presentan en este tipo de competiciones. Nos implicamos de tal manera que durante un mes el fútbol se convierte, creemos que con todo derecho, en el tema de conversación principal alrededor del mundo muy a pesar de todos aquellos que no comparten esta emoción, que se sorprenden y que nos critican desde ese absurdo altar de intelectualidad. Perdón, pero un mes cada cuatro años no es mucho pedir, déjennos gozar de este opio en paz.

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Y así estamos ahora todos los seguidores universales drogándonos diariamente convertidos en directores técnicos desde el sofá de casa o con suerte desde la grada, ajustando la alineación del equipo, aprobándola o criticando esas locuras de entrenador que todos en algún momento tienen (para bien y para mal). Y llega el día D y la hora H. Ya están los 22 jugadores posicionados en sus respectivos campos, separados por ese árbitro que no sabremos si será justo, aliado o enemigo. Una milésima de segundo en silencio antes de escuchar el pitido inicial. Rueda el balón al son de tus propios latidos. Noventa minutos que pueden ser eternos o apenas un suspiro. Noventa minutos para tocar el cielo o caer en un infierno. Noventa minutos en los que aplaudes las jugadas, alientas, te cabreas, les das algún que otro grito instructivo a tus jugadores y chillas uys y ays en todas sus posibles entonaciones. El mono de goles empieza a notarse conforme avanzan los minutos y el último tramo del partido a veces se vuelve tan mágico como insoportable: que no pite el árbitro o que pite ya. Puedes pasar de la alegría a la decepción en tan sólo un segundo; amas y odias a tu once sobre el terreno de juego varias veces durante el encuentro y el sube y baja de emociones es tal que difícilmente se puede explicar: o se siente o no se siente. Porque el fútbol es así: radical, impulsivo, disparatado, orgásmico.

Ya lo decía Gabriel García Márquez cuando lo calificaba como el más bello espectáculo. Pocas cosas en esta vida conjugan emoción, riesgo, nervio, alegría, furia, rabia, tristeza, éxtasis, locura y diversión en poco más de una hora como lo hace el fútbol. Por eso el Mundial se convierte en la excusa perfecta para todos los amantes del deporte rey que necesitamos y gustamos de ese opio que algunos con burla todavía denigran. Pero es que el Mundial no es sólo fútbol: es convivencia, es aprendizaje, es respeto, es cultura, es entrega y humildad. Y el fútbol no es sólo fútbol: es darse la mano antes y después de cada choque, es la lealtad a un sentimiento, es la magia de lo inesperado y el surrealismo de lo imprevisible. El fútbol mueve masas, crea ilusiones, acelera corazones. Y sí, es probablemente la cosa más importante de las cosas menos importantes, como dijo Sacchi. Pero por favor, ¡no te termines nunca!

Y ahora, ¡que siga el espectáculo!

 

 

Islandia, el David contra Goliat

Ayer no fue un buen día para mí en lo que a fútbol se refiere y hoy todavía colea la pesadumbre y el enfado por la derrota de España ante Italia. No jugamos bien, eso es un hecho, hicimos una primera parte de pura vergüenza e Italia nos pasó por encima sin piedad. Llevaban mucho tiempo gestando su propia vendetta, agravada por la humillación de aquel 4-0 en la final de la última Eurocopa, y al fin encontraron el momento tras 22 largos años sin superarnos en partido oficial.

Mal momento para nosotros, que empezamos el torneo con muy buenas sensaciones, con la esperanza de que la vigente campeona de Europa había olvidado su fracaso en Brasil para resurgir de nuevo con su particular ‘jogo bonito’ que tantas alegrías nos dio. Iniesta, el rey, volvía a llevar la batuta del equipo y enseguida cotizamos más en las apuestas y en las propias aspiraciones. Hmire-como-quedaron-los-octavos-de-final-de-la-eurocopa-2016_367261asta que llegó Croacia con sus Modric, Rakitic, Perisic y demás ics para ponernos patas arriba el camino «fácil» y complicarnos tontamente la vida. Y sí, mamma mia la Italia!

Aunque en la segunda parte sacamos garra, los errores en fútbol se pagan y ya estábamos más que sentenciados. Nos volvimos a casa con el sabor amargo de la derrota, la humillación de ese segundo gol a bocajarro en el 91′, y la tristeza de ver cómo se termina nuestro ciclo diciéndole adiós a la mejor generación de la historia, que difícilmente se volverá a repetir. Ahora lo que queda es seguir adelante, renovar jugadores y proyectar un nuevo estilo de juego que nos ponga otra vez entre los mejores, donde debemos estar.

Pero la noche no acabó ahí. Triste y todavía con mi camiseta pegada a la piel no podía creerme la sorpresa, hasta el momento, de esta Euro: Inglaterra hacía también las maletas al ser derrotada por una increíble Islandia. Mal de muchos, consuelo de tontos. Dicen.

Islandia. Esa «tierra de hielo» de poco más de trescientos mil habitantes al sur del círculo polar Ártico repleta de glaciares y volcanes de nombre impronunciable. Islandia, ese pequeño país que estuvo a punto de morir en 2008 y que hoy es un ejemplo a seguir sobre cómo se pueden hacer las cosas de otra manera y salir adelante con solvencia. Islandia, que ha devuelto los 1.800 millones de euros que le prestó el FMI antes del tiempo previsto y que desde 2011 acumula cifras de crecimiento económico estable. Islandia… Quién nos lo iba a decir.

Los holandeses ya padecieron la desdicha de quedar fuera de la Euro en la fase de clasificación precisamente en manos de ese equipo humilde que bien podría ser el representante de cualquier pequeña ciudad europea. Portugueses y húngaros se las vieron y se las desearon en la fase de grupos para rascar un empate, y a los austriacos los mandaron también a casa. Ahora le ha tocado a la poderosa Inglaterra decir adiós. La inventora del deporte más bonito del mundo hace tiempo que dejó de leer las instrucciones, pero nadie se esperaba que un «segundón» la dejara fuera en octavos de final. Doble Brexit en cuatro días no será fácil de digerir… Poor English.

Pero ésta es, en definitiva, la grandeza del fútbol, y precisamente en Inglaterra esta temporada vivieron uno de esos milagros que no lo son tanto: el Leicester se proclamó campeón de la Premier por su dedicación y esfuerzo diario. Por su pasión, su ambición, sus ganas. Y sobre todo, por su modestia. Estoy convencida de que Islandia, como todos esos «segundones» que este año tienen cabida por primera vez en la Eurocopa, darán un giro de tuerca (que ya están dando) para hacernos entender al resto que los equipos más allá de sus nombres los conforman sus personas. Que una cura de humildad siempre es necesaria, que los de abajo siempre luchan más y que nunca hay que subestimar a un contrario.

Si no, recuerden a David contra Goliat.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

I ♥ FUTBOL

 

logo-puma-love-football-hardchorus-1Soy mujer y me gusta el fútbol. Pero no me gusta ahora que parece que se lleva eso de que las mujeres compartamos afición con los hombres para que se nos vea incluso «sexies» también en formato deportivo. A mí me gusta el fútbol desde bien pequeña, cuando en los parques me iba detrás de los mayores buscando el balón y en el patio del colegio montábamos equipos después de comer. Todo niñas y en horas de recreo, ¡lo que yo hubiera dado por tener una extraescolar de fútbol! Seguramente lo habría disfrutado más que el baloncesto al que fui, y no fui.

Me gusta el fútbol desde que a los Reyes Magos les pedía la equipación que nunca tuve. Creo que pensaban que era una tontería, total, yo era una niña… ¿Por qué me iba a gustar ese deporte tan masculino? A día de hoy creo que todavía existe esa mentalidad por mucho que hayan cambiado las cosas y el fútbol femenino sea cada vez más visible incluso en los medios de comunicación. Pero aún y así, falta mucho por hacer, y sobre todo, muchas ideas machistas por erradicar.

A mí me gusta el fútbol y lo disfruto. Recuerdo la primera vez que lloré de emoción ante la TV: el 15 de mayo de 2002, el día en el que el Real Madrid ganó su novena copa de Europa en Glasgow. Empecé a temblar con la volea de Zidane casi al descanso y me puse de pie mientras el Bayer Leverkusen encerraba a los blancos en su área en los minutos finales. Iker Casillas comenzó aquella noche su leyenda con tres paradas imposibles que le dieron al conjunto merengue el título. Él lloró, yo lloré, y todos los blancos lloramos. Tenía 15 años.

He vivido y sufrido muchos otros partidos catalogados como históricos, tanto del Real Madrid como de la Selección Española, pero si tengo que destacar alguno me remonto a la final de la Eurocopa de 2008. En aquella cita, impensable años atrás cuando nunca pasábamos de cuartos, cuando el campeonato de 1964 ya nadie lo recordaba, cuando éramos el patito feo que siempre volvía a casa antes de tiempo, nos hicimos grandes gracias a la mejor generación de futbolistas que han dado las canteras de este país. Aquel 29 de junio y frente a la siempre poderosa Alemania, «el niño» Fernando Torres se hizo hombre marcando el único gol del partido que nos dio el triunfo soñado. Aquella noche en Viena por fin lo hicimos posible y nos lo creímos de verdad.

Dos años después, con un cambio de entrenador y algún retoque en la plantilla viajamos a Sudáfrica con la mochila llena de esperanza e ilusión. Ir como campeones de Europa nos daba un plus mediático y mucha más confianza en nosotros mismos, y al compás de las odiosas vuvuzelas y sufriendo en cada partido una cardiopatía más severa, ¡LO LOGRAMOS! El orgullo patrio y sobre todo la humildad de un equipo de jugadores amigos nos dio el premio más alto al que una Selección puede aspirar: ser campeones del mundo.

Ese domingo caluroso de julio, envuelta en mi bandera y con la cara manchada de rojigualda lloré como nunca había llorado de emoción en un partido. Quizá haber crecido escuchando a mi padre decir en su pesimismo que se moriría sin ver a España campeona de un Mundial hizo de aquel momento algo todavía más único: verlo tan emocionado como yo no tuvo precio. Aquel minuto 116 y el «Iniesta de mi vida» es de esas cosas que una jamás se cansa de ver, recordar y volver a sentir. ¡Nada como ver a tu país coronarse rey del mundo!

Pero como a nosotros nos gusta seguir haciendo historia, dos años después volvimos a demostrar quién seguía mandando en Europa y ante una Italia destrozada revalidamos el título consiguiendo lo que nadie ha conseguido nunca hasta la fecha: ganar tres campeonatos de Selecciones consecutivos.

En 2013 también nos plantamos con garra en la final de la Copa Confederaciones pero la anfitriona Brasil nos pegó duro con tres goles que nos impidieron batir un nuevo récord. Con la desilusión de la derrota pero con la satisfacción del trabajo bien hecho volvimos a casa con la medalla de subcampeones. Sin embargo, 2014 nos dio el peor revés, de nuevo en tierras cariocas, cuando ni siquiera conseguimos superar la fase de grupos del Mundial. La humillación a la campeona no tuvo límites y desde casa hubo quien, como es costumbre en nuestro país, le quitó mérito a todo lo anterior. Pero no señores, que un batacazo no empañe tanta gloria.

Ahora los aficionados al fútbol tenemos otra cita: una nueva oportunidad para salir a por todas y seguir sumando emociones y sufrimientos. A falta de unas horas para el debut de España en esta Eurocopa 2016 y con algunos partidos ya disputados lo que más me importa es que todo discurra de la mejor manera durante el torneo, que nos permitan a todas las aficiones participantes disfrutar de un mes de fútbol y nada más que fútbol, al margen de amenazas y vandalismo de guerrilla. Que el deporte sea lo más importante y que los altercados que algunos indeseables se empeñan en cometer sean simplemente la anécdota desagradable a un ambiente saludable y deportivo. Que como dijo aquél, «el fútbol es lo más importante de lo menos importante», y al fin y al cabo esto es simplemente un maravilloso juego.

 

La condenada bandera

Quienes me cestelada catalanaonocen saben perfectamente cuál es mi identidad política, si es que se puede decir que tengo alguna ya que visto lo visto nadie la merece. Saben, por tanto, que en esta guerra de nacionalismos de fuerza y pose ni defiendo ni critico más que lo justo y necesario y que como el 90% de la población intento vivir mi día a día alejada de tanta tontería.

Pero hoy estoy cansada. Harta de unos y de otros, del eterno tira y afloja, del te prohíbo y me rebelo. Llevamos años sumergidos en esta lucha de poderes no sé si emocionales o ideológicos, aunque a veces es todo lo mismo, sin llegar a ninguna parte. Llevamos meses subiendo el tono, esgrimiendo tópicos y rompiendo esquemas del Parlament al Parlamento, y viceversa. Por este lado de mi terra catalana tuvimos un cambio de President allá por enero mientras al otro lado «de la frontera» seguimos con un gobierno en funciones desde diciembre a la espera de una nueva cita electoral en junio. No sé si esta coyuntura ha propiciado cierto relajamiento en el tema independentista, que a mi juicio en las últimas semanas se mostraba bastante reposado. Hasta ahora, volvemos a arder.

El domingo se disputa la final de la Copa del Rey que enfrentará al FC Barcelona y al Sevilla en el Vicente Calderón. Si ya de por sí el fútbol es ardor, ¿por qué no calentarlo más? Eso debió de pensar la delegada del Gobierno de Madrid, Concepción Dancausa, que ha decidido prohibir la entrada de banderas independentistas al estadio acogiéndose al artículo 2.1 de la Ley del Deporte, que prohíbe «la exhibición en los recintos deportivos, en sus aledaños o en los medios de transporte organizados para acudir a los mismos de pancartas, símbolos, emblemas o leyendas que, por su contenido o por las circunstancias en las que se exhiban o se utilicen de alguna forma inciten, fomenten o ayuden a la realización de comportamientos violentos o terroristas, o constituyan un acto de manifiesto desprecio a las personas participantes en el espectáculo deportivo».

Pues bien, señora Dancausa, si lo que usted pretendía era evitar lo inevitable (no hay más que tirar de hemeroteca para ver el ambiente en este tipo de juegos) sepa que lo que ha conseguido es incendiar de nuevo un tema de naturaleza de por sí más que candente.

Qué equivocados están, señores del Partido Popular y demás cofrades, prohibiendo el uso de la libertad de expresión según su conveniencia, que es casi siempre. No soy independentista ni me gusta escuchar tan sonoras pitadas a un himno que considero propio como tampoco a ningún otro, pues ante todo para mí prevalece el respeto. Sin embargo no estoy de acuerdo con esta nueva medida que se han sacado de la manga de cara al próximo partido. No considero que la bandera estelada invoque a la violencia ni fomente el terrorismo cuando he visto más de un domingo simbología nazi, racista y xenófoba en más de un estadio. Ésa es la verdadera amenaza que recoge la legislación deportiva y créame, señora Dancausa, ése sí es un tema de violenta peligrosidad.

Si usted procura evitar que un sector de la afición del Barça aproveche la coyuntura del fútbol para hacer uso político le diré aquello que cantaba la gran Rocío Jurado: ahora es tarde, señora. Ahora es tarde porque desde que tengo memoria el Barça es més que un club, como lo es el Real Madrid y como lo es cualquier organización que tenga algo que ver con el poder. Pretender que en el palco del Bernabéu no se firmen grandes negocios u olvidar que la semilla de la hoy extinta CiU se gestó durante el tardofranquismo aprovechando una efeméride blaugrana es cuanto menos un despropósito falaz y majadero. Y personalmente no me gusta este matrimonio de conveniencia, el deporte es y debería ser simplemente deporte, pero no soy tan cándida como para no saber qué intereses se cuecen entre bambalinas, donde el aficionado de a pie no tiene lugar.

Conozco a muchos culés que lloran de emoción con su Barça y nada tienen que ver con el independentismo. Igual que conozco a muchos otros que sienten una victoria blaugrana como un triunfo sobre esa España represora y dictatorial que todavía hoy algunos no quieren dejar atrás. Algunos como usted, señora Dancausa.

Así que les ruego a todos los que tienen estas geniales ideas basadas en la mordaza y el silencio que se lo piensen un poco más antes de ponerse bravos impidiendo que una afición entera acceda a un estadio pacíficamente con la bandera que le dé la real gana. Si a ustedes no les gusta esa bandera en concreto entiendan que es nada más (y nada menos) que un símbolo al viento de lo que una parte del pueblo catalán intenta desde hace tiempo reclamar. Pero no la condenen con tan dura y ridícula opresión, retorciendo leyes y agitando las llamas de la política antes de las elecciones porque lo único que consiguen es alzarla mediáticamente todavía más, sumando adeptos a la causa independentista que precisamente tanto miedo les da.

Ustedes no se enteran de nada, y se lo digo yo con la potestad que me da tener el corazón catalán latiéndome en español. Probablemente pasaré un mal rato el domingo mientras silben el himno y no me gustará asistir de nuevo a la eterna politización de lo que es nada más fútbol, pero espero que el juez del Contencioso – Administrativo que ya está llevando esta causa resuelva hoy con sensatez y revoque tanta necedad. No estar de acuerdo ni compartir ciertas ideologías en una democracia no debería darnos tanta manga ancha para vetar. Al menos a mí me gusta más apelar a la libertad de expresión, no sé, llámenlo defecto profesional.

 

 

 

Enfermos sociales

la-esclavitud-43659551Vergüenza. Indignación. Rabia. Pena. Asco…Todo ello concentrado en el escaso minuto que duran las crueles imágenes que esta semana le robaron protagonismo al fútbol y que me dejaron completamente en shock, como a la mayoría de personas civilizadas.

No se puede decir lo mismo de los indeseables que el martes pasado se mofaron sin compasión de un grupo de rumanas que pedía limosna en la Plaza Mayor de Madrid, lugar por excelencia de encuentro entre turistas y capitalinos. Lugar que se convirtió tristemente en el centro de la humillación mundial por parte de un grupo de hinchas del PSV Eindhoven que aterrizaron en la ciudad no sé bien si para animar a su equipo que se enfrentaba al Atlético o para dar rienda suelta a sus más bajos instintos amparados en la cerveza y la impunidad que la multitud siempre concede.

Nadie a estas alturas creo que ignore lo sucedido cuando esos supuestos aficionados al fútbol se dedicaron a lanzar monedas al suelo para que las mujeres se pelearan por el botín al compás de unos «olés» que jaleaban sin gracia el toreo al mendigo. Un botín, por otro lado, compuesto por céntimos de cobre y algún billete quemado con asquerosa altanería a cambio de bailes, flexiones y mofas. El incidente, o mejor dicho la inhumanidad, terminó cuando la policía se llevó a las mujeres de la plaza y escoltó a los aficionados hasta las cercanías del Estadio Vicente Calderón. Curiosa solución.

Al día siguiente en Barcelona se disputó otro encuentro de Champions entre el club azulgrana y el Arsenal inglés. Algunos hinchas gunners decidieron emular lo acontecido en Madrid burlándose de un indigente con discapacidad física que suele pedir limosna por la Plaza Real catalana. Aunque no llegaron a tanto, los actos son igualmente condenables.

Como lo son los que se produjeron el jueves antes del partido de Europa League que enfrentó a la Lazio de Roma y al Sparta de Praga en la capital italiana. No sé si intentando hacerla mayor o por querer ganar un absurdo protagonismo, un grupo de seguidores checos acorraló a otra mujer que mendigaba sentada en el suelo para terminar orinando sobre ella. Al verlo quise vomitar.

Y me pregunto qué nos está pasando. Hacia dónde vamos. Qué es lo que nos genera tanto odio, tanto rechazo al otro, tanta vejación, tanto dolor. Qué sociedad tan enferma estamos permitiendo o creando. Cómo es posible que en un mundo cada vez más destinado a la globalización exista más racismo y se levanten más fronteras. A qué tenemos miedo. Qué intentamos proteger con estos ataques. ¿O es una cuestión de sin razón? Actos vandálicos que ya no se conforman con destrozar el mobiliario urbano de ciudades ajenas sino que la toman con los más indefensos. ¿Es la eterna guerra del fuerte contra el débil? Me recuerda a aquella teoría del filósofo Thomas Hobbes que defendía que el «hombre es un lobo para el hombre», ¿es la propia naturaleza del ser humano mantenerse en constante competición en una guerra de todos contra todos sin dudas morales?

Viendo lo ocurrido en tan sólo tres días en un ambiente que debería ser deportivo y festivo da la sensación de que estamos mucho más cerca de esa corriente filosófica que de la contraria. Y ya no sólo por el desagradable simbolismo que estos actos provocan, a fin de cuentas quiero pensar que es el resultado del vacío ético de unos cuantos borrachos degenerados. Pero me pongo a pensar en las más altas esferas del poder y me alarma la impermeabilidad de los gobiernos frente al racismo y la xenofobia, y su doble vara de medir. No me gustan los tratados ruines que se firman en despachos a miles de kilómetros del drama de los refugiados sirios, y me asquea que millones de votantes le consientan una burrada tras otra al fantoche Donald Trump.

Cada vez me cuesta más ver ese tipo de imágenes y escuchar esas barbaridades sin un nudo de rabia alojado en la garganta y lágrimas de vergüenza ajena en los ojos. Pero puede que tenga que entender que era Hobbes quien tenía razón en su tesis, aunque sé que en mi naturaleza romántica siempre seguiré siendo un poquito más de Rousseau.

 

 

 

 

 

 

¡¡Gracias totales, Iker!!

Hoy es un día triste para mí.

Me gusta el fútbol. Me gusta mucho. Siempre me ha gustado. Cuando era pequeña alternaba los juegos de cocinitas con los balonazos en el patio del colegio. Y a los Reyes Magos alguna vez les pedí la equipación por aquel entonces del Barça. Era lo que mamaba en casa, era lo que tenía cerca, era de lo que todos eran. Pero nunca me la trajeron, alegando supongo que yo era una niña y que esa fiebre futbolera pronto pasaría. Pero no pasó. Muy al contrario, mi fiebre se rebeló y contra todo pronóstico familiar esta catalana terminó siendo madridista.

Llegó la adolescencia y con ella la aparición de un jovencísimo Iker Casillas que ya apuntaba maneras a pesar de alternar periodos de titularidad y suplencias. Y en esas andaba calentando banca cuando el Real Madrid se clasificó para la final de la Champions contra el Bayer Leverkusen en Glasgow. Corría el año 2002. El año del despunte de Iker.

La noche del 15 de mayo César Sánchez, el portero titular durante la temporada, sufrió una lesión en pleno partido. Iker se enfundó sus guantes de nuevo y con tres paradas imposibles en los últimos minutos le dio al Madrid su novena copa de Europa. Iker, que era un niño, lloró aquella noche y se hizo hombre. Y yo me sentí incondicionalmente blanca.

Días después Santiago Cañizares, portero titular de la Selección Española, también se lesionó y quedó fuera de la convocatoria para el Mundial de Corea y Japón en el que Iker tuvo que tomar las riendas sin previo aviso. Quedamos eliminados en cuartos con un más que dudable arbitraje pero él se ganó su lugar en la portería cuando en octavos frente a Irlanda paró tres penaltis: uno durante el tiempo reglamentario y dos más en la tanda final. Al día siguiente toda España le apodaba ‘el Santo’, el primero de muchos más calificativos heroicos.

Debutó con el primer equipo en septiembre de 1999 a los 18 años, convirtiéndose en el portero más joven en hacerlo con el Madrid y en liga de Campeones, pero con tan sólo nueve ya formaba parte de las filas del club de su vida, en el que creció y con el que nos ha regalado infinidad de grandes momentos a todos los madridistas y me atrevo a decir que a todos los aficionados al fútbol. Nos ha brindado victorias históricas, triunfos para el recuerdo, campeonatos increíbles. Ha batido todos los récords posibles: es el portero menos goleado de la historia del Madrid y de la Selección Española, acumulando 962 minutos con el club blanco y 91 partidos completos con la Absoluta. Además de ser el único capitán del mundo que ha levantado un triplete de Selecciones (2008, 2010, 2012).

Y hablando de Mundiales, cómo dejar pasar por alto aquel 11 de julio de hace justo cinco años que todos llevamos grabado a fuego en nuestro corazón. Pero no sólo hay que recordar aquel día en el que «¡Iniesta de mi vida!» se coronó como el merecido héroe de la noche sudafricana, sino todo lo que conllevó desde el principio aquella Copa del Mundo. Que si veníamos de ganar una Eurocopa pero no nos teníamos que creer nada más, que nunca habíamos pasado de cuartos y no había que echar las campanas al vuelo, que Iker estaba desconcentrado por la presencia de su novia cubriendo el gran acontecimiento, que España nunca ganaría un Mundial… Y sí, Suiza nos metió el miedo en el cuerpo ganándonos en el primer partido. Y sí, hasta entonces ninguna Selección que perdía el primero se había coronado. Y sí, sufrimos todas las victorias por la mínima. Y sí, superamos la barrera de cuartos con sangre, sudor y un penalti parado por Iker al paraguayo Cardozo. Y sí, llegamos a semifinales y pudimos contra la férrea Alemania. Y sí, nos sentimos privilegiados por ser esta vez parte activa del sueño que todos quieren vivir. Y sí, Johannesburgo fue nuestro feudo. Y sí, las vuvuzelas por fin callaron en el minuto 116. Y sí, ¡lo logramos! Fuimos Campeones del Mundo aquella noche tan inolvidable como mágica. La noche en la que todos reímos, lloramos y nos echamos a la calle. La misma noche en la que Iker ganó su Guante de Oro y ya siendo un hombre, lloró entonces como un niño.

Dos años después de aquel hito volvió a levantar otra Eurocopa en Kiev y conquistó su primera Copa del Rey, el único título que todavía se le resistía. En total suma con el Real Madrid cinco campeonatos de Liga, tres Champions, dos Supercopas de Europa y cuatro de España, dos Copas del Rey, una Intercontinental y un Mundialito de Clubes. Además de haber sido elegido cinco veces consecutivas como el mejor portero del mundo por la IFFHS y otras seis nominado al Balón de Oro, trofeo casi inaccesible para un arquero.

Pero hoy parece que eso son sólo cifras lejanas en el tiempo. Es cierto que los años no pasan en balde y que el nivel de Iker no es el que ha llegado a ser en otros momentos, pero todavía le queda mucho fútbol en sus manos. Es cierto también que el parón al que le sometió Mourinho significó el inicio de un declive más mediático que moral que muchos detractores aprovecharon como si de la crónica de una muerte anunciada se tratara. Pero que no empañe su gloria ni las últimas dos temporadas de vaivenes ni mucho menos esta salida del club tan mal gestionada.

Hoy Iker abandona el club de su vida tras 25 años en él seguramente con la tristeza de sentirse desterrado de su propia casa e injustamente tratado por parte de una afición mínima pero ruidosa y exigente hasta lo despótico. Olvidadiza, frágil en la memoria y demasiado cruda en el error. Iker no quiere homenajes de mentira ni poses simuladas con los directivos que están forzando su salida desde hace un par de años. Pero somos muchos los que le rendiremos el homenaje que se merece guardando en nuestro recuerdo todos y cada uno de los momentos que nos ha hecho vibrar atajando balones y capitaneando uno de los vestuarios más complicados de liderar.

Gracias Iker por seguir siendo un ejemplo como persona y deportista tanto dentro como fuera del terreno de juego. Gracias por tantos años y tantos triunfos. Gracias por hacernos creer que los sueños se pueden hacer realidad y enseñarnos que la suerte del campeón es en realidad constancia, humildad y sacrificio. Gracias por todo y mucho éxito en cada nuevo reto que a partir de ahora se te presente. Ésta será siempre tu casa y tu afición, aunque hoy te quieran echar con prisas y sin remordimientos.

Tú ya eres mucho más que una leyenda. Tú eres nuestra mejor leyenda.
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¡GRACIAS TOTALES, IKER!

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