La gente que merece la vida

Me gusta la gente que pregunta cómo fue tu primer día de lo que sea, la cita médica que te inquietaba o la entrevista de trabajo que estabas esperando. Los que se acuerdan del detalle que contaste una vez de pasada sin darle la menor importancia, y te lo refieren en el momento más inesperado. Quien leyendo un libro o tras ver una serie te la recomienda porque cree que te puede interesar. Aquellos que envían mensajes para sacarte sonrisas y pensarte feliz. Los mismos que proponen cines, playas, cafés y cenas de la forma más sencilla, sin tener que cuadrar tanto la agenda. O verse de forma espontánea en el bar de la esquina solo por las ganas de compartir un rato de terapia gratuita. Esa gente que dedica tiempo sin mirar el reloj. Qué gran regalo, y cuánto nos cuesta.

Me gustan quienes se preocupan por ese asunto que sobrellevas como puedes, por todo lo que a veces acuchilla el alma. Y me encantan los que se quedan a escuchar de verdad, entre el silencio y más allá de las palabras. Aunque delires, aunque divagues, aunque te calles. A pesar de las contradicciones y los vaivenes emocionales. A los que no les asusta la oscuridad de tus días más malos, porque saben apreciar los instantes luminosos de los más buenos. Los que evitan las típicas frases hechas para quedar bien. Por cumplir, por seguir. Los que no se aprovecharían jamás de tu lado vulnerable. Esos que diríamos son de fiar.

También me gusta la gente que tiende la mano en los arrebatos, las locuras, los miedos, las dudas, las alegrías o las penas. Y que lo hace de forma activa, real. Que observa, respeta, acompaña y no juzga. Aquel que se involucra de forma suave y constante, sin que tenga que suponer un estorbo para nadie, sin que haya detrás alguna estrategia.

Me gustan los que demuestran que están aunque pasen el tiempo, los daños y las circunstancias. Y que si deciden alejarse no dejan vacíos por llenar con dudas, misterios ni cábalas. Quienes no juegan con los sentimientos ni se escudan tras ellos para tirar con bala pretendiendo que no haya consecuencias. Apuesto por la gente que es capaz de decir oye, que te echo de menos, así, con el corazón en la mano, sin que suponga un esfuerzo. ¿Qué hay de malo en desnudar las emociones si desnudamos los cuerpos sin tanto ritual?

Me gusta toda esa gente, la buena, la auténtica, la de verdad, porque cuando llega a tu vida deja de ser justamente gente y se convierte en mucho más.

México es como el primer amor…

¿Qué tienes, México? Dime qué es lo que tienes para no dejarme nunca libre de ti. ¿De qué se trata? ¿Por qué? Durante un tiempo pensé que el amor romántico por un hijo de tu tierra me cegaba, que toda esta atracción no era más que el resultado de una necesidad y que cuando ésta pasara, tú también pasarías. Pero no es así. Y ahora me doy cuenta de que en realidad no era él, sino tú: el México caótico que desespera y el México sonriente que te alivia las penas.

Eres tú, México, el que me hace sentir como en casa sin serlo, el que me saca sonrisas y hasta me distorsiona el acento. Qué locura. Pero también qué pinche felicidad. Confieso que todavía, después de tantas veces en las que te he podido disfrutar, no he logrado alejarme de ti sin lágrimas en los ojos y un nudo de emociones alojado en mi garganta. Y qué le hago, carajo. Si cuando llego siento un estallido de energía y cuando me voy escucho resquebrajarse otro pedazo más de mi corazón (¡y ya van varios!). Cómo gestiono los sentimientos que me nacen en una tierra tan lejana a la mía y que pienso como propia. Sé que suena complicado y que probablemente pocos pueden entender que cierto cordón umbilical me una a un lugar que no me pertenece por derecho pero que siento con devoción. Pero es que en México aprendí a amar hasta la lluvia, que es mucho decir para mí.

México me deja en cada una de sus visitas un poco más de libertad, de coraje, de aventuras, de magia, de ilusiones, de cruda realidad… Tan imprescindibles para entender mejor la vida y a mí misma. México me regala dosis increíbles de buena vibra, aunque ahora las cosas no estén en su mejor momento y se respire cierto aire de temor y crispación (maldita política). México me enseña la calidez en las palabras, el agradecimiento, la generosidad. En México las relaciones personales están a otro nivel, aunque ellos piensen que ya están idiotizados también con las nuevas tecnologías y el postureo. Sí, como todos por desgracia, pero en México todavía se miran a los ojos por el gusto de verse y las puertas de las casas están siempre abiertas a quien quiera llegar. Y eso es algo que me encanta de este país: que no existe el protocolo ni en la familia ni en la amistad, que todos pueden llegar a ser amigos, que la gente más dispar se junta y se echa unas risas y unas cubas y unos tacos, o lo que haga falta. Que te acogen como a una más desde el minuto uno y que siempre disfrutarás de una buena plática con los amigos de años y con los recién llegados.

México es un país alegre, distinto, extraño, peculiar. Sus aficiones son las más entregadas, por surrealistas que parezcan. Y ésa es parte de su gracia también, de su encanto. Derrochan ingenio aunque a veces lo malgasten en puras pendejadas, como dicen ellos. Viven como si el mundo se fuera a terminar mañana, a veces con cierto grado de irresponsabilidad, pero eso les hace aferrarse más a la vida porque en realidad no tenemos tiempo que perder. Y ellos, que entienden bien la muerte, lo saben. En México son valientes hasta rozar lo inconsciente y ese tipo de locura establecida que generan con su forma de ser es quizá lo que más me atrae de ellos. La gente pasional y atrevida que es capaz de seguir a su corazón aunque a todos les parezca un error. Esa gente del vaso medio lleno, de las ocurrencias más inverosímiles y del optimismo inquieto. Me gusta México por lo que es, con todo lo bueno y todo lo malo que tiene, pero me atrapa por su gente.

Dicen que México es como el primer amor: que nunca se olvida. Y que el único riesgo que corres cuando lo conoces es el deseo de quedarte. Puedo afirmar por experiencia que ambas expresiones son ciertas. Y que hoy me doy cuenta de que México siempre será ese amor que queda aunque dejes de tenerlo. Le doy las gracias al destino que me cruzó contigo para abrirme los ojos a un nuevo mundo y a una mejor forma de querer. Porque, México, tú eres como ese primer amor para mí: especial e inolvidable, el que se queda grabado en el alma e impregnado por siempre en la piel.ilustracion-dibujo-mexico_1284-7330

La gente que me gusta

Me gusta la gente inesperada. Esa gente que hace las cosas porque sí, porque lo siente, porque le sale, porque te quiere. Personas que viven sin complejos, que ríen con ganas, que derrochan libertad. Me gusta esa gente que fluye como si fuera un relámpago o que te sacude el alma como si se tratara de un huracán. Esos que estallan sinceros, que viven sabiendo que esto un día se nos terminará.

Me gusta la gente que mira a los ojos cuando habla y que busca en los labios el camino si se pierde. Aquellos que te toman de la mano para infundirte seguridad o confianza, que te abrazan con el corazón lejos de darte una fría e hipócrita palmadita en la espalda. Gente que no le teme a la verdad, que no se oculta tras una máscara, que no disfraza con abalorios de grandeza su auténtica realidad.

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Me gusta la gente atrevida, curiosa, imprevisible. Personas espontáneas que no tienen miedo a idear, probar o conocer. Esos que están siempre a punto para un buen plan, que te siguen el juego y las locuras sin preguntar demasiado porque simplemente disfrutan estando a tu lado. Esos mismos que también son el aliento cuando eres tú quien ya no sabe cómo ni por dónde avanzar, los que no te permiten caer pero si lo haces se tumbarán junto a ti hasta que te vuelvas a levantar.

Me gusta la gente que no tiene horarios ni que va a las citas con el tiempo justo o predeterminado. Aquellos que no buscan en las agujas del reloj el toque de queda, los que no utilizan el móvil para escapar de una conversación, esos que no inventan excusas ni ponen pretextos alegando que no pueden cuando en realidad es que no quieren.

Me gusta la gente detallista y deslumbrante. Personas generosas que tienen la capacidad de sorprender con un simple detalle, de provocar sonrisas y de construir momentos bonitos y agradables fuera de lo que dicta el calendario. Esa gente que se acuerda de preguntar cómo estás o qué tal te fue porque les interesa de verdad. Me gusta la gente que calla, que valora el silencio, que no te atropella con su verborrea, que cede la palabra y que sabe, por encima de todo, escuchar.

Me gusta la gente respetuosa y consecuente. Esas personas que defienden una opinión sin menospreciar la de enfrente, que no tratan de cambiarte ni de convencerte. Esos que abren sus brazos y su mente a nuevos retos y experiencias, que dejan los prejuicios a un lado, que no viven de cara a la galería. Gente decente que no se retroalimenta del ego ni de la envidia, que huye de la pose y que detesta el qué dirán.

Me gusta la gente emocionalmente valiente. Esas personas que no le temen a los sentimientos, que no se incomodan ante una lágrima ni les asusta una declaración de intenciones. Esa gente apasionada a la que le hierve la sangre con la injusticia y que afronta de cara tanto lo bueno como la adversidad.

Me gusta la gente viajera, exploradora, entusiasta. Esos que no se detienen, que no temen, que indagan, que aprenden, que quieren. Me gusta muchísimo toda esa gente que te hace sentir parte fundamental de su vida sin importar tiempo, distancia ni edad. Esas personas que se convierten en tu otra familia sin tener que compartir necesariamente un hogar. Esos que te regalan un sitio, un motivo y una razón. Esa gente importante que se nos cruza en el camino para hacernos mejores personas. Ellos: los que son y los que están.

 

 

¡Estoy harta!

Llevo ya varios días muy cansada, agotada, hastiada. Busquen todos los sinónimos que quieran pero esta es la situación: estoy completamente harta.

Estoy harta de Puigdemont, de Rajoy, de la política del perro y el gato, de promover el «cuanto peor, mejor». Estoy harta de corrupción, corruptelas, arengas, utopías, irresponsabilidades y orejeras. Estoy harta de escuchar de aquí y de allí voces que no nos dan voz, de proclamas suspendidas, del pez que se muerde la cola y de amenazas de patio de Primaria. Estoy harta del intercambio de cartas que no se quieren entender, de jugadas de ajedrez, de leer tantos términos y condiciones que no dicen nada. Estoy harta de banderas, cacerolas, velas, pancartas, vídeos virales, imágenes photoshopeadas, victimismo por doquier y exaltaciones a tantas patrias. Estoy tremendamente harta.

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Como también estoy harta del cáncer de mama, de pulmón, de próstata, de piel o de cualquier otro tipo. Estoy harta de malas noticias, de ictus repentinos, de tumores infantiles, de «pupitas» que no eran nada, de que la vida no se olvide nunca de regalarnos su maldita dosis de putadas. Estoy harta de las enfermedades, de las adicciones, de los desahucios, de los embargos, de las mafias, del hambre en el mundo y de las guerras pactadas.

Estoy harta de apremiar a la gente para que cumpla su palabra. Harta de perseguir respuestas y acciones, de buscar yo sola las soluciones, de intentar entender los motivos de los silencios que van y vienen. Estoy harta de elucubrar de madrugada, de whatsapps vistos y no vistos, de llamadas no descolgadas, de indirectas virtuales, de lobos sospechosamente adorables. Estoy harta de hacer reclamos y sentir que por ello molesto, de ser una intensa porque necesito una mísera réplica a mis peticiones, comentarios y palabras. Estoy harta de esos que se dicen amigos pero que nunca preguntan cómo estás, qué tal te va, si no hay un beneficio para ellos detrás. Perdón por pretender mantener conversaciones reales lejos de las banales, por interesarme de corazón y por querer dialogar, que yo no soy como esos políticos con su cuento de nunca acabar.

Estoy harta de la hipocresía, de la mala gente, de la crítica por la crítica, de juzgar las decisiones ajenas sin conocer, de etiquetar a las personas sin saber. Estoy harta de que la confianza dé asco y de la falta de lealtad. Harta del pasotismo, del todo vale, de herir con conocimiento de causa. Estoy harta de los tuits y retuits ofensivos, de la pésima educación que impera en la sociedad, de las amenazas y de los juegos y artimañas. Muy harta de las estrategias, del individualismo, de la vanidad, del orgullo y de tanto infeliz subido a un pedestal. Harta de los pies del interés y de las zalamerías convenientes que siempre paso por alto. Harta de mí cuando remuevo Roma con Santiago si alguien me pide un favor, de no haber aprendido todavía a decir que no. Harta del egoísmo, de lo superfluo, de las mentiras y de las medias verdades. Estoy harta de que cueste tanto pedir perdón y dar con sinceridad las gracias.

Estoy harta de estar tan harta.

 

México 

Hay lugares que se te quedan en el alma, lugares en los que regresar es como un soplo de vida, lugares que nunca quieres dejar. Existen paraísos terrenales, los he visto. Hay ciudades insulsas y otras realmente bonitas, también las conozco. Hay atardeceres de película, amaneceres de cuento. Hay infinidad de sitios por recorrer, el mundo es tan grande… Y sin embargo siempre hay un lugar que se convierte en tu debilidad, que te atrapa aunque no sepas por qué. Y yo hace tiempo que tengo el mío.

Puede que sea por su extraña belleza o puede que sea la magia de su propio surrealismo. Puede que sea su encantador desorden, sus caóticas avenidas, su pinche desmadre. A lo mejor son los olores a guiso, a tacos, a pozole que inundan sus calles. Quizá son las sonrisas, el alboroto, los colores. O el acento, su forma de hablar e incluso de alburear. Ándale, quizá sea también eso. Pero por encima de esas circunstancias que da la tierra, que son las que son, están las personas. Y ellas son las que nos atrapan de verdad. Quizá mucha gente no me entienda, seguramente aquellos que no han tenido ocasión de vivirlo a mi manera o de estar en mi piel, de haber conocido México a través de mis ojos y junto a mis personas. No lo sé ni voy a tratar de convencer a nadie de las maravillas de un sitio ni de sus inconvenientes tampoco. Hace tiempo que dejé de debatir ese tipo de cosas, que si la calidad de vida, que si las oportunidades, que si el bienestar… ¿Dónde se vive mejor? ¿En qué lugar? Como si las comparativas hubieran dejado de ser odiosas alguna vez. No, no se trata de nada de eso, volvemos de nuevo a las circunstancias. 

En realidad se trata, como decía, de las personas que construyen los lugares. Las personas que hacen de México un pueblo grande en alma más que en tamaño, que ya es mucho. Su fuerza, su energía, su solidaridad, su dedicación… Sobre todo en las malas, cuando de verdad se les necesita. Siempre he admirado el amor que le demuestran a su país los mexicanos, el empuje y el optimismo en cada momento. Son unos chingones. Si pierden un partido le mentan la madre a los jugadores pero no dejan de alentarlos el siguiente domingo. Se quejan de ellos mismos, sí, de su burocracia, de sus corruptelas, de sus inseguridades y oscuridades y seguramente muchas veces no hacen nada al respecto porque piensan ¿para qué? Y realmente no hay pensamiento más humano. Pero cuando hay que estar a una, están unidos como los mejores y a mí, precisamente ahora, me da muchísima envidia. 

Eso es lo que me gusta de México, eso y las personas que me han permitido descubrir desde hace años cómo es realmente su país, con sus luces y sus sombras. Mis mexicanos que me acogieron desde el minuto uno con gran cariño y que me han enseñado tanto en nuestras similitudes y diferencias son los que le dan sentido a su tierra, y a mi profundo amor por ella.

Hoy entendí que hay lugares que se te meten tan adentro que cuando tiemblan, tiemblas tú también con ellos. 

Otra vez el terror

Europa vuelve a despertar atemorizada tras una noche de pánico. Una vez más, el terrorismo nos estalla en la cara sin que podamos evitarlo. Aunque en estos momentos todavía las informaciones son algo confusas, ayer pasadas las 22.30h tras la finalización del concierto de la estadounidense Ariana Grande en el Manchester Arena estalló un artefacto que ha provocado la muerte, hasta ahora, de 22 personas además de contabilizarse cerca de 60 heridos. La mayoría jóvenes y algunos niños que habían acudido a ver a su artista favorita brillar en el escenario. Nada hacía presagiar que una noche de emociones pudiera llegar a convertirse en fatídica.  Continuar leyendo «Otra vez el terror»

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