No quiero nada

Que qué quiero, me preguntas entre el reproche y la curiosidad, entre el atisbo de esperanza y el temor. Y te contesto lo mismo cada vez: no quiero nada. Porque me parece mucho más sencillo resumirlo así que tratar de explicarte todo lo que se me pasa por la cabeza. O quizá lo hago por miedo, para cubrirme las espaldas y no salir de nuevo escaldada. Como una cobarde, sí, obligada quizá por el fracaso de haber sido tan valiente ante los espejos equivocados. No puedo magullarme más, pero…

Quiero paseos sin rumbo tomados de la mano y cafés improvisados. Quiero besos robados en el autobús o a la vuelta de la esquina. Quiero tu sonrisa en las mañanas de lluvia y el refugio de tu piel en las noches de tormenta, en las tardes soleadas de verano. Quiero sentirme protegida en tu abrazo y salvajemente deseada por tus labios.

Pero no, no quiero nada.

Quiero escuchar todo aquello que me quieras contar, y aún más eso que te cuesta tanto desvelar. Quiero que seamos cómplices de nuestras bromas y secretos, de nuestras palabras mudas, de los gestos que solo tú y yo entendemos. Quiero aprender de ti y que tú lo hagas de mí. De las lecturas, de las canciones, de los misterios.

Pero de verdad, que no, no quiero nada.

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Quiero hipnotizarme viendo arder el fuego de tus ojos mientras chisporrotean las brasas en aquella chimenea. Quiero mecerme contigo en un mar de salitre y sueños. Quiero conocer el mundo a través de tu perspectiva, desde la aldea más remota a la ciudad más cosmopolita. Quiero llegar y que estés, y quiero irme sabiendo que a mi regreso también estarás. Quiero que viajemos juntos y que construyamos un hogar.

Pero no insistas, ya te lo he dicho: no quiero nada.

Quiero trazar un mapa de cosquillas en tu espalda y mil rutas de vida a tu lado. Quiero que me incluyas en las buenas y en las malas, que cuentes conmigo y que cuando yo ya no pueda más, me ayudes a reflotar. Quiero que fluyamos a la par por los vaivenes de las emociones, de los miedos, de las ilusiones. Quiero ser el apoyo que necesitas sin que sientas que por ello me debes lealtad a cambio. No quiero ese tipo de lealtad comprada. Quiero que estemos y seamos en libertad, en plenitud, en confianza y en igualdad.

Pero no, en serio, nada de nada.

Quiero ser el resorte que buscas para atreverte. Ser siempre esa adrenalina que te recorre la sangre cuando me ves, cuando me sientes, cuando me tienes. Quiero bucear en tu pasado para comprender mejor tu presente. Y quiero que, después de todo, vayamos por un futuro común sin tapujos ni titubeos. Sí, quiero tener las obligaciones y los derechos, y asumo el riesgo de tener tu amor por completo.

Porque quiero ser mucho más que tu loca bajo las sábanas. Quiero ser tu respuesta, tu seno, tu vicio, tu antídoto, tu causa, tu remedio. Y quiero que te rindas por fin, sin tregua ni condiciones, a ese brillo que lleva mi nombre y que te empaña de felicidad la mirada.

Pero no te preocupes que cuando me preguntes, te diré, una vez más, que yo no quiero nada.

 

 

Vámonos

Vamos a escondernos tras la ladera

de aquella montaña de hielo

donde tu calor y mi fe ciega

son de este querer escuderos.

Vámonos a robarle caricias al viento

que las voces del eco nos quiebran

intentando con furia condenarnos

por esta locura de mieles y hiedra.

Vámonos al refugio de nuestras pasiones,

a la oscuridad de aquella noche eterna

cuando pudimos amarnos por horas,

mientras la lluvia ahogaba las penas.

Vamos de nuevo a ese jardín prohibido

donde tú eres solo mío, nunca más de ella,

y donde yo soy para siempre tuya,

envuelta en rosas, perfumes y sedas.

Vámonos a donde no puedan seguirnos los miedos,

las injurias, las mentiras, los celos,

que la culpa siempre se viste de gala

y se adueña de los amores más necios.

Vámonos a la orilla del mar

para que la brisa despeine tu pelo

mientras mis labios buscan tu sal

y las olas nos mecen bajo su seno.

Vámonos a cabalgar de luna en luna

que quiero morir cada noche a tu lado

consumiéndome las ganas y la ternura

en el húmedo placer que sabe a pecado.

Vámonos lejos de aquí, de todo,

que ya no puedo soportar más la carga

de sentirte a escondidas del mundo,

de ocultarte incluso de mi alma.

Vámonos, ¿a qué le temes?

¿No es acaso esta forma de vida,

una triste condena de muerte?

Vámonos, no me atormentes…

Que los años no regalan clemencia

y nuestra juventud de alas doradas

pronto será un recuerdo maltrecho

tejido entre las sienes de plata.

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