Lágrimas poderosas

¿Alguna vez has llorado frente al espejo? Pero no de forma actuada como si de un ensayo teatral se tratara, que a lo mejor también. Sino llorar de verdad, con el alma desgarrada y las entrañas doloridas. De esas veces en las que lloras a solas, escondida del mundo, de la manera más fuerte y bochornosa hasta para ti. ¿Alguna vez has llorado así mirándote al espejo? A lo mejor piensas que es una tontería y que qué necesidad tienes de verte en esas circunstancias, en las que normalmente te aplastas contra la almohada o te tapas la cara con las manos, porque qué penoso eso de llorar… Pues no, hazlo.

depositphotos_139749822-stock-illustration-pop-art-comics-style-crying recort okLlora. Llora tu rabia, tus miedos, tus iras, tus reproches, tus malos ratos. Llora todo lo que te quiebra, te arde, te aprisiona. Llora como si no hubiera un mañana para que precisamente lo haya. Y mírate mientras lo haces para ver a la mujer que hay tras esas lágrimas. Al principio rehuirás de tu propia imagen: qué patético eso de estropear una bonita cara regándola por nada. O por demasiado. Pero si superas ese primer pudor hacia ti misma y consigues alzar la mirada y verte mientras brotan lagrimones de tus ojos ya enrojecidos te darás cuenta del poder que tienes. Sí, aunque parezca paradójico y creas que no es posible que alguien sumergido en el llanto pueda mostrarse de una manera distinta a la miseria, no es cierto. Fíjate en ti, deja que fluya todo tu dolor, suéltalo y siente cómo cae a borbotones por tus mejillas. Libérate. No hay alternativa, llorar es justo y necesario por mucho que hayamos crecido reprimiendo esas lágrimas que comportan emociones y parecen síntoma de debilidad. Qué equivocados estábamos: las lágrimas son la reacción a nuestra fortaleza mantenida en el tiempo y un día, sin más, el aguante nos dice basta. Basta de reprimir, de callar, de dejar pasar. Basta de echarse a la espalda lo que no nos corresponde, de mirar para otro lado, de no afrontar las dudas, de preferir vivir en la incertidumbre y en un falso «todo está bien». Basta de no coger el toro por los cuernos por miedo a soltar, a llorar, a perder.

El llanto permite manifestar nuestras emociones y debemos desterrar la idea de que el que no llora es más fuerte y que el que lo hace es psicológicamente inestable. No, llorar es sano, natural y conveniente. Cuando lo hacemos, las lágrimas desprenden una serie de componentes químicos presentes en nuestro cuerpo, como la oxitocina y las endorfinas, que actúan como analgésicos naturales. Es por eso que tras una buena sesión de llantina nos sentimos más desahogados y probablemente mucho más capacitados para poner en perspectiva aquello que nos provocó la crisis de llanto. Aliviamos el malestar y mejoramos el humor, nos relajamos y en cierta manera le bajamos las revoluciones al estrés, la ansiedad y el nerviosismo que veníamos acumulando momentos antes de romper a llorar. Y lo que es mejor, nos ayuda a conocernos a nosotros mismos: las lágrimas nos permiten saber cuáles son nuestras vulnerabilidades, qué nos afecta, con qué podemos lidiar, hasta dónde somos capaces de llegar, qué respuesta intentamos dar.

Así que no reprimas tus lágrimas ni fuerces tu bloqueo emocional simplemente por el qué dirán. Tú no eres una loca exagerada que llora por cualquier cosa, que no te quiten importancia. Tú no eres una histérica ni una paranoica por mostrar tus sentimientos más reales aunque eso le incomode a alguien más. A veces la gente no sabe qué hacer frente a las lágrimas del prójimo pero que eso no nos impida brotar todo lo que llevamos dentro sin miedo, temor o vergüenza. Peor están aquellos que por una absurda cuestión de apariencia no se quieren sanar. Así que ahora mírate al espejo y llóralo todo contra ti misma. Verás que pasas por diferentes fases hasta llegar al final. Entonces, ya libre, enjúgate las lágrimas, levanta la mirada y sal ahí afuera dispuesta a continuar.

 

Jaque mate

Despertó por la mañana, si es que a eso se le podía llamar despertar, con un profundo sabor alcalino en la boca y los ojos enrojecidos, como cuando antaño se perdía en las noches saltando de fiesta en fiesta, bebiendo humo y tragos a partes iguales. Sin embargo esa mañana no fueron las copas de más, ni las canciones ni los cuerpos sudorosos bailando frenéticos a su alrededor los culpables de su aspecto demacrado. Aquella mañana le abofeteó en la cara la cruda realidad.

Dos días antes fue cuando lo soñó. Inquieta en su cama, se revolvía entre las sábanas queriendo escapar de aquellas imágenes que el subconsciente le escupía sin consideración, entrelazando momentos vividos, recuerdos y fantasías. Y, luego lo supo, también la premonición. Leyó un mensaje en su sueño, una frase lapidaria que la hizo despertar de golpe. No, no puede ser. Corrió a encender su teléfono y esperó a que se activaran todas las notificaciones: nada. Respiró el aire contenido durante esos segundos eternos y rió aliviada. ¡Qué tonta! Se tumbó en su cama, tratando de entender por qué de repente mientras dormía le aparecían compañeras del colegio olvidadas, viajes no realizados, estancias bien ubicadas, gente desconocida y emociones desgarradas. Y él, por supuesto, siempre él. Y ahora también ese mensaje estúpido que con temor siempre esperó y que por suerte nunca llegaba. Le quitó importancia, al fin y al cabo los sueños sueños son y probablemente aquel cóctel inconsciente no era más que el resultado de darle vueltas a esa cabecita suya tan loca y a tantos días de deseos y de espera.

Pero aquella dilación tan densa no podía traer nada bueno y en el fondo lo sabía, el instinto no acostumbra a fallar. Aunque ella insistía, se sacudía las malas vibras, pensaba en positivo, quería creer… Luego también lo maldecía, claro, y al final siempre lo excusaba. Y así, el círculo se fue estrechando hasta que se sintió demasiado perdida, profundamente asfixiada. ¿Por qué de repente estás tan callado?, se preguntaba. Tuvo paciencia, controló los tiempos, no quiso ser pesada, varió los temas, lo prendió con ganas, desaceleró lo incómodo y volvieron a las charlas triviales. Pero llega un momento en el que la partida tiene que avanzar. Fue entonces cuando se hartó y pidió explicaciones, y de nuevo recibió más silencio. Cobarde, pensó, algo no va bien, pero ¿el qué? Ayer esos planes que trazamos seguían siendo buenos; ayer todavía deseabas estar entre mis piernas como un loco; ayer no pasaba nada de lo que está pasando hoy. Ayer sólo era una premonición.

Se martirizaba pensando, sí, pero ni una lágrima derramó. Se repetía aquello de que no tener noticias es una buena noticia, aunque sabía bien que en su caso no aplicaba. Se afligía alegando que a veces la mejor respuesta es el silencio, o que el silencio en sí ya es una respuesta. Pero cuando el silencio es forzado e incomprensible se vuelve tan ensordecedor que resuena en los tímpanos, rompe la garganta y duele en el corazón.

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Entonces en esa madrugada veraniega tan parecida a aquella primera, en la soledad de su cama y sin poder dormir, el silencio se rompió. ¡Por fin!

Pero cuando desbloqueó el teléfono la sonrisa se le heló al comprobar en su pantalla que el mensaje de su pesadilla estaba ahí: corto y conciso, sin lugar a dudas ni margen de error. Jaque mate. El nudo contenido en su garganta durante los últimos días bajó hasta su estómago y lo estranguló. Quiso vomitar, antes incluso que llorar. Respondió con toda la dignidad que pudo conservar, sintiéndose en realidad más sucia que triste.

Después intentó dormir pero no consiguió más que un duermevela de escalofríos y opresión en el pecho. Le quemaba el aire, la mente le estallaba, le gritaba con rabia el alma… Humillada, ultrajada, utilizada. Se sintió de la peor de las maneras porque no lo vio venir, ¿cómo hacerlo? Siete días antes no había ni un atisbo de sospecha, al contrario. Y ahora le temblaban los dedos tecleando esa palabra maldita que nunca quiso teclear, ese puto adiós que le haría naufragar. Fue ahí cuando le brotaron las lágrimas al sentir que sus últimos años finalmente cedieron y se le derrumbaron, pero se durmió antes de poder pulsar enviar.

Despertó por la mañana, si es que a aquello se le podía llamar despertar, con un profundo sabor alcalino en la boca y los ojos enrojecidos de tanto llorar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llueve, amor, duele

lluvia2Llueve. Las gotas resbalan por su cara y se funden en su boca, tan saladas ellas. Un relámpago la deslumbra y sus ojos se ciegan durante una décima de segundo. Un trueno estremece su cuerpo, la asusta, la impresiona. Llueve aún más, con furia, con ganas. El viento sopla contra su ventana queriendo traspasarla hasta alcanzarla. Su reflejo demacrado ante el cristal la hace llorar. ¿Ésa es ella? No se reconoce entre tanta tristeza. ¿Dónde quedaron sus eternas ganas de reír? ¿Dónde se escondió su alegría, su fuerza? Ya no tiene nada, parece que ni tan siquiera lágrimas por derramar. Pero miente, todavía moran lágrimas rebeldes en esos cansados ojos negros, aún queda agua dentro por derramar. Agua estancada tiempo atrás, agua contenida en su cuerpo como una presa a punto de reventar.

Hoy que las nubes descargan la lluvia aliviadas, ella necesita también soltar su agua para liberarse de ese estigma que no la deja avanzar, pero un nudo en la garganta la sujeta con firmeza conteniéndole las penas hasta ahogarse en ellas. Confundida ve pasar a la gente por su calle, tan transitada siempre, tan llena de vida. Unos corren, otros hablan, otros ríen y probablemente alguno llora. Cada quien portando una mochila cargada de buenas y malas experiencias, pesada o liviana pero siguiendo adelante. Y ella, en cambio, se mantiene encerrada en el baúl del recuerdo en el que alguien un día la metió arrojando la llave de su libertad al fondo del mar. Tan prisionera como resignada, la comodidad de sentirse retenida la exprime hasta dejarla seca y débil. Ausente de todo, viendo avanzar los días en un abismo de locura gris, inmersa en esta lluvia que la moja pero que ya ni siente. No hay más que mirarla a los ojos para descubrir un océano turbio y revuelto tras ellos, un océano que intenta disimular pintando sonrisas fugaces con carmín. Ella no puede permitirse estar mal, no puede flaquear ante nadie porque nunca lo hizo y ya ni siquiera sabría cómo hacerlo… Siempre fuerte, segura y poderosa ante los demás. Pero frágil su alma se rompe silenciosamente como aquella pequeña taza de porcelana tan inalcanzable como quebradiza que todos odiábamos.

Un trueno, otro más. Un grito contenido y un respingo, aunque no lo suficientemente fuerte como para abrir sus ojos increíblemente apretados. Silencio. No quiere nada, no es nada, no siente nada. Tan vacía de emoción y tan llena de agua. Otra gota contra su ventana mientras ruedan sobre su rostro muchas más, buscando las cicatrices invisibles que aquellos labios en otros tiempos dejaron en su cuello. Pero las lágrimas caen en precipicio mojando el suelo de su habitación tal como se forman los charcos al otro lado de su dorada jaula. Las compuertas de su alma se resquebrajan al compás de este goteo lento pero incesante que saborea su piel queriendo alargar y embellecer la condena de su pesadumbre. Suavemente, sin torrentes ni sollozos. Una pausa y poco a poco otra lágrima construye de nuevo ese camino de sal por su mejilla izquierda. Siempre es primero el lado izquierdo, el del corazón, el del dolor. A ella le sigue otra, por el mismo sendero que la anterior. Parpadea intentado salvar la inundación de sus ojos mientras se muestra tan tranquila… Mucho más que el viento que azota los árboles del jardín, porque no hay huracán que pueda hacerla mover esta noche. Anclada, atada, aprisionada. Tan fría, conteniendo la respiración y tan quieta que parece a punto de morir. El aire intenta volver a ella a través de su ventana como un soplo de vida o de esperanza. Pero de nuevo frente a su reflejo borroso, distorsionado, roto de dolor, intenta una sonrisa y sólo consigue trazar muecas desfiguradas que no dicen nada. Busca despertar un destello en su mirada al recordar quién fue en otra vida, cuando el sol brillaba cada mañana, cuando se bañaba de luz, cuando lloraba de alegría y no de miedo. Aquella vida lejana en la que las ilusiones eran más fuertes que los temores, y los nervios eran de emoción y no de angustia. Cuando se mecía suavemente con la brisa marina y miraba al cielo siempre sonriente y esperanzada. Cuando su realidad era tan distinta que hoy en el desconcierto se pierde y se marea. No sabe quién es en realidad ni tampoco cuándo y cómo acabará esta eterna noche de lluvia y helor, no tanto allá afuera como en su alma.

Suena una melodía antigua de fondo, tremendamente romántica… Se deja envolver por su sonido, que confundido con el murmullo de la lluvia la empuja hasta él. Enredada entre tantas dudas se pregunta si fue real o nada más se enamoró de una maravillosa mentira. Lejos quedan ya aquellas noches de miradas, caricias y pasión… Y aunque sabe que es insano intentar reproducirlas en la soledad de su cama, con palabras que prenden y sin aquel cuerpo que la alivie, no puede dejar de desearlo. Pero ¿qué le queda? Seguir amándolo a oscuras, en secreto y en silencio. Guardando ese amor en su alma, protegido hasta de ella misma, porque a veces confesarlo duele más que callarlo.

A nadie le importan sus lágrimas porque nadie sabe de ellas. Ella es su dueña, ella las sufre, ella las posee y ella las retiene. Son suyas igual que sus penas, sus desdichas, sus vacíos y sus miserias. Esta noche se consume entre susurros y sollozos esperando tras su ventana sabiendo que ni un milagro se lo traerá. Es por eso que llueven sus ojos, y es por él que llora su alma.

Vuelve.

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