A son de mar

Barco a la deriva entre tus dedos, furiosa, salvaje.

Perdida.

Latente de esperanza, muerta de miedo.

Ansiosa, incauta.

Me marea el vaivén de la indecisión, me aferro a cada ola sin remedio.

Busco la orilla a veces, surcando la salvación.

Pero de nuevo dejo atrás esa tierra firme, tediosa, yerma.

Y me hundo en el peligro…

Tu terreno.

Tengo sed de ti.

Húmedo deseo me embriaga azotándome la calma.

Y regreso, regreso, regreso…

Porque no hallo en el cielo estrellas más bellas que tus lunares,

ni constelación que me alumbre como haces tú.

Quiero ser gaviota errante y anidar sobre tu cuerpo,

magia eterna los besos que agitan mi mar sereno.

Instinto, razón, anhelo.

Tu boca, mi perdición y mi consuelo.

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Mi manera de vivir

—Y tú de mayor, ¿qué quieres ser?

—¿Yo? Mmm, escritora… —contesté tímidamente.

Se produjo un silencio. Vi su cara de asombro, incrédula, incluso puede que vislumbrara cierta mueca de rechazo, aunque a los ocho años no supe definirlo con certeza.

—Ya, pero… ¿y de verdad? —insistió la niña.

Entonces supe que mi decisión era demasiado rara, o aburrida, como para sorprender a aquellos ojos inquietos que esperaban una respuesta acorde con su carácter.

—Ah, pues no sé, peluquera, o maestra, o actriz…

Cualquier cosa más llamativa, pensé, o más normal. Y me guardé para mí aquellos tesoros en forma de letras que garabateaba en un diario rosa de candado. En la adolescencia los relatos de fantasía infantil dejaron paso a otros más crudos, más reales, más íntimos. Cambié los diarios por libretas corrientes donde garabateé confusiones y deseos, incertidumbres, esperanzas, ilusiones. Emborroné folios por doquier, archivé memorias y daños, me rebelé y me revelé. Y conforme fui creciendo hice de esa necesidad de expresión una costumbre, o quizá fuera al revés. Busqué en el periodismo la oportunidad de hacer de mi pasión oficio, aunque alguien me dijo que era demasiado literaria para lo que requerían las noticias. Después, la vida me llevó por otros caminos donde los números se impusieron. Sin embargo, esto no melló en mi afán por escribir, al contrario, lo potenció. Sentí cómo aquella niña de ocho años me gritaba cada vez con más fuerza quién era, qué quería, y lo que un día, por vergüenza, se calló. Y empecé a darme cuenta de que mi amor por las letras siempre estuvo ahí, inherente, casi inconsciente en mi manera de ser y sobre todo de pensar. Comprendí entonces que podría no hacer muchas cosas en esta vida, pero nunca podría dejar de escribir.

Porque escribo para poder entender. Para amar y que me amen. Para saber, para conocer. Por miedo. Para sobrevivir. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir la propia. Escribo para acallar mis demonios y para darle alas a mi imaginación, para no perder la cabeza, y para permitirme perderla.

Escribo para asimilar mis emociones, para no sentirme sola, para no dejar escapar un solo instante. Escribo desde las entrañas lo que no puedo hablar, para ponerme orden, para dejarme llevar. Escribo para creer, para luchar, por inconformismo, como un modo de reivindicar, por justicia quizá. Escribo para soñar, para huir de la realidad, para salvaguardarme del qué dirán. Y, sin embargo, escribo desnudándome el alma, a veces atrincherada, otras demasiado expuesta y liberada.

Escribo para calmar el desasosiego, aliviar el dolor y sumirme en el placer. Por temor a muchas cosas, incluidos los afectos, el olvido, la pérdida, el fracaso. También escribo para explorar mi delirio, la lujuria que vive en mí. Para colarme por los laberintos de la mente e intentar entrar en los de quienes me leen. Escribo para que no se me olviden las cosas, para homenajear el pasado y la memoria, para aprender de los errores, para ponerlos sobre papel alejándolos así un poco más de mí.

Escribo por vicio, por afición y por aflicción. Escribo por cabezonería y para empoderarme. Por egoísmo y egocentrismo, puede que incluso por cierta vanidad. Escribo para ver hasta dónde puedo llegar, por exigencia, por perfección, por reconocimiento, por prestigio, por valor. Escribo para estrangular las palabras y los sentimientos, para dejarlos cantar, bailar, posarse sobre mi piel, morar en mi persona. Escribo porque a veces prefiero la coraza del papel con sus infinitas rectificaciones que el suicidio irreverente de unos labios inoportunos. Lo hago en mí y contra mí, como una guerra interna entre intelecto y corazón donde quien manda es puramente el momento y la intuición.

Escribo para indignarme, para llorar, patalear y luego curarme. Puede que lo haga por timidez y para salvarme. Escribo por impulso, por entretenimiento, porque lo disfruto. Lo hago para seducir y para maldecir, para crear y recrear, para no dejarnos morir.

Escribo para ponerle nombre a lo que me rehúye, para tomar conciencia de mi realidad y la de otros, para encontrar respuestas a veces a ninguna pregunta. Escribo para encontrarme. Lo hago también para doparme de sensaciones y lo utilizo como antídoto de demasiadas cosas. Escribo para equilibrarme, para estar en paz. Quizá lo hago también por cierta insatisfacción, para llenar vacíos o porque, simplemente, no tengo alternativa.

Sé que no escribo por elección, sino que lo hago por pura necesidad, porque a veces es demasiado potente el estallido de imaginación que corretea por mi conciencia y de alguna forma me tengo que desahogar. Escribo para ser un poco más feliz y porque creo que al final, cuando solo existe el silencio, el sabor de aquellas palabras que fueron dichas, rasgadas, escritas y amadas, siempre permanecerá. Escribo, en definitiva, porque es la forma más cercana a la libertad que conozco. O quizá simplemente lo hago porque, si no es así, no sé ser de otra manera.

Ahora que no estás

Ahora que se adueña de ti el silencio, me invade el temor de que no vuelvas, de que no estés, de que no me quieras como yo te quiero. Ahora que la soledad abruma mis días me asusta esto que estoy sintiendo, tan potente, tan idiota, tan intenso.

Ahora que ya no suena el teléfono, que las tardes se desvanecen entre la espera y los recuerdos, y las noches se agitan temblorosas cubiertas de hielo. Ahora que el frío asoma tímido tras los cristales y del alma brotan palabras quebradas que guardo por miedo.

Ahora te echo de menos.

Ahora que la inercia de los años nos ha traído de nuevo hasta aquí, callados, perdidos, tan lejos. Ahora que me inundan las lágrimas acumuladas y palpo el orgullo vencido a mis pies, las mentiras atropelladas me escupen con descaro, y las verdades descubren lo que nunca quise creer.

Ahora que me basta un guiño cómplice, un gesto amable, para sentir que nada ha cambiado, aunque eso sea al final lo que siempre te ruego: un cambio. Ahora que la vida me abofetea insoportable la calma, y el ansia de libertad acarrea el sabor amargo de la derrota.

Ahora te echo de menos.

Ahora que el reloj ya no marca ni siquiera reproches, que los labios se borran de esta piel reseca por el olvido, huérfana de ti, y me invitan despechados y curiosos a seguir otros caminos.

Ahora que el futuro no pronuncia más tu nombre y el pasado no quiere recordarte tampoco el mío, ahora que las locuras duermen enredadas en los cajones, y el torrente de emociones por tu ausencia me aboca al desespero.

Ahora te echo de menos.

Ahora que nuestro universo de colorines solo pinta blancos y negros, que los atardeceres rosados no nos buscan insolentes tomados de la mano, ni los bares son testigo de aquellas caricias furtivas y de aquellos besos tan tiernos.

Ahora que no estás a mi lado me pregunto si alguna vez lo estuviste. Y me pierdo confusa entre la bruma del dolor y del deseo, del rencor, del amor, de los celos. Invoco a diario el valor que nos falta para vivir como queremos, y espero paciente el momento de mi partida, o de tu regreso.

Porque ahora que no te encuentro, que te has ido, que ya no te tengo…

Ahora es cuando más te echo de menos.

¿De qué escribo cuando escribo?

Desde que empecé a escribir, o más bien a publicar en este blog permitiendo así que extraños y no tan extraños accedieran a mis letras, me he enfrentado a mí misma, al qué dirán, y a la sombra de la duda que se cierne sobre todo aquello que aquí relato. No pocas veces me han preguntado si es autobiográfico, si lo he vivido, amado, padecido. Si todas mis palabras responden a algo, si lanzo mensajes subliminales, si juego con la indirecta, si digo aquí lo que no puedo decir fuera de este espacio. Aún hay gente que piensa que me dirijo por y para alguien en concreto, como si de misivas con destinatario se tratara; gente que se da por aludida para bien y para mal; algunos que incluso ven todavía en mis sentimientos la marca de amores ya caducos, o de otros que se piensan incipientes. Y luego está la gente que no solo especula con el grado de ficción y realidad de lo que escribo, sino que además me critica por ello. Sí, hay gente que me convierte en la protagonista absoluta, sobre todo de las historias «moralmente cuestionables» (y lo entrecomillo porque quisiera yo conocer la vara de medir de la moralidad de ciertas personas), para dejarme a la altura del betún. Pero olvidan que yo no soy personaje sino escritora, y que cuestionarme así más que una crítica es para mí un verdadero halago. Que tú, como lector, sientas que lo que yo transmito bailando con las palabras puede ser real, me puede haber pasado, o que incluso te identifiques con ello, me llena de orgullo y me anima a continuar escribiendo. Si consigo provocarte sensaciones y no te dejo indiferente, ya me doy por satisfecha.

Los mejores crímenes para mis novelas se me han ocurrido fregando platos. Fregar platos convierte a cualquiera en un maníaco homicida de categoría. Agatha Christie.

A nadie se le ocurre pensar que la escritora británica, autora de sesenta y seis novelas policíacas, fue en realidad una asesina encubierta o que en cualquier caso le hubiera gustado serlo, a pesar de la excelente capacidad que tenía para narrar tramas homicidas tan detalladas como creíbles. Pues claro que no, quizá tuviera cierta afición por el mundillo de las intrigas y las investigaciones y de ahí naciera el pintoresco Hércules Poirot, pero todo lo demás fue fruto de su imaginación. Como lo son la mayoría de las historias que residen en la ficción, con sus destellos indispensables de realidad. Sin embargo, que existan esos destellos, que son al fin y al cabo de los que se nutre una narración para conferirle verosimilitud otorgándole viveza, no significa que sean fieles, ciertos ni nuestros.

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Pero entonces, ¿de qué escribo cuando escribo? ¿De dónde surgen las ideas? ¿Cómo puedo manejar temáticas que desconozco? ¿Hasta qué punto las emociones que plasmo en papel no son las mías? Está claro que la materia prima para todo escritor es la vida, aunque dicho así llega a confundir: ¿la propia vida? No. No tiene porqué. O sí, con matices. La vida como tal ya está lo suficientemente llena de elementos inspiradores, solo hay que saber observarlos. Un trayecto en autobús, una conversación en la mesa de al lado, ese sueño que te sacudió mientras dormías, aquello que nunca te atreviste a hacer, una decisión acertada o no,  lo que fue y lo que pudo haber sido, un destino equivocado, un paisaje de la naturaleza, los viajes que emprendemos, los deseos más ocultos, el terreno inexplorado de la fantasía, lo que decimos y lo que callamos, el recuerdo de la infancia, la gente y sus problemáticas, el contexto que nos rodea, las ficciones que vemos, escuchamos o leemos, el minuto siete del capítulo veintitrés de tu serie preferida, el vacío de la memoria… Y por supuesto, también aquello que todos sin excepción en algún momento sentimos: el amor, la tristeza, los celos, la pasión, la envidia, la locura, la gratitud, la esperanza, la rabia, el temor, la ilusión, la pérdida, el poder, un reencuentro, la lealtad y la traición, la impotencia, el valor de la amistad, la complicidad. Todo eso que está ahí, en la propia condición humana, en la existencia en sí misma, es susceptible de ser contado. Basta con dejarse llevar sin miedo por los recovecos más profundos y extraños, con cierto grado de intuición, curiosidad y delirio. Creo que, en definitiva, escribir es el resultado personal de una confluencia de elementos que nacen de muchas cosas pero sobre todo de una imperante necesidad. Cada uno sabrá cuál es la suya.

Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias. Cuando la realidad se vuelve irresistible, la ficción es un refugio. Refugio de tristes, nostálgicos y soñadores. Mario Vargas Llosa.

 

 

 

Las letras en su espalda

Ella se enamoró, de qué serviría negarlo. Se enamoró primero de todo de sus manos, de sus meñiques torcidos, de la lúnula de sus pulgares. Se enamoró de la simetría de su boca y de sus ojos algo rasgados. Y luego, lo que es peor, se enamoró de su risa exagerada y de sus andares descompasados. Cuando se dio cuenta de que se había enamorado también de la cicatriz de su ceja izquierda ya era demasiado tarde como para tener que olvidarlo. Se le metió ese amor en las entrañas con tanto ímpetu como desconcierto. Se le agarró al pecho, se le subió a la cabeza, le inundó de prisas el corazón.

Fue una locura, sí. ¿Pero de qué otra forma se puede vivir el amor?

Ella se enamoró una noche a principios de verano cuando sólo eran un par de extraños calibrándose frente a frente entre miradas discretas y tímidos roces. Pero la violencia de las emociones que embisten para dejar huella se hizo notar cuando el embrujo de sus ojos negros dio paso al consentimiento de sus labios y éste a la pasión de sus cuerpos. Se enamoró de su aroma y del abrazo que la rodeó aquel amanecer y un millón de veces más, todas las que la vida se lo permitió. También se enamoró de la lluvia que los refugió bajo el mismo paraguas, de su piel tostada mecida por los rayos del sol tras las ventanas, del dibujo etéreo de su perfil al trasluz y de su boca ansiosa buscándola a oscuras cientos de madrugadas.

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Se enamoró de la picardía de un guiño y de la atracción irreverente de aquella mirada. Del deseo que emanaban sus poros y de ese cierto temor que sólo lo que se sabe efímero es capaz de otorgar. Se enamoró del nerviosismo que su presencia le provocaba, del nudo en la garganta, del brillo en sus pupilas, del húmedo placer que resbalaba entre sus piernas cuando los centímetros se acortaban. Se enamoró del anhelo, de la inercia y de la calma. Se enamoró en todas las idas y venidas de cada risa y sorpresa, de las confesiones amargas, del puñal de los celos y quizá también del dolor que la ausencia le provocaba. Ella se enamoró del misterio que no era, de las voces que la atormentaban, de un sueño más pueril que real, de sus lágrimas saladas.

Se enamoró de un ego beligerante necesitado de independencia y compañía. Del perro del hortelano que ni come ni deja comer, del hombre oculto tras la máscara que creyó llegar a conocer. Se enamoró del conformismo, de la fuerza, del fuego y del olvido. De las caricias certeras y de los halagos oportunos, también de las excusas que cicatrizaban y de las heridas que sin darse cuenta se le gangrenaban. Se enamoró de las reconciliaciones a besos, de los dedos entrelazados, de los susurros al oído, de los latidos acelerados. Se enamoró del orgullo, de la soledad, del daño vanidoso, de aquella tarde de playa paseando junto a la orilla del mar.

Ella se enamoró del exotismo y de la utopía. Del futuro que imaginaba, de las raíces que dejaba, de los cimientos que poco a poco construía. Se enamoró de las esperas y de los reencuentros, hasta de aquellas noches en vela sumida en tantas fantasías. Se enamoró también de las películas que nunca vieron, de los libros que quedaron amontonados en el cajón, de la primavera violácea en su jardín, del inmenso caos que fluía torpe a su alrededor. Se enamoró de la inestabilidad, del extraño sabor a derrota, de la eterna ilusión, del hijo que nunca nació. Se enamoró de una promesa rota y de una triste canción igual que de todas las letras que le escribió a tientas sobre su espalda en aquella oscura habitación. Pero él sólo entendía ‘Roma‘ cuando ella quería decir ‘amor‘.

 

 

Resultados Premios 20Blogs… ¡GRACIAS!

9f10208c24f8b6fb40cef5f6c48f9001_400x400Acaban de publicarse los resultados de la XI Edición de los Premios 20Blogs y no puedo estar más que agradecida y satisfecha. El total de blogs participantes ha sido de 8.305 (¡wow!) divididos en 20 categorías según la temática. Mi categoría, como ya sabéis, es un poco indefinida por aquello de no tener una temática concreta, sino de escribir de todo lo que se me pasa por la cabeza, por el alma y por la vida. Así que incluyeron este Cafetera y Manta en la categoría ‘Blogosfera‘ junto con otros 726 blogs más. ¡Todo un reto!

Es la primera vez que inscribo mi blog en un concurso, y aunque no he ganado el soñado primer premio, ése al Mejor Blog 2016, estoy súper feliz con haber conseguido el sexto puesto en mi categoría. ¡SEXTO DE 727 BLOGS!

RESULTADOS CATEGORÍA BLOGOSFERA DE LA XI EDICIÓN PREMIOS 20BLOGSCaptura_2017-04-07_10_44_30

Así que muchísimas gracias al jurado de La Blogoteca y de esta XI Edición de Premios por haber considerado que debo de estar en la parte alta de la tabla, porque eso me sigue motivando para continuar en esta aventura de las letras, tan difícil como apasionante. De verdad, ¡GRACIAS! No podía esperar quedar en un puesto tan bueno dado el elevadísimo número de participantes y de bitácoras tan geniales.

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Y mil gracias de corazón a todos los que dedicasteis cinco minutos de vuestro tiempo a registraros en la web (con lo complicado que a veces parecía) para ayudarme también con las votaciones para poder posicionarme en buen lugar. Gracias por leerme en vuestros ratos libres, o por buscar un rato libre precisamente para leerme. Gracias por alentarme, por inspirarme. Gracias por todo el apoyo, por estar pendientes de los resultados, por confiar en mi potencial y por hacerme sentir que los días en los que ni me salen las palabras, en los que ni siquera puedo teclear una sola letra, también merecen la pena. Gracias a las libretas en blanco y a esos «nunca dejes de escribir…» que me dan toda la fuerza para seguir.

GRACIAS, ¡INFINITAS GRACIAS!

 

 

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