Lidio con mis demonios, con los tuyos, con el bien y con el mal. Batallo con las pérfidas lenguas afiladas, con los vaivenes de emociones y las excusas baratas. Entrego mi corazón en carne viva por todo, y por nada. Lucho contra la guerra de tus silencios para ganarme la paz de los míos. Y aquí sigo.
Escucho a tus ojos decirme que me aman mientras tus tímidos labios no pronuncian esa extraña palabra. Asisto a la encrucijada que todavía mantienes con tu mente, con tu alma, con tu mundo… Lejos de todos y, a veces, también de mí. Espero paciente el momento de estar juntos, de sentirnos, aunque sea solamente entre las sombras del delirio. Y aquí sigo.
Viajo contigo a los recuerdos de aquella primera vez, a la ebria locura que nos condenó desprevenidos y sin remordimientos. No, no me arrepiento. Busco en tu guiño insolente la respuesta a todas mis dudas, me creo lo que quieres hacerme creer, confiándote a ciegas mi propia supervivencia, pero por perdida que esté… Aquí sigo.
Confieso que descifro tus medias sonrisas a mi conveniencia, aunque sé que no equivoco los instintos. El brillo profundo que agranda tus pupilas al verme es lo más cierto que me das, tan inconsciente, tan fiero como rebelde, tan real. Me aferro a él cuando el abismo me abofetea la inseguridad, cuando ya no puedo más. Y aquí sigo.
Bailo al son del cosquilleo de tus susurros en mi oído, de la provocación que emana de tu piel, del olor que nace entre caricias y besos. Tan especial, tan único, tan nuestro. Extraño cada instante a tu lado, las riñas, la calma, los juegos. Deseo irremediablemente volver a ellos, a ti, sin fisuras ni mentiras, con la única condición de querernos tanto como para elegirnos siempre sobre el resto. Y aunque ahora me aterra que la vida nos sobrepase, y que transcurra entre nosotros demasiado tiempo… Aquí sigo.