Qué tendrá el mar que cura. O por lo menos, alivia. El mar son tantas cosas… A veces pienso que el mar soy yo en mí misma.
Gotas de nostalgia me surcan la piel dejando un reguero salado a su paso. Sonrío. El horizonte se ve muy lejos, pero ahora un poco más claro.
Gotas de esperanza salpican mi rostro, deslumbrándome traviesas. Me dicen ¡eh, tú, respira! Y me lleno los pulmones de un futuro tan incierto como retador.
Gotas de zozobra se enredan disimuladas entre mis pestañas cuando me sumerjo a solas en mis profundidades. Les doy algo de tregua, hoy no merecen contenerse con tanto empeño.
Gotas de fortaleza apuntalan mi espalda para dejar atrás un pasado que ya solo puede ser huella, camino y aprendizaje. Qué gran consuelo será poderse desprender, poderlo comprender.
Gotas de deseo nacen entre mis piernas cuando me dejo vencer por la pasión que me invade. Cierro los ojos y te encuentro siempre atrapado en un largo suspiro. Ven, te suplico. Ven…
Gotas de ilusión acarician mis labios devolviéndome el sabor de aquellos besos, como si fueran los primeros. Lo eran, quizá. ¿Y si lo intentamos de nuevo?
Gotas de indulgencia caen de mis manos en franca letanía como cuentas de un rosario. Las más difíciles, las más sangrantes. Las únicas que nos permiten seguir adelante.
Y qué será lo que tiene el mar que cura. O por lo menos, alivia. El mar son tantas gotas… A veces pienso que el mar soy yo en mí misma.