Siento el aire inundando mi nariz, bajando hasta mis pulmones, abriéndome el pecho de par en par. Con furia entra en mí el huracán del olvido mientras golpean con fuerza los recuerdos contra mis ventanas, queriéndome descolocar. Pero hoy huyo de todas esas puertas que sólo abren al pasado, de todos esos sentimientos que un día creí bucólicos y que ahora sólo buscan martirizar. No quiero saber nada de aquellos aires de grandeza que una vez fueron sin ser. No me interesan las ínfulas de quien se cree poderoso siendo nadie, ni de quien pretende serlo a costa de los demás. Ya no soy aquella niña que el viento efímero de una pasión podía hacer tambalear.
Entra en mí este aire frío que despierta mis rincones más adormecidos, que me pone alerta, que me despeja la mente y me ventila el corazón. Acaricio la brisa como si fuera un terciopelo rozándome la piel. La siento ligera, suave, condescendiente. Poco a poco me va mitigando la carga, me desata los nudos, me descama el óxido acumulado en el alma.
Es un viento agradable éste que busca insuflarle vida a un nuevo comienzo en el que emana la risa, el fervor, la verdad, el consuelo, la alegría, el bienestar. Irrumpe en mí la ilusión, el amor, la paz. Vuelan lejos las malas intenciones, los dobles sentidos, las estrategias, los desaires, las mentiras, las poses fingidas, la hipocresía, las burlas y el interés.
Fluye en mí un incesante vaivén de sentimientos convalecientes buscando consuelo y otros que, recién nacidos, sólo quieren sobrevivir en este huracán que forman siempre mis emociones.
Siento el aire inundando mi nariz, bajando hasta mis pulmones, abriéndome el pecho de par en par como si de repente todo cobrara un nuevo sentido. Como si hasta ahora no hubiera sido capaz de oler la libertad.
Y hoy, por fin, respiro.