—Esta luz es distinta —murmura para sí apoyada en la barandilla del barco, mientras respira el aire fresco que le acaricia la cara, aliviándole el calor—. Es la luz más bella que he visto nunca…
Hace una semana que navega por el río Nilo y no deja de maravillarse con el paisaje que se presenta ante sus ojos. Un paisaje como sacado de otro tiempo, superviviente de la historia, fiel testigo también, que cambia cada vez que lo observa, aunque otros ojos dirán que siempre es lo mismo. Una sucesión de palmeras en la orilla y dunas doradas más atrás, antesala del desierto. De vez en cuando, algunas poblaciones dispersas, con sus casas de adobe o, con suerte, de ladrillo a medio construir. Los minaretes de las mezquitas se elevan hacia el cielo, desde donde el muecín entona el Adhan para recordar a sus fieles que es la hora del rezo. Un cántico musulman que ella desconoce, pero que le resulta muy familiar.
El barco está próximo a una de las esclusas que corta el Nilo para salvaguardar su desnivel. De la ciudad cercana le llega un crisol de voces alborotadas mecidas por el viento. No alcanza a verlos, pero puede imaginarse a los jornaleros cargando las alforjas de los burros hasta los topes y a los vendedores callejeros tratando de engatusar a los más incautos. «Un euro, un euro… Hola… Barato, amigo». También a las mujeres ataviadas con sus ropas, algunas tapadas por completo, otras solo cubriendo el cabello con el hiyab, comprando con prisas en el mercado. Luego están los turistas montados en calesas que sortean a toda velocidad el caos de los caminos llenos de polvo, y los que pasean en grandes grupos guiados como borregos, entre asustados y asombrados.
Los pescadores salen a faenar bien temprano para evitar el sol abrasador del mediodía. Por eso a esta hora ya no queda más que alguna faluca de recreo desafiando en su tamaño a los cruceros, y otras tantas capitaneadas por buscavidas fluviales que tratan de conseguir clientes a bordo llamándoles la atención desde el agua, en un acercamiento de lo más peligroso, para ofrecerles un despliegue de chilabas y demás telas coloridas jugando al regateo.
«Mira, amiga. No compromiso. Prueba vistido. Regalo para madre, suegra. Novio también. Tú mirar chilaba bonita. Buen presio, amigo. ¿Cuánto queres pagar?»
Ella sonríe al verlos, pero ya los conoce y ahora no tiene ganas de tanta algarabía, así que busca un rincón más tranquilo cerca de la popa donde poder desconectar. La cubierta del barco es un ir y venir constante de viajeros y trabajadores, fiel reflejo de lo que es el propio país. Una tierra fascinante y llena de vida, aunque a veces puede llegar a abrumar.
—Sí… aquí mucho mejor.
Se agarra a la baranda con las dos manos, echando la cabeza hacia atrás para llenarse los pulmones de naturaleza y de tantos aromas que se encuentran y la embriagan. De repente uno, entre todos ellos, la sacude por completo. Cierra los ojos ante la belleza de esa luz anaranjada del atardecer sobre el río y se deja llevar por el olor dulce de un té con hierbabuena que le acaricia los recuerdos… Sabe que él está a su lado. Siempre lo está.
—Te estaba buscando, habibi… —Unos brazos la rodean cariñosamente por la espalda, devolviéndola al presente. El beso suave en el cuello le provoca un ligero temblor en las piernas. Sonríe con la mirada ahora puesta en el horizonte, símbolo de lo eterno, bajo el refugio amoroso de quien acaba de conocer. Hay tanta paz en este lugar del mundo que ella se siente flotar mientras el Nilo baila a sus pies.