Vamos a escondernos tras la ladera
de aquella montaña de hielo
donde tu calor y mi fe ciega
son de este querer escuderos.
Vámonos a robarle caricias al viento
que las voces del eco nos quiebran
intentando con furia condenarnos
por esta locura de mieles y hiedra.
Vámonos al refugio de nuestras pasiones,
a la oscuridad de aquella noche eterna
cuando pudimos amarnos por horas,
mientras la lluvia ahogaba las penas.
Vamos de nuevo a ese jardín prohibido
donde tú eres solo mío, nunca más de ella,
y donde yo soy para siempre tuya,
envuelta en rosas, perfumes y sedas.
Vámonos a donde no puedan seguirnos los miedos,
las injurias, las mentiras, los celos,
que la culpa siempre se viste de gala
y se adueña de los amores más necios.
Vámonos a la orilla del mar
para que la brisa despeine tu pelo
mientras mis labios buscan tu sal
y las olas nos mecen bajo su seno.
Vámonos a cabalgar de luna en luna
que quiero morir cada noche a tu lado
consumiéndome las ganas y la ternura
en el húmedo placer que sabe a pecado.
Vámonos lejos de aquí, de todo,
que ya no puedo soportar más la carga
de sentirte a escondidas del mundo,
de ocultarte incluso de mi alma.
Vámonos, ¿a qué le temes?
¿No es acaso esta forma de vida,
una triste condena de muerte?
Vámonos, no me atormentes…
Que los años no regalan clemencia
y nuestra juventud de alas doradas
pronto será un recuerdo maltrecho
tejido entre las sienes de plata.