Feminismo: más y mejor

Hoy, 8 de marzo, me encuentro frente a esta pantalla intentando poner orden a todo lo que me gustaría decir y ni siquiera sé por dónde empezar. Tengo las ideas revueltas, como las hormonas, será por eso de ser mujer. Será también porque hoy hay que poner de manifiesto todas esas cosas que el resto del año no se ven, o no se quieren ver. Será porque tenemos que aprovecharnos de nuestro día, ese que la ONU nos otorgó oficialmente en 1975, para ponernos en pie una vez más, como ya hicieron muchas generaciones de mujeres antes que nosotras, para reivindicar esa igualdad que a veces todavía se nos escabulle ya no solo en lo político y en lo social sino en lo más básico y cotidiano.

Pero antes que nada y para ser coherente con mis ideas debo confesar que me desvinculo totalmente de ese exceso de feminismo que a veces envuelve de cierto totalitarismo el ideario de la mujer y que por la búsqueda de querer ser más, raya incluso lo absurdo. Cuestiones como el lenguaje, por ejemplo: más inclusivo sí, pero grotesco no, por favor. Utilizar la terminación «-e» para evitar otorgar un género o sacarse de la manga palabras como «jóvenas», «miembras» y «portavozas» no nos hará romper el techo de cristal ni equipararnos en salarios y labores. Soberana ridiculez también aquella de cambiar el monigote de los semáforos añadiéndole una falda para incluirnos en los pasos de peatones porque estaba claro que sin ese símbolo nosotras no sabemos cruzar la calle. Símbolo por cierto, el de ponerle una falda a la mujer, que muy poco tiene de feminista y sí mucho de cliché.

Como tampoco estoy de acuerdo, aun a riesgo de que ahora muchas mujeres se me echen encima, de valernos del discurso feminista que alguna parte del colectivo reivindica para poder hacer lo que nos venga en gana victimizándonos de manera pueril después. Para mí, personalmente, existen ciertos límites y no es lo mismo libertad que libertinaje. Evidentemente, un NO es un NO y nadie debería sentirse nunca obligada a hacer algo que no le apetezca (mucho menos con violencia de por medio) pero que este derecho no se confunda con jugar con las emociones ajenas a nuestro antojo ni marear la perdiz del quiero y no quiero de una manera consciente y estratega (porque sí, chicas, también hay mujeres así). Si a nosotras no nos gusta que un hombre nos dé una de cal y otra de arena, nos maneje a su antojo o nos trate como un capricho de usar y tirar, a ellos tampoco. Porque realmente eso ya no es una cuestión de sexos sino de personas. Con todo esto tampoco estoy diciendo, por si alguna me tacha de lo que no soy, que no podamos juguetear y divertirnos cómo y con quien nos plazca, solo faltaría, pero siempre que las reglas del juego establecidas sean válidas para todos. Porque repito, hay asuntos que no son una cuestión de género, sino de respeto.

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Considero que en muchos casos cuando hablamos de feminismo confundimos nuestra propia lucha, que es sumamente importante y por la que hoy muchas mujeres en el mundo paramos, con declararle la guerra al hombre en vez de entender que generalizar nunca fue bueno y que el discurso del temor tampoco. No todos los hombres nos violan ni nos matan, ni tienen que representar una amenaza constante para la otra mitad de la sociedad. Es cierto que la vulnerabilidad física de una mujer respecto a un hombre es mucho mayor que a la inversa, y que probablemente nosotras nos sentimos más intimidadas caminando ante un grupo de hombres que nos observe de cierta manera y mucho más atemorizadas volviendo a casa de madrugada o quedándonos solas en un vagón de Metro vacío. Todo eso es algo demasiado cotidiano que nos ocurre a todas y que como mujer quisiera no tener que vivir, cierto, pero no creo que la solución pase por azotar a toda la masculinidad (que no es lo mismo que al machismo) ni atrincherarnos en el «yo que fui menos, ahora quiero ser más».

Me gustaría que el día de hoy, cargado de fuerza y simbolismo, sea la punta del iceberg de una movilización madura y consecuente que nace de la mujer pero que debe extenderse al resto de la sociedad. El machismo está tan arraigado en nuestra vida cotidiana que no es tarea fácil desprenderse de él pero tenemos que ser conscientes de que el cambio comienza en el día a día, en casa, en la oficina, con nuestro grupo de amigos, en pareja. Y a su vez, espero que todos aquellos que nos representan (sean del color que sean), se pongan a trabajar en lo que de verdad importa de manera continuada y no solo lo hagan en tiempos de precampaña. Que inviertan, por ejemplo, en ayudas a las víctimas de violencia de género, cuyas cifras alarmantes no dejan de subir. Que destinen más recursos a la prevención, a la sanidad, a la educación. Que tomen medidas en general para el bienestar de toda la ciudadanía y también en cuestiones específicas para la mujer. Que dediquen más esfuerzos a estudiar qué está pasando entre los más jóvenes y por qué ciertos comportamientos que ya creíamos superados están repuntando peligrosamente. En definitiva, que utilicen las herramientas que tienen y que les otorgamos para escuchar a la sociedad y caminar a la par de lo que se palpa y se pide en las calles. Que lo que se pone de manifiesto en días como hoy tenga el eco necesario en las altas esferas y que entre todos, hombres y mujeres, seamos capaces de aceptar que queda mucho camino por recorrer y que en ningún caso somos contrincantes sino aliados, en ésta y en cada lucha.

Soy mujer, hija, hermana, tía, amante, amiga. Algún día me gustaría ser madre. Antes fui adolescente y niña. Y si hoy me planto y paro, si hablo de mí, de nosotras, es con el derecho que me otorga ser quien soy y por el deber de ser quien quiero ser. Y quien quiero que seas tú, y todas ellas, y las niñas de hoy y las que vendrán: mujeres más fuertes, más capaces, más valientes, más independientes, más libres. Mujeres que brillen con su propia luz y que no necesiten de otros para hacerlo. Mujeres que puedan decidir sobre su cuerpo sin quedar estigmatizadas por ello sea cual sea su decisión. Mujeres libres para ser madres y para no querer serlo. Mujeres que se tomen en cuenta en los puestos de poder y que puedan seguir compatibilizando trabajo y familia si es su deseo. Mujeres, en definitiva, que no tengan que seguir luchando solo por el hecho de ser mujer. Porque espero sinceramente el día en que ser mujeres no signifique nada más que eso, con todo lo maravilloso y especial que conlleva. Como también lo espero de la religión, de la raza o de la condición sexual. Que las etiquetas que todavía ponemos para diferenciarnos como personas ya no tengan ningún sentido. Ese día entonces podremos celebrar la verdadera igualdad.

Yo también me niego

Desde que salió a la luz el ‘caso Weinstein’ numerosas mujeres (y algunos hombres también) han denunciado situaciones de acoso y abuso sexual en Hollywood. Tras el escándalo del productor, actores tan consagrados como Kevin Spacey o Dustin Hoffman también han salido a la palestra por lo mismo, lo que ha ocasionado todavía más revuelo que los nombres de Harvey Weinstein o James Toback, menos conocidos para el gran público. ¿Qué ha cambiado para que ahora se preste atención a sucesos que vienen pasando desde hace décadas? Este tipo de acciones eran un secreto a voces en Hollywood que nadie se atrevía a denunciar porque las pocas mujeres que en su momento lo hicieron no tuvieron ni voz ni voto, muy al contrario, vieron cómo el poder de esos hombres les hacía tanta sombra como para convertirlas en mentirosas y exageradas. Pero ahora ya no, algo está pasando aunque sea muy lentamente y a veces sólo cara a la galería. Porque en realidad Hollywood no es el único nido de buitres en el que ocurren estas cosas sino que simplemente es la punta del iceberg, ahora palpable, de una sociedad todavía muy lejos de poder hablar de igualdad de género en cualquier aspecto.

A raíz de este caso muchas mujeres de varios países y de diferentes ámbitos han empezado a alzar la voz no sólo ya contra el abuso sexual y la violación sino contra el machismo en general, el machismo de a pie que sin darnos cuenta toleramos y a veces incluso fomentamos. Para ello, asociaciones como Oxfam Intermón están lanzando campañas para concienciarnos de que éste es un problema real y es un problema de todos. Pero no sólo las organizaciones visibles lo hacen, también surgen campañas espontáneas en las redes sociales que en cuestión de segundos se vuelven virales como los #yotambién, #yotecreo o #niunamás. Porque estamos hartas de la impunidad del hombre por ser hombre y de la sospecha de la mujer por ser mujer.

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En el mundo 7 de cada 10 mujeres sufre violencia machista en algún momento de su vida y cada 10 minutos se comete un feminicidio. En España van 45 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en lo que llevamos de año, y cada 8 horas se produce una violación. Datos escalofriantes que no tenemos en cuenta y que nos parecen impensables cuando se ponen sobre la mesa en pleno siglo XXI. Nos escandalizamos. Pero cuando empiezas a hablar del tema con otras mujeres te das cuenta de que no son cifras tan lejanas cuando la mayoría nos hemos visto afectadas por algún tipo de violencia machista, algunas incluso viviendo situaciones de abuso siendo niñas y adolescentes. Y qué fuerte suena decirlo, ¿no? Porque parece que eso sólo les pasa a las demás. A mujeres que se lo buscan, a chicas que van solas por la calle de madrugada, a las que se lanzan a conocer a alguien saliendo de una discoteca. Qué valor, cómo se les ocurre. Pero ¿y esa niña a la que le restriegan una erección en un autobús, o a la que acorralan en un portal para tocarla, o las que tienen que ver a un asqueroso masturbarse delante de su colegio? ¿Esas niñas qué han hecho para sufrirlo si ni siquiera saben lo que es el sexo? ¿También tenemos justificación para eso?

No, me niego. Me niego a tener que callar por ser mujer, a no denunciar y a no condenar, a aguantar. A justificar actitudes machistas porque «es que ellos son así». Me niego a que se ponga antes en tela de juicio la versión de la víctima que la del verdugo. Me niego a los «algo habrá hecho» tan comunes en las comisarías hasta hace no demasiado tiempo. Me niego a que mis hijas tengan que recoger los platos de la mesa más veces que mis hijos. Que se excuse a un varón por no estar pendiente de la familia y que se critique a una mujer por lo mismo. Me niego a que un hombre viva su sexualidad como un héroe y yo como una puta. Me niego a ponerme la falda más larga para evitar miradas lascivas. Me niego a tener que llevar cuello alto para que me miren a los ojos cuando hablo. Me niego a que nuestros días malos sean por falta de polvos. Me niego a que «se nos pase el arroz» o seamos unas fracasadas por no tener pareja. Me niego a cobrar menos que mis compañeros y a tener que demostrar el doble para ascender. Me niego a sentirme culpable si alguien se sobrepasa conmigo. Me niego a ver normal que el reclamo de los bares sea nuestra entrada gratis y que las periodistas deportivas tengan que ser esculturales cuando ellos pueden ser feos, gordos y calvos. Me niego a cortarle las alas a una niña que quiera jugar a fútbol antes que hacer ballet. Me niego a disculpar chistes, comentarios jocosos, gracias varias. Me niego a que un tipo como el eurodiputado polaco que se jacta de que las mujeres somos «más débiles y menos inteligentes» y que «deben quedarse en casa» siga ocupando su cargo, como también me asquea que un tipo capaz de decir que «cuando eres una estrella te dejan hacer lo que quieras, como agarrarlas por el coño” haya llegado a la Presidencia de EEUU. Me niego a que las adolescentes crean que desnudarse en Instagram las hará más atractivas a los ojos masculinos y que esté a la orden del día eso de pedir nudes como muestra de amor. Me niego a que me llamen feminazi por defender unos derechos que no deberíamos siquiera tener que defender.

Me niego a seguir soportando eso que llaman micromachismo como algo intrínseco de nuestra sociedad, a dejarlo pasar. Intentemos entre todos, hombre y mujeres, poner nuestro granito de arena en el día a día, en casa, en la oficina, en los espacios públicos para erradicar las inercias machistas que nos envuelven sin querer. Y denunciemos absolutamente toda actitud violenta que suframos o que conozcamos. El silencio no es un buen aliado en estos casos. A la vista está que romperlo genera una ola de fuerza mucho más poderosa que el propio poder de esos hombres que se aprovechan de su situación para avasallar, humillar y abusar de una mujer.

Porque #yotambién he sufrido violencia machista, #meniego a seguir tolerándola. Luchemos todas juntas para que no la sufra #niunamás.

 

 

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