¿Gracias, 2020?

Como es mi costumbre por estas fechas, me encuentro hoy dispuesta a hacer mi tradicional balance anual, frente a frente conmigo misma, tratando de rescatar lo bueno de un año inesperadamente complicado para todos. No es fácil hacerlo, pues el primer impulso que me sale al recapitular estos doce meses es sentir que ha sido un año de mierda. Vacío, hueco, inmóvil. Un año de sufrimiento para millones de personas, de incertidumbre para todos, de desconcierto, de temor. Un año siniestro, como reza con acierto el refrán acerca de cada bisiesto.

Quién podía imaginar las navidades pasadas, cuando brindábamos por los felices años veinte, que un virus azotaría al mundo de la manera en la que lo ha hecho, destruyendo salud y economía, rasgando esperanzas e ilusiones, llevándose por delante vidas que aún tenían mucho por compartir. Todos, sin excepción, conocemos a gente afectada en mayor o menor medida por la desgracia. Los más afortunados, sin embargo, somos aquellos que hemos llegado hasta aquí sin tener que lamentar pérdidas personales. Y aunque solo sea por eso, quizá es de justicia agradecerle a este 2020 su, a pesar de todo, protección.

Pero para no faltarle a la verdad, y echando la vista atrás, sé que también debo dar gracias por alguna cosa más. Porque sí, en el fondo me alegra que me haya frenado en seco la vida en un momento en el que la inercia de las emociones y de los acontecimientos me empezaba a marear. Gracias, año maldito, por haberme dado la oportunidad de tener tiempo para mí, para gestionarlo a mi manera y permitirme cuidarme más en todos los aspectos, cuerpo y alma, así como para poner en perspectiva el statu quo de mi presente y sopesar mi futuro más inmediato, qué quiero y cómo lo quiero. Gracias por haberme puesto contra la pared de las dudas, de los silencios, del dolor, de las ausencias. Por obligarme a tomar distancia de situaciones y personas que ya no me aportan nada, y a saber valorar todo aquello que sigue mereciéndolo. Gracias a quienes me han regalado espacio y paciencia.

Este año me ha mostrado el auténtico valor de quererse, de cultivar la autoestima y la seguridad, de confiar en el propio potencial, en la capacidad de ofrecer, de amar, de ser, de estar. Y me ha recordado una vez más que del fondo del abismo, de esa oscuridad densa que a veces se nos instala en el alma, nadie te saca mas que tú misma pero qué importante es recibir un soplo de ánimo de vez en cuando, un detalle, un te quiero, uno de esos abrazos que este año nos ha robado. He aprendido que las lágrimas muchas veces son tan inevitables como necesarias para curar, y que esconder las heridas no mejora en absoluto su cicatriz. Este año me ha enfrentado a muchos miedos, la mayoría relacionados con la pérdida, el adiós, la soledad. Me ha enseñado a olvidar pausadamente y sin rencor, dándole tiempo al tiempo, y a no mendigar afecto ni atención. A no ser siempre la que tome la iniciativa, a perderme para dejarme encontrar, extrañar. Es inútil tratar de estar para quien no te necesita, como también lo es dar de más a quien no le interesa recibir.

Este 2020 me ha hecho un poco más libre, aunque todavía me queda mucho camino por recorrer. Libre para tratar de tomar decisiones pensando en mi propio bienestar, cansada de anteponer siempre a los demás. Habrá quien lo llame egoísmo, yo considero que es inteligencia emocional. Libre incluso para escuchar mis instintos, para seguir mis corazonadas y aquellos impulsos que me hacen brillar. Libre para amar por encima de las circunstancias, de las dificultades, de los intereses, de las opiniones. Este año extenuante me ha demostrado una vez más de lo que soy capaz cuando mi corazón late intenso, como yo, y voy a tumba abierta por amor. Sigo entregándome de forma sincera, sin estrategias ni mentiras ni dobles morales, porque no entiendo otra manera de hacerlo. A veces pierdo, quizá por vehemente y pasional, por atrevida, por dedicada, por loca… Nada de eso se lleva ahora, al parecer, en esta sociedad de postureo, mercantilismo y efimeridad. Pero, aunque este año me haya destruido tantas madrugadas, yo me he levantado cada una de sus mañanas. Quiero creer que más fuerte, sí, pero no más fría ni indiferente. No podría serlo jamás.

La verdad es que he comprendido tantas cosas este año de forzosa introspección… Por todo ello debo dar en realidad las gracias. Y también gracias por las personas que han llegado a mi vida para sumar, y por las que se han ido dejándome al menos un aprendizaje. Gracias por los retos que he superado, por el reconocimiento a mis letras, por los nuevos proyectos que van tomando forma y que tanto me satisfacen. Por el trabajo duro y bien hecho, por las horas de esfuerzo, por los errores que me ayudan a evolucionar. Gracias por los amigos que siguen a mi lado, mis favoritos, y por aquellos que en su ir y venir igualmente me han ayudado. Gracias, como siempre, por México y todo lo que esa tierra y su gente me brinda, porque aunque este año parezca que estamos aún más lejos, no es así. A veces la distancia es la mejor prueba para saber quién está de corazón. Gracias por ese grupo de mujeres mexicanas que ha pensado en mí para una iniciativa tan bonita como es llevar la palabra a tantas otras mujeres, a pesar de los kilómetros que nos separan. Gracias al calor de la familia que se mantiene unida, aunque hayamos tenido que cambiar abrazos y besos por mensajes y videollamadas. Pronto volverán, seguro. Gracias a mis ocho soles, que crecen sanos y siguen siendo el mejor ejemplo de vitalidad y adaptación que existe, y que por supuesto hacen de mí la tía más orgullosa y feliz del mundo. Cómo echo de menos poderos estrujar…

Gracias 2020 por haberme permitido entender que la vida son dos días, que lo planeado no siempre resulta y que todo puede cambiar en un instante. Que debemos estar preparados para soltar amarras y vivir cada momento, sin miedos ni lastres ni cortapisas, tratando de ser felices guiados siempre por nuestras emociones. Gracias 2020 por tu oscuridad, por tu crudeza, por tu odiosa existencia. Por hundirme como nunca y convertirte por pura supervivencia en un resorte de optimismo necesario. Gracias por enseñarme qué, cómo, cuándo y dónde… Que, si el tiempo se nos vuelve a detener otra vez, estemos donde queramos estar, y seamos con y quien queramos ser.

Este año más que nunca y por encima de todo, GRACIAS a la vida por permitirnos vivirla un rato más. Que nos siga acompañando la salud y que no decaiga nunca la esperanza.

¡Feliz 2021!

Otro año más… ¡Gracias!

Los balances anuales, los propósitos de año nuevo, las ganas de terminar o de empezar, los malos augurios, los buenos deseos, la suerte y sus rituales. Se acerca el final de otro año y a todos nos da por pensar en lo que ha sido éste y lo que esperamos del que está por comenzar. Qué mejorar, qué recuerdos guardar o desterrar, qué hábitos adoptar o ya no continuar. Pero como a mí eso de las listas de asuntos pendientes y deseos por cumplir se me dan bastante mal, cuando llegan estas fechas me limito nada más a balancear mi año vivido porque sé que lo que tenga que venir… Vendrá.

0921newyear2016

En líneas generales 2015 ha sido un buen año. Allá por febrero encontré por fin el momento para empezar este blog y ponerme a escribir de forma pública lo que llevaba toda la vida haciendo de forma íntima pero asidua. Como siempre digo, y como dijo Hemingway, escribir es algo así como mi terapia personal. Cuando me estallan las ideas, cuando las emociones no me dejan dormir o cuando se me atragantan los sentimientos, si no escribo, vomito. Bien mirado, puede que muchas veces estas líneas también sean algún tipo de vómito verbal… Necesario en cualquier caso. Así que con el empujón de quienes más me quieren decidí convertir en hábito semanal una de las cosas que más me apasiona hacer: escribir.

Pero de otras pasiones también se vive y este 2015 me permitió disfrutar de ellas. De la familia que tuve cerca, de las fiestas infantiles, de los finales de curso, de los cumpleaños. De las tardes a la salida del colegio, de las meriendas improvisadas, de las salas de cine para menores de siete años, del griterío y las palomitas derramadas. De las nuevas recetas de cocina y de los desayunos de campeones. De los hotcakes con Nutella, con cajeta mexicana o con infinidad de inventos y nuevos sabores.

Conseguí la tranquilidad que un empleo te proporciona tras demasiado tiempo fuera de juego y la satisfacción de poder aportar mi granito de arena en el impulso de varios proyectos. Y sobre todo, la capacidad de sentir que vuelvo a tener el futuro en mis manos y que las decisiones que tome en adelante correrán por mi cuenta y riesgo personal. Nada como la independencia económica para poder bailarle a la vida.

2015 me brindó muchas risas y noches eternas, cervezas en las esquinas y mañanas al sol. Descubrí otras músicas, otros libros, otros bares y otras ciudades. Conocí a otras personas y disfruté de maravillosos reencuentros. Tuve ilusión, amor, pasión, ternura… Y sentí lo que pensé que ya no sentiría.

Este 2015 también me dio miserias, malos ratos y lágrimas. Me dio flaquezas, ganas de tirar la toalla. Me dio temblores y vacíos. Me dio pesar ante la enfermedad y las despedidas. Y aunque hubo fuerza y optimismo, tesón y garra, este año también me mordió con cierto miedo las entrañas. Miedo a las caídas abismales, al hueco que desgarra el alma, a decir adiós, a pensar que esto se acaba. Mucho miedo a las miradas veladas, a los silencios que cortan y al sabor de esos abrazos que encierran la esperanza de volvernos a ver aun sabiendo lo que pasa… Cuando es la vida la que pasa.

Pero qué aburridos serían entonces los años si no nos dieran una de cal y otra de arena. Qué triste aprendizaje y qué poco valor le daríamos a las cosas, aunque suene al típico tópico. Dicen por ahí que somos el resultado de la suma de todos los momentos que vivimos. De las personas que se cruzan en nuestro camino un rato o para siempre. De los lugares que conocemos, de los que algún día visitaremos. De las lecturas y de los paseos. De los amigos de siempre y de los nuevos conocidos. De la familia en la que nacemos, de la que después escogemos. Somos el resultado de miles de horas al teléfono, en el coche o en silencio. De los errores y los aciertos, de las piedras en el camino, de los descontentos. De los llantos de risa y de las lágrimas ocultas. De los niños que un día fuimos y de los adultos que todavía soñamos ser. Pero sobre todo somos todo aquello que nos hacen sentir esos a quienes amamos, estén donde estén.

Gracias a todos ellos por haberme regalado el privilegio de formar parte de su camino para ser hoy quien soy y espero que sigamos sumando momentos juntos porque esta fiesta tiene que continuar. Y a mis personas favoritas, las que tengo cerca y las que tengo tan lejos, gracias siempre por ser y estar.

Porque así es la  vida y este es otro año más.

¡¡FELIZ 2016!!