Las letras de mi vida

Cuentos para dormir. Supongo que ese es uno de mis primeros recuerdos de infancia, tan nítido que soy capaz de recrearlo como si lo estuviera viviendo ahora. Antes de ir a dormir, el ritual. Unas veces le tocaba a mi madre leerme alguno de los muchos cuentos que coleccionaba: clásicos como Cenicienta, El patito feo o El lobo y las siete cabritas. Aunque cuando de verdad me dejaba el alma compungida era con la historia de aquella «Pelusita» inventada, una niña que era arrastrada por el viento porque no quería comer. Pesaba tan poco que se iba lejos, bien lejos, volando hasta perderse. La moraleja, por supuesto, era que había que comérselo todo para estar fuerte y que así ningún huracán te pudiera llevar. Lo interioricé bien, sin duda.

Otras noches, sin embargo, mi padre me regalaba una nueva anécdota de su mejor invento: el cuento del Serafín, al que «se le quemaba el polvorín», y su séquito de personajes ilustres como «Josefina, la de las patas finas» o «Maroto, el de los pantalones rotos». ¡Qué imaginación la suya! Lejos de dormirme lo que conseguía era que me desternillara de risa con sus ocurrencias. Tanto, que a veces mi madre se asomaba a la habitación para recordarle que era tarde y había que bajarme las revoluciones, y así no lo iba a conseguir.

A veces pienso que aquellos cuentos que mis padres se tomaron el tiempo de transmitirme, pensados entonces para compartir un ratito juntos antes de dormir, en realidad me estaban ayudando a recrear escenarios, hilvanando historias, forjando lo que más tarde pude sentir como una vocación. Fueron, quizá, la semilla de la que germinó mi amor por las letras.

Más adelante, cuando aprendí a juntar palabras por mí misma, me pasaba horas leyendo cuentos hasta sabérmelos de memoria. ¡Cómo olvidar El ratón de campo y el ratón de ciudad! Luego llegaron los cómics, con Tintín a la cabeza desde que en mi séptimo cumpleaños me regalaron sus aventuras en el Congo. ¡Y sigo siendo «tintinófila» hasta la fecha! O qué decir de la extensa colección de libros infantiles que ofrecía Barco de Vapor, con las peripecias del entrañable Fray Perico, por ejemplo. También recuerdo con cariño títulos como La voz perdida de Alfreda, Aventuras con Tito Paco, Momo, o La extraña familia Mennym. Llegando a la adolescencia me aficioné a Agatha Christie y me empecé a interesar por los grandes clásicos más allá de las lecturas que venían marcadas por el colegio.

Si echo la vista atrás, los libros me han acompañado a lo largo de mi vida como una suerte de refugio, aunque muchas veces ni siquiera haya sido consciente de ello. Cuando era niña mi escena favorita de La Bella y la Bestia era el descubrimiento de la majestuosa biblioteca que albergaba el castillo, no el baile final en el salón ni la magia del último pétalo de rosa. Supongo que en realidad era una proyección de lo que deseaba, mejor libros que príncipes, ¡ahora lo entiendo todo! Y es que somos quienes somos desde la más tierna infancia…

Y yo no puedo ser si no me dejo llevar por las letras, leídas y escritas, con todo lo que ello implica. Que no es poco.

¡Feliz Día de Sant Jordi! ¡Feliz Día del Libro!

Lodos

¿Te acuerdas de cómo era?

Cuando los sueños estaban por estrenar

y las miradas estremecían hasta el tuétano.

La verdad es que ahora lo sé: nada es tan importante,

la fe se pierde, el amor se rompe, la vida duele.

¿Y qué más da?

El dolor brota donde hubo emoción, no es tan cruel.

Tú lo eres más dejándome esta herida por desangrar.

¿Cómo puede haber hoy tanto ruido en el silencio?

Donde antes sonaban los besos sobre la piel,

y los susurros prometiéndonos lo que no llegó,

hoy arrasa tu indiferencia rugiendo como un huracán.

De aquellos polvos estos lodos, supongo.

No sé si podré volver a un mundo que aprieta,

a unas manos que no me han sabido sostener

más allá de esta cama, hogar de fantasmas,

y de algún que otro placer.

No voy a cambiar más cromos contigo,

las reglas del juego se han vulnerado.

No voy a ceder al miedo que me supone quererte tanto

y aún y así tener que perderte.

Si quieres irte, vete.

Nosotros dejaremos de ser…

Quizá.

Pero así como el diablo no baja nunca la guardia,

el fuego que ardo en tus entrañas tampoco se apagará.

A ti, mujer

A ti, mujer, que apuras el final del día con los ojos cansados deseando tumbarte en el sofá, haciendo un esfuerzo por no dormirte frente al televisor, incapaz de ver terminar una película. A ti que lo das todo en tu puesto de trabajo, esforzándote al máximo por demostrar tu valía, sacrificando proyectos y exigiéndote de más.

A ti que utilizas las idas al supermercado para despejarte de un mal rato. Tú que organizas la casa antes de que pite la lavadora, economizando el tiempo que no tienes. Tú que batallas con los niños hasta perder la paciencia, sintiéndote culpable después. A ti que planificas desayunos, comidas y cenas, siempre al tanto de lo que queda en la nevera. Tú que lidias con los cuidados y las atenciones, de tus padres y de tus hijos. Tú que medias en el conflicto y que lloras a escondidas para que no te vean flaquear.

A ti que fuiste una niña buena de manual y hoy te sientes una mujer insegura y vulnerable. Tú que eres capaz de dar vida y sin embargo ese regalo te pesa como una losa, tanto si lo tienes como si no. A ti que te dijeron que no fueras con la falda tan corta por lo que pudiera pasar. Tú que descubriste el sexo bajo el velo del pudor, vergonzosa de tu placer. A ti que te contaron cuentos que sonaban a amor y luego te tildaron de ingenua por creer. A ti que no sabes reaccionar a los piropos porque te destruyeron la autoestima. Tú que te sientes perdida, sola e incomprendida a cualquier edad.

Eres una gran mujer.

Valiente, capaz, brillante. Pero, sobre todo, humana. Una mujer que necesita llorar cuando el cuerpo lo pide. Desahogar la rabia, la pena, el dolor. Y es lícito sentirlo. No somos mujeres perfectas, ni tenemos que serlo por mucho que nos lo exija la sociedad con tanta presión abrumadora sobre nuestra piel. Está bien sentir que no llegamos a todo, que no podemos más. A veces el castillo se derrumba alrededor y no hay nada que lo pueda evitar. Pues tranquila. Tómate un respiro, ve al cine o al teatro, aunque sea sola. Pasea sin rumbo ni prisa, busca refugio en la naturaleza. Comparte un café cómplice en buena compañía. Desconecta para reconectar. Fluye. Rodéate de tu red de confianza, vuelve a las raíces, donde tú te sientas inmune, donde puedas bajar la guardia. Donde nadie cuestione tus emociones ni se asuste con tu intensidad.

Nos educaron en la responsabilidad de estar y de dar, y puede que en nuestra genética nos venga incluso de serie. Pero que eso no haga que te olvides de ti. Priorízate. Valórate. No es egoísmo, al contrario. Quererse bien es indispensable para poder amar aún mejor. Cuida tu cuerpo, tu corazón y tu mente. Todo lo que tienes eres tú, legítimamente poliédrica en cada una de tus etapas. Disfruta del aprendizaje que te brinda el camino que construyes día a día. Vive la vida a tu manera con lo que eso conlleva. Y, por supuesto, que le den al qué dirán.

Caminos de lluvia

De niña me gustaba reseguir con un dedo las gotas de lluvia que estallaban contra la ventanilla del coche de mi padre, imaginando carreras entre ellas, apostando por la que a mi juicio podía ganar. Nunca acertaba. Las que parecían partir con ventaja luego se estancaban. Las más lentas y torpes solían coger velocidad en el momento más inesperado, rebasando a las anteriores. Y otras, en cambio, se desviaban de la trayectoria como afluentes de ríos que buscan su propio camino creando unos nuevos. Esas eran en realidad mis preferidas, aunque no llegaran a la meta que yo misma les había marcado, en la parte más baja del cristal.

Me gustaban justamente porque escapaban a mis dedos dibujando siluetas incontrolables, rompiéndose en dos, esquivando obstáculos, renaciendo después. Las seguía con la mirada hasta verlas desvanecerse por el lateral de la ventanilla, arrastradas por el viento. Ese final, lejos de parecerme amargo, se me antojaba feliz. Aquellas gotas habían sido tan valientes como para desafiar la senda de sus predecesoras. Habían transitado de verdad por su existencia, con lo que eso conlleva. Se habían rebelado. Podían irse volando y en paz.

A veces la vida me recuerda mucho a ese panel de caminos líquidos que yo convertía en competición mientras viajaba en silencio en el asiento de atrás. Cuando era niña proyectaba siempre mi futuro color de rosa, como todas las niñas. Lo tenía muy claro, lo veía muy fácil. De pequeña cualquier cuento es creíble, y yo entonces estaba llena de letras y de fantasía. ¿Qué podía salir mal?

Con los años descubrí que las rutas acotadas son una trampa. Aquello que se espera que hagamos, que digamos, que seamos, casi nunca tiene que ver con nuestro ser o nuestro momento. Entenderlo es el principio, y cuesta tiempo y tropiezos. Pero asumirlo es vital para reconocerse a una misma y actuar en consecuencia. La mayoría de las veces tenemos que salirnos del sendero que nos habíamos imaginado, autoimpuesto o incluso soñado, para perdernos por derroteros desconocidos que quizá no conduzcan a nada, o puede que nos abran las puertas que más ansiamos. Nunca lo sabremos si no nos atrevemos a tomar decisiones desde la libertad y bajo la propia responsabilidad, asumiendo el riesgo sin interferencias. Tampoco avanzaremos si no sabemos tirar de pragmatismo cuando toca para aceptar que algunos planes se truncan, que no todo se consigue, y que hay circunstancias que simplemente no cambiarán.

El constante equilibrio entre tomar las riendas y dejarse llevar.

La vida no es un paseo sencillo ni controlable. Nos empuja al abismo, nos pone contra las cuerdas, nos planta cara, nos sumerge en tormentas que parecen ahogarnos. Nos obliga a ser como esas pequeñas gotas de agua fluyendo a través de un cristal, abriéndose paso cada una a su ritmo sin mirar a la de al lado, aprendiendo sobre la marcha. Porque lo cierto es que la mayoría del tiempo no sabemos muy bien de qué va esto, ni hacia dónde nos dirigimos, si existe eso que llamamos destino, si el azar tiene más o menos peso en nuestras decisiones, y si es verdad que las cosas pasan por algo, aunque no lo entendamos.

Sólo nos queda disfrutar de cada paso con la intensidad de las emociones antes de que nos arrastre el último aliento del huracán. La vida puede ser injusta, áspera y jodida, pero estar vivos aquí y ahora es un auténtico regalo.

Presagio, gloria, infierno

Fue una sensación extraña. Siempre había sabido que poseía cierta sensibilidad intuitiva, la vida se lo había demostrado en más de una ocasión. Y de dos. Además, para su desgracia, cuando no intuía, soñaba. ¡Y caray si acertaba! Algunos no la creían, por supuesto. Decían que sus premoniciones eran fruto de la casualidad o de pensamientos recurrentes y ansiosos que en algún punto tenían que hacerse realidad. Pero ella estaba muy convencida de esa especie de don, o más bien de tortura, que la perseguía desde bien pequeña cuando el subconsciente le adelantaba lo que estaba por llegar.

Aquella tarde el bus iba atestado de gente, pero ella había conseguido acomodarse en un hueco junto a la ventana. La claustrofobia era menos perceptible viendo el paisaje pasar. Se colocó los auriculares y dejó que la música sonara en modo aleatorio. No tenía muchas ganas de escoger tema ni estilo, solo quería dejarse llevar con el ir y venir del tráfico, imposible a esas horas. Se conocía el camino al dedillo: las paradas, los semáforos, incluso las caras de quienes la rodeaban… Cada día la misma rutina.

No veo nada,
No sé si estoy o no,
No distingo la realidad de la ciencia ficción,
Busco entre mis cosas
Y todo es pura contradicción,
Cada molécula de mí solo piensa en huir…

Una letra distinta le llamó la atención. Cuántas veces había imaginado cómo sería largarse, dejarlo todo atrás, empezar de nuevo, tomar otro rumbo. Volar. ¿Estas cosas las pensaba todo el mundo? En cualquier caso, ella era consciente de que nunca lo haría. Seguiría sumergida en ese bucle de confusión que a veces la aturdía de tanto dar vueltas sin resultado. Se dejaba vencer por los vaivenes del destino, o lo que ella quería creer como tal. Seguramente era una postura cobarde. O la más rápida para atajar los demonios de todo aquello que la atormentaba en soledad, lo que no confesaba, lo que anhelaba en lo más hondo de su ser. Pero es que a veces una ya no tiene ganas de batallar y es más sencillo mirar para otro lado, dejarlo pasar.

Cinco segundos para la fusión:
Salgan corriendo, aborten la misión.
Paradoja espacio temporal,
Entre mis piernas este clima tropical…

Sonrió. Qué buena canción, se dijo. El reflejo del cristal de la ventanilla le devolvió unas mejillas sonrojadas por el recuerdo de las noches de cenas, besos y velas, con las piernas justamente enredadas. Una corriente eléctrica le bajó por el vientre hasta desembocar en una marea de emociones, las mismas que le provocaba él al clavar su mirada verde indescifrable justo antes de acariciarle los labios con los suyos. Hacía tan solo unas horas de todo eso y ya lo echaba de menos. Suspiró un bocado de amor resignado, no le quedaba más remedio que seguir esperando y alejar los malos augurios que la invadían cuando se sentía extraña y feliz. Su mundo onírico no cejaba en su empeño: abre los ojos, ten cuidado, protégete…

De pronto, un crujido seco la partió en dos. Pero ¿cómo…? Se incorporó para poder ver mejor tras el amparo que le proporcionaba el autobús, que ahora parecía asfixiarla. El bofetón de realidad le retumbó en el alma. Quiso correr. Quiso llorar. Quiso gritar. Y, sin embargo, se quedó paralizada. Ahí estaba su sueño, ajeno a ella, a tan pocos metros de distancia, agarrado a otra mano, riendo con otra risa, abrazando un futuro que nunca sería suyo.

He ahí el presagio de su gloria caída de nuevo a los infiernos.

¡Adiós, 2023!

Si me pidieran que resumiera este año que termina en pocas palabras diría que para mí ha sido el año de la supervivencia emocional, en el sentido más amplio del concepto, con todo lo que conlleva. 2022 me arrojó a un abismo desconocido y tuve que dirigir toda mi energía a encontrar la manera de no hundirme en ese hoyo de desolación y tristeza que supone un duelo. No pude dar más de mí misma, lo que tenía debía invertirlo en mi propia salud mental si no quería verme atrapada para siempre en el llanto y la pena. Así que me propuse transitar el camino de las lágrimas muy consciente de él, sintiendo cada emoción como venía, dejándome llevar y mecer sin miedo a que me doliera. Hubo quienes no lo entendieron y decidieron dejarme sola. A la gente le gusta pasar rápido por las desgracias ajenas, no sea que se contagien. Otros, con su mejor intención, aconsejaron soluciones mágicas que en realidad nadie pidió y, por supuesto, no sirvieron. La experiencia me ha enseñado que cada persona tiene su proceso y llegados a este punto, con retrospectiva, creo que lo hice bien. Al menos lo suficientemente bien como para afrontar un 2023 mucho más sosegada, con el corazón lleno de remiendos, sí, pero un poco más curada.

Sin embargo, toda esa energía que tuve que utilizar el año anterior para sanar parece haberme ido abandonando a lo largo de los últimos meses. Es como si me hubiera vaciado por completo de tanto sentir, de tanto dar, de tanto estar, de tanto ayudar también. Nunca hasta ahora había sido tan consciente de lo cansado que es anteponer al resto, preocuparse de las necesidades ajenas antes que de las propias, vivir la vida al compás de los otros, mantenerse siempre a la espera, siempre disponible, sacrificando deseos, rumbos o planes… Y ¿para qué? Para nada. Confieso que llego al ocaso de 2023 emocionalmente agotada y me gustaría poder encontrar el botón de reset para empezar de nuevo el 1 de enero. Aunque a estas alturas de la vida me conformo con aprender a ser más libre en mis decisiones, a pensar más en mi propia felicidad y a saber decir que no sin culpa. No es tan fácil como parece.

Leído así quizá suena catastrófico, pero ¡eh! que tampoco ha estado tan mal… No me ha faltado la buena compañía que siempre tiene dispuesto un ¡vamos! a donde sea y sin pensarlo demasiado. Ni los cafés que se quedan fríos por culpa de tanta terapia. Tampoco me puedo quejar de los brindis que regalan complicidad en la mirada. Ni de las noches de confesiones hasta la madrugada. De las risas, los juegos, el silencio, la intimidad y todo eso que se parece mucho al amor que cuesta demasiado nombrar.

Este año, por supuesto, he seguido disfrutando de viajes que me han vaciado los bolsillos pero me han llenado el alma de sabiduría, ¡y eso no tiene precio! He buceado en un mar turquesa privilegiado y me he enamorado de un atardecer cualquiera a solas en la playa de mi infancia. Volví a Madrid tiempo después y le cumplí una ilusión a mi madre. Me permití seguir celebrando cualquier acontecimiento con la maravillosa familia que tengo. Mi primer sobrino cumplió la mayoría de edad y yo me sentí más viejuna por su culpa. Aunque en mi fuero interno sé que sigo siendo la tía joven y cool.

Después soplé mis velas cojeando por una tendinitis, ¡espero haber entrado con buen pie a pesar de ello! Luego más viajes, incluido uno frustrado en el último minuto, con la maleta cerrada y las expectativas al máximo, para recordarme que no siempre salen bien los planes. Cosas que la mantienen a una humilde… Y la invitación a una boda mexicana a la que no pude asistir pero que viví en la distancia llena de alegría por los recién casados. Ha habido reencuentros bonitos en este 2023 y otros no tan agradables, pero hay que ser estoicos, no se puede tener todo. El año también nos ha importunado con algún contratiempo de salud que afortunadamente ha quedado en eso (procedo a tocar madera). Por ello doy y daré siempre, sin duda, las GRACIAS.

Así que, llegados a este punto, a unas horas de engullir las uvas, quemar el muérdago viejo, ponerme las bragas rojas, subirme a los tacones, meter un anillo de oro en la copa de cava y cumplir con los rituales conocidos y por conocer, me despido de este 2023 bastante cansada, sí, pero con propósitos claros y firmes en muchos ámbitos de mi vida. Quiero pensar que este ha sido uno de esos años de transición entre la etapa más oscura y la que tiene que volver a verme brillar. Una se consuela como puede…

Gracias miles a quienes me seguís acompañando en este maravilloso camino llamado vida, a los que os habéis unido recientemente a la travesía del desierto y a los que ya no forman parte pero significaron algo una vez, sé que quedó lo mejor de vosotros en mí.

Arrivederci, 2023. ¡FELIZ 2024!